Día 1. Miércoles.

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Amnes se despertó bañado en sudor, sintiendo que su corazón latía con fuerza, aunque no le sorprendía, en su familia paterna padecían del corazón. Se quedó sentado en el borde de la cama mientras se recogía el pelo en una coleta. Se lo había dejado largo durante años y ya le pasaba los hombros. Aunque era un pelo brillante y aseado, cuando se pegaba a su cara por el sudor era un verdadero engorro. Tras eso miró su teléfono. Las cinco de la madrugada. Se levantó de la cama y encendió la luz. Se sentía tan cansado como en el sueño. Dio unas cuantas vueltas por la habitación hasta que finalmente decidió volver a la cama. Tardó poco en dormirse de nuevo. Esta vez no soñó nada.

Y

La alarma empezó a sonar, aumentando el volumen. Amnes se levantó rápidamente a apagar el despertador. Volvió a tumbarse en la cama, por encima del edredón arrugado, con el teléfono en la mano y las piernas por fuera. Se concentró en las rayitas de luz que se proyectaban cuando los rayos de sol trataban de atravesar la persiana. Eran las siete de la mañana y se encontraba más cansado que antes de acostarse. Se durmió de nuevo. Volvió a levantarse media hora más tarde, igual de cansado. Se levantó de un salto de la cama y comenzó a vestirse. No se quitó la coleta, pues no tenía tiempo de peinarse. Se pusó lo habitual: unos vaqueros negros con una cadena en el lado derecho, una camiseta de manga corta color verde, unas zapatillas básicas con estampado militar y un pañuelo. Y su capucha. Siempre llevaba capucha. Después se cargó la mochila al hombro y salió despedido hacia la cocina. Una vez allí le dio un beso en la mejilla a su madre al tiempo que cogía una rebanada de pan tostado. Unos segundos más tarde ya había salido de la casa.

Llegó al instituto justo cuando cerraron las puertas. Se paró delante de ellas con los brazos en jarra y soltó un bufido. Se dirigió a la otra puerta, la de secretaría. Allí le abrieron, no sin antes decirle que se quitara la capucha. Él lo hizo, pero se la volvió a poner en cuanto se cerró la puerta del pasillo tras de él. Subió los escalones de dos en dos a gran velocidad hasta que llegó al pasillo de tercero. Pasó por delante de un par de clases antes de llegar a la suya, donde tuvo que esperar durante cinco minutos a que el profesor mandara a uno de sus compañeros a abrir la puerta.

-Quince minutos tarde, Martínez. -le dijo el profesor, Alfonso mientras Amnes se dirigía a su sitio- ¿Hay algún motivo?

-Bueno, -replicó Amnes al tiempo que paraba de andar y se giraba- en realidad sólo he llegado un minuto tarde, justo cuando han cerrado, pero los ocho minutos que he tenido que esperar en la cola de secretaría, más lo que me ha costado subir y añadiendo los cinco minutos perdidos en los que usted no me ha dejado pasar sabiendo que estaba en la puerta... Sí, mis disculpas. Hola, Sam -dijo dirigiéndose a su amigo-.

Sam era el mejor amigo de Amnes. Medía alrededor de cinco centímetros menos que él y estaba algo recio. A diferencia de Amnes, tenía el pelo bastante corto. Su timidez había hecho que durante nos cuanto años hubiera sido Amnes quien cuidara de él. Era un buen chaval, y eso era algo que Amnes sabía bien.

Sam le saludó con la mano, levantando el brazo. Alfonso le miró con cara de indiferencia, pues ya estaba acostumbrado a éste tipo de comentarios por parte de Amnes, y sabía que la intención no era molestar.

-Martinez, a su sito. -dijo Alfonso- Y quíese la capucha.

Amnes asintió con respeto a Alfonso con la cabeza mientras se quitaba la capucha dejando al descubierto la coleta antes de dirigirse hacia su pupitre.

-¿Y esa coleta ?-dijo Álex, el "enemigo" de Amnes, en voz alta-

¿Conocéis a ese tipo que todos tenemos que soportar alguna vez al que le caemos mal sin motivo aparente y que tan sólo se dedica a tocar las narices? Pues el de Amnes era Álex.

PrecognoscenciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora