Dos

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—¿Perdón? —pregunto, sin creerme lo que acabo de escuchar.

Estoy demasiado sorprendida para murmurar otra cosa.

Durante meses Kaz ha intentado convencer a su madre para que me dejara ir a su coronación. Yo he cumplido todos mis deberes con la mayor eficacia y rapidez posible, e incluso he adelantado tareas destinadas para meses después. ¿Y todo para qué? Para que Camren viera que mi presencia en el Gran Salón dentro de dos noches no es una mala decisión de la que arrepentirse más tarde.

Camren resopla, cansada de mí. Se aparta un mechón de la frente que de repente vuelve a estar en su sitio bajo la corona dorada.

—Arcadia, se supone que estás muda, no sorda —sacude una mano con desdén—. Ya sabes lo poco que me gusta repetir las cosas.

Sí, lo sé demasiado bien.

De repente, la puerta se abre y aparece Kaz por ella. Asoma su mata de rizos dorados y después pasa con cuidado, haciendo un gesto a los guardias que esperan fuera para que cierren la puerta por él.

—Madre, no sé dónde se encuentra Ar... —como yo, trata de inventarse una excusa nada más traspasar el umbral de los aposentos de su madre. Súbitamente, me ve y se calla de golpe—. Arcadia.

Se ha puesto colorado y tiene todavía el pelo desordenado.

Reprimo una risa ante su adorable aspecto.

Pero a la reina no se le escapa ese detalle, y frunce el ceño como respuesta, una arruga en su lisa frente, una marca en la piel de porcelana. Murmura algo por lo bajini, un juramento que ni Kaz ni yo escuchamos.

—Le estaba diciendo a Arcadia —le explica Camren con la voz gélida—, que podría asistir a tu coronación —a Kaz se le ilumina la mirada, pero a su madre se le vuelve el semblante más frío de lo normal—. Aunque estoy pensando seriamente en retractarme.

—No, por favor, majestad —suplico acercándome al escritorio. No le gusta que la llame por su nombre de pila, sino como una súbdita más—. No sabíamos dónde estaba el otro, de verdad, alteza.

Kaz asiente, de acuerdo conmigo.

La Gran Sirena suspira con impaciencia. Se apoya sobre la mesa y se masajea las sienes, como si le provocáramos un fuerte dolor de cabeza.

—Pero —prosigue. Kaz y yo nos congelamos en el sitio al escucharla hablar de nuevo. Camren me mira únicamente a mí—. Nadie tiene que saber quién eres.

—Perdonad mi atrevimiento, majestad —me muerdo el labio. Mis manos vuelven a juguetear  con el anillo, un tic nervioso del cual Kaz se da cuenta—. Pero es que nadie sabe que soy una oscura.

Camren suelta una carcajada desdeñosa que me congela la sangre en las venas. Kaz me lanza una mirada de reojo, sin saber tampoco adónde quiere llegar la reina.

—No me refería a eso, niña. No te tienen que reconocer como criada. Si los luminosos vieran a una sirvienta allí, en la coronación, bailando como una noble más, ¿qué pensarían?

Guardo silencio, sin nada que decir. Esta vez soy yo la que dirige una mirada disimulada hacia Kaz, pero él tiene la cabeza inclinada hacia el suelo, con una mueca pensativa.

Nos quedamos un rato así, con el único sonido de los sirvientes limpiando en el pasillo. La luz del mediodía atraviesa las puertas de cristal de la habitación y rodea la figura de Camren, creando un halo a su alrededor que me hace entrecerrar los ojos.

Kaz alza la mirada y sonríe.

—Arcadia se saltará la ceremonia —mi amigo junta las manos detrás de la espalda mientras se acerca al escritorio de su madre. Yo enarco una ceja, sin tener ni idea de lo que va a decir—. Pero al baile asistirá. Se me ha ocurrido que podemos organizar un baile de máscaras, como se hacía antiguamente.

Oscura Melodía {LS#1} // #PGP2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora