Capítulo 1: Plan B

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Los rayos del Sol me dejan ciega al abrir los ojos. Gruño y, cómo de costumbre, lanzó una almohada contra el tubo de la cortina, acción que ocasiona que ésta se cierre.

—Niña... —. Escucho la voz de Nana.

—¡Lárgate Nana! —. Grito —. ¡No estoy de humor! —. Pongo una almohada sobre mi rostro y la presiono.

—Lo sé niña, ya su padre me ha contado. Sólo vengo a traerle el desayuno, ya qué su padre nos ha ordenado que no la dejemos salir —. Quito la almohada de mi rostro y miro a mi Nana colocándo una bandeja con comida sobre mi escritorio.

—Gracias Nana —. Le agradezco revolviendo mi enredado cabello.

—Por nada, niña —. Dice ésta mirándome con nostalgia —. Pronto se le pasará mi niña, ya lo verás —. Le sonrío en señal de agradecimiento por su apoyo y ella sale de mi habitación.

Le doy una mirada a mi desordenada habitación y suspiro. Éste será un día duro. Hoy, haré todo lo posible para salir de mi castigo, claro, antes de mi plan B.

Hoy, ordenaré mi habitación, seré una niña bien portada, no gritaré; en resumen, seré la hija perfecta, que tanto quiere.

Tomo la bandeja con la comida y la visualizo, huevos revueltos con panqueques y jugo. Justo como me gusta. En estos momentos te estoy amando Nana.

Nana es mi «Niñera», si así se le puede llamar. Me ha cuidado desde que tenía tan sólo meses de nacida, ha estado con papá y conmigo en los mejores y los peores momentos. Cuando murió mamá, estuvo con nosotros, apoyándonos, más que nunca. La quiero como a una madre. No, corrijo, más bien, cómo a una abuela.

Comienzo a devorar apresuradamente mi, muy deliciosa, debo agregar, comida. Al terminar, me lavo los dientes. Y sí, me lavo los dientes luego de comer, es una costumbre mía.

Dejo la bandeja en el escritorio, nuevamente, y me dispongo a ordenar todo éste desastre. Toda la ropa sucia la echo a la cesta, todas las cosas tiradas las coloco en su respectivo lugar.

Luego al menos media hora haciendo ésto, me paro sobre mi cama a admirar mi obra de arte. Eso es, .

Creo que mi habitación no se veía tan ordenada desde que tenía al menos unos diez años, todo hermoso y ordenado, tanto que admito que me dan ganas de destrozar la habitación.

De pronto la puerta se abre y automáticamente me dejo caer sobre mi cama con las piernas cruzadas, y visualizo a mi padre parado frente a mí.

—Hola, cariño —. Me saluda admirando mi habitación.

—Hola, papi —. Sonrío inocentemente.

—¿Arreglaste tu habitación? —. Me mira con el ceño fruncido.

—Si, papi —. Pongo mi barbilla sobre mi puño.

—No me sobornarás —. Dijo cruzándose de brazos.

—No sé de qué hablas, papi —. Me mostré inocente.

Me echó una mirada amenazante y luego salió de la habitación. Corrí y pegué mi oreja contra la puerta y escuché lo que mi padre decía:

—... Claro Nana —. Dijo mi padre —. Bueno, ya sabes... Monseñor y mi asistente almorzarán aquí, entonces pollo al horno, ¿De acuerdo?

—Claro —. Dijo Nana. Se escucharon unos pasos, y luego, silencio.

Chica ProblemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora