La Realidad

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Maldita sea, vive, pensó Keira, mientras registraba mentalmente el pulso del paciente.

El Dr. Harpers la observó agudamente, cuestionándole con la mirada. Keira buscaba algún indicio, siquiera un ligero toque que le indicara que el corazón siquiera funcionaba. Habían enviado a uno de sus compañeros a buscar el electrocardiógrafo, y aún no regresaba. Se estaba tardando demasiado.

Keira buscó en su interior la magia que poseía. Ella lo denominaba la esencia. No sabía bien de dónde provenía, y aún no tenía los conocimientos necesarios para manejarla a cabalidad, pero fue lo primero que se ocurrió cuando el doctor la intimidó con la mirada.

Casi saltó de alegría cuando sus dedos lograron percibir el pulso, casi inexistente, del paciente.

― Tiene pulso, Doctor ―le comunicó al hombre.

En algunas ocasiones ―como esa, por ejemplo―, se preguntaba si Diosito la estaba poniendo a prueba. Los residentes e internos de turno los habían dejado solos con uno de los especialistas. Sus compañeros habían desaparecido mágicamente, y el que no pudo escapar de esa manera, estaba buscando el electrocardiógrafo a otro continente.

― Entonces ―el Dr. Harpers buscó su nombre en el lado izquierdo de su bata―, doctora Hightower, ¿qué debo hacer con este paciente?

Él le estaba preguntando a ella. A ella, una estudiante que ni siquiera había cursado Medicina I aún. Keira apretó los labios mentalmente. Odiaba cuando se referían a ella con ese tono de burla. Además, ella sentía que ese paciente no tenía mucho rango de tiempo antes de entrar en paro o algo, y él estaba allí, como si estuvieran tratando ya a un cadáver.

―Ah... ¿estabilizarlo?

El Dr. Harpers le frunció el ceño. Maldición, eso no pintaba bien. Obvió su acelerado corazón, y buscó en su cerebro una respuesta más satisfactoria. Algo.

Keira podía sentir la mirada de los familiares de los otros pacientes que estaban en observación. Podía escuchar el llanto de la esposa del hombre acostado en la camilla, luchando por mantenerse en este mundo. Creyó que casi podía escuchar los pensamientos del doctor, también.

― Podría colocarle medicamentos para aumentar la irrigación sanguínea y así elevar la presión arterial.

― ¿Como cuáles, señorita Hightower?

Ah, de esa no iba a salvarse. Tomó una respiración profunda.

― No lo sé, señor.

No muy bien las palabras habían abandonado su boca, cuando ella comenzó a sentirse como un fracaso. Ciertamente, ella no tenía nivel académico para atender ese caso, pero decir que no sabía algo, la atormentaba. Estaba allí para aprender. Pero lo que nadie le dice a los estudiantes de Medicina cuando van a una práctica en el hospital, es que no sólo van a aprender cómo se trata a un paciente, sino que aprenderás cómo serás tratado durante los próximos años de tu vida.

Esa crudeza, esa rudeza, eran normales. No estaba practicando con un modelo de laboratorio o con un caso hipotético de un examen; lo que tenía en frente era una persona de carne y hueso, que tenía ilusiones, metas y objetivos por cumplir, y una familia que lo quería.

Una de los residentes entró a la sala de emergencias, y ella dejó de existir para el doctor. Él se dio media vuelta, sin siquiera dirigirle una mirada, y ella supo que había fallado. Al Dr. Harpers no le interesaba si ella cursaba ITPP IV o Cirugía III. Estaba en la Emergencia, y tenía que saber.

Keira soltó la muñeca del paciente, y de inmediato la conexión mágica se rompió. Aunque quería irse, se obligó a quedarse en el lugar, viendo como la residente atendía al paciente y le indicaba los medicamentos que iban a utilizar, a uno de los internos.

El Dr. Frederick, un interno recién llegado, colocó su morena mano sobre su hombro y le sonrió de manera conciliadora.

― Ven, vamos a hacer una historia.

Tampoco es que le encantara la idea. Hacer historias médicas aún no era su especialidad, tampoco. De hecho, nada lo era. Sin embargo, asintió, y lo siguió hasta el mesón de enfermeras.

No todos eran malos con ella, algunos intentaban ayudarla a aprender y adaptarse; pero de igual forma, escuchaba los susurros por los pasillos, o veía las muecas divertidas que los internos, residentes o enfermeros, le dirigían. No sólo a ella, pero debido a que sus compañeros no se quedaban mucho en las prácticas, Keira estaba empezando a creer que las muecas eran casi algo personal.

― El Dr. Harpers puede ser muy duro a veces ―habló el Dr. Frederick.

Keira sonrió por compromiso, pero no hizo ningún comentario. El doctor suspiró y siguió en lo suyo, escribiendo.

― ¿Sabes, Keira? Las personas creen que la Medicina es sinónimo de perfección. Que saberte todo un compendio de Electrofisiología o los cinco libros de Parasitología, te harán un mejor médico. Pero se les olvida que un médico se forma, también, dentro de las paredes de un hospital ―ella lo miró fijamente―; a los profesores se les olvida decirle al estudiante que la Medicina no es sólo pasar una consulta y luego irte, o tomarte fotos usando la bata, promocionándote. Si usas esa bata ―dijo, y la señaló―, significa que estás asumiendo una responsabilidad. Los doctores nos enseñan letras, párrafos o capítulos, pero nos toca a nosotros descubrir cómo se desenvuelve la verdadera Medicina.

El Dr. Frederick le sonrió y se dio media vuelta, dejándola sólo con el olor de su perfume. Por un momento, no hizo nada.

Pero luego, sonrió cariñosamente. Ya recordaba por qué le gustaba la Medicina.

Medicina de Emergencias #PNovelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora