Prólogo

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Era una especie de desierto como los de las películas estadounidenses, con las únicas diferencias de que todo era de color blanco y había centenares de rocas del tamaño de dos hombres hasta donde alcanzaba la vista. Se levantó del suelo, dolorido. Quitó a manotazos el polvo de su ropa y se mantuvo en pie de forma costosa. Se sentía extremadamente cansado, pero lo que realmente le tenía preocupado era por qué se encontraba en ése estado y cómo había llegado a aquel lugar. Sentía miedo. Decidió sentarse sobre sus tobillos. Se mantuvo en esa posición durante unos minutos hasta recobrar el aliento. Durante dicho tiempo se dedicó a observar sus ropas. No eran habituales, pero poco más podía sorprenderle de la situación. Vestía una armadura. Cada detalle de esta le extrañaba más. El metal era del color verde de las hojas jóvenes, y las telas, marrones rojizas. Era de acero y tenía grabada la forma de la hiedra por todas las piezas. Tan sólo le cubría el torso, la espalda y el brazo izquierdo, éste con una coraza aún más gruesa, dejando totalmente al descubierto el derecho, sin ni siquieras hombreras, guantes o cualquier otra protección. En las piernas tenía el mismo tipo de armadura. Unas cuantas piezas le tapaban casi por completo desde la cadera hasta los pies, donde llevaba unas botas de cuero perfectamente ajustadas. Cuando volvió a levantar la vista encontró una delgada montaña a unos doscientos metros de él. Decidió ir hacia ella, pues era su única opción. Mientras se dirigía a la montaña se percató de que, la primera vez que se puso en pie, tras la vuelta que dio sobre sí mismo, no vio montaña alguna.

-Hay que joderse... -murmuró mientras ascendía por la ladera de la montaña llenándose las manos de arañazos-

En la montaña no había el más mínimo rastro de vegetación o seres vivos. La roca estaba caliente, incluso podría decirse que ardiendo. Amnes se giró para comprobar dónde estaba el sol. No encontró indicio alguno. También se dio cuenta de que no había ninguna sombra proyectada por ningún sitio. Lo que le llevo a preguntarse de dónde venía la luz.

Cuando llegó a la cima vio un fuerte resplandor procedente de un acantilado que se encontraba en el lado opuesto al suyo. La luz le cegaba y no le dejaba ver con claridad el resto del pico. De repente esta comenzó a disminuir su potencia. La cima, al igual que el resto del paisaje, era blanca y estaba llena de piedras del doble de su tamaño. Se percató de que la altura de la montaña se había triplicado y ahora se encontraba muy por encima de las nubes. Del interior de la luz emergió una figura femenina. Esta figura era adolescente y tenía una melena voluminosa y rizada del color de la miel. Aunque la luz había disminuído, seguía estando ahí, hecho que dificultaba que pudieran diferenciarse más rasgos de la chica. De repente, comenzó a pronunciar unas palabras.

-Amnes, ¿no?

Amnes se sobresaltó.

"¿Cómo sabe mi nombre?"-pensó

Sin previo aviso, la montaña comenzó a sacudirse. Amnes cayó contra una roca golpeándose en la cabeza y perdiendo el conocimiento. Incluso escuchó cómo el hueso de su cráneo se fisuraba un poco.

Y

Cuando despertó, aparte de sufrir un increíblemente fuerte dolor de cabeza, se percató de que la luz había desaparecido, mas no la chica. Ahora podía ver que estaba ataviada con una ropa de calle normal y corriente, con unas deportivas rojas y grises , unos vaqueros claros, tras los que se ocultaban unas finas y preciosas piernas. Y una chaqueta azul claro. Su pelo era del color de la corteza de los árboles de esos bosques frondosos que a todos nos gusta observar en las postales o las fotografías de anuncios de cosmética. Y era especialmente liso y brillante. No podía apreciar nada más, pues ella estaba de espaldas. La chica se giró y miró a Amnes con curiosidad antes de sonreírle mientras se dirigía hacia él. De repente una fuerte corriente de aire pasó por el pico de la estrecha montaña despeinando a Amnes y lanzando a la chica por el acantilado.

Amnes hizo acopio de todas las fuerzas que le quedaban para poder alcanzarla. Cuando llegó al borde del acantilado, se lanzó en picado. La caída le provocó tanto miedo como excitación, pero no se distrajo de su objetivo: la chica. Atravesaron el mar de nubes y cada vez Amnes se acercaba más a la misteriosa figura. Al fondo, en el suelo, vio una enorme grieta. Finalmente la chica se metió en la ella mientras hacía lo posible por tomar el control de la caída. Una vez estuvo dentro de la brecha, esta se cerró de un golpe seco dejando escapar algo de arena blanca debido a la sacudida.

Seguía cayendo a una enorme velocidad. Su último recuerdo fue la imagen del instante justo antes de estamparse contra la tierra.

PrecognoscenciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora