Tres

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Me incorporo de golpe en la cama entre sudores y jadeos, y lo primero que hago es quitarme el anillo y tirarlo al suelo con fuerza.

Me miro el dedo mientras respiro entrecortadamente. Tengo una franja roja encima del nudillo, y me quema. Cierro los ojos con fuerza y me paso una mano por la frente.

Es como si el sueño hubiese ocurrido de verdad.

De repente, la puerta de la habitación se abre de golpe y entra Kaz corriendo, sumiendo de nuevo el cuarto en la oscuridad. El corazón me late a toda velocidad mientras Kaz se sienta al borde de la cama y cierra la puerta con el pie. Trago saliva, agachando la cabeza para tranquilizarme.

Sólo ha sido un sueño. Un sueño.

—¡¿Qué ha pasado?! —Kaz me coge la cara entre las manos y me examina minuciosamente. Sus ojos dorados recorren todo mi rostro y sus dedos se deslizan por mis mejillas a pesar de que están pegajosas.

—Yo... —trago saliva y me limpio el sudor de las manos en el uniforme que se me pega al cuerpo como una segunda piel. Los zapatos me estrujan los pies, y el calor que invade la habitación es demasiado para mí.

No puedo ni hablar.

—¿Otra pesadilla? —me pregunta Kaz mientras me mira a los ojos, comprendiendo.

Asiento en silencio.

—He escuchado gritos en el pasillo, y... —de repente, Kaz se calla y agacha la cabeza. Se queda mirando fijamente un punto por debajo de la cama—. Tu anillo... —murmura señalando algo brillante en el suelo—. Nunca te lo quitas.

Observo fijamente la pequeña corona de hierro, hundida en el pelo grisáceo de la alfombra que cubre casi toda la habitación mientras me estremezco. Kaz tiene razón.

Desde que aquel niño me lo dio, salvando mi vida de una manera que aún no comprendo, no me lo he quitado. Para nada. No sé cómo, pero es el único trozo de hierro que no me quema, y sólo a mí. Kaz ha intentado tocarlo, pero en él sí que surte efecto. No me quiero deshacer de lo que me salvó de una muerte segura en un bosque antiguo y venerado, separada de la única persona a la que quería.

Me levanto lentamente de la cama, alejándome de la seguridad que desprende el cuerpo de Kaz, y avanzo hasta el anillo. Me arrodillo, y, con cuidado, lo rozo con el dedo.

Está como siempre.

Coloco el anillo en su lugar y lo miro con incredulidad.

—Antes quemaba... —digo haciéndolo girar, arrancándole destellos plateados que brillan en el cuarto.

Camino hasta Kaz y me siento a su lado en la cama. Aunque la oscuridad de la noche invade mi pequeña habitación, puedo ver con total claridad al príncipe. Lleva la camisa arrugada, el pelo revuelto y unas ojeras recientes que de repente han aparecido bajo sus ojos.

—¿Y cómo es que estás despierto tan temprano? —le pregunto mientras apoyo la cabeza en su hombro y, siguiendo la mirada de Kaz, observo el papel pintado que recorre la pared de mi habitación.

Suspira.

—Hemos recibido una carta —me dice en un susurro—. De los humanos.

Me separo de Kaz de golpe y me coloco delante de él de un salto.

—¿Qué? —pregunto, anonadada.

—Hace más de cuarenta años que no entablábamos relación con los humanos más allá de la guerra. Van a venir a la coronación, y además se van a quedar una semana más. Dicen que así verán nacer al nuevo rey de su aliada nación.

Oscura Melodía {LS#1} // #PGP2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora