Epílogo

93 7 2
                                    

El cielo llora lágrimas celestes mojando la tierra careciente de césped.

Todos agarran con fuerza el paraguas negro sobre sus cabezas, caminando en fila al compás de sus pasos serpenteantes. Caminan hacía una tumba desolada, gris, hundida en lamentos. Odiada por todos, la tumba que representa a la muerte se para orgullosa frente a todos los presentes.

No merecía morir, tan jóven y lleno de vida. ¡Alguien que me diga que esto es mentira!

Lágrimas se mezclan con el llanto del cielo en una ferviente escena de desespero. Alguien que les diga a todos los caminantes que lo que van a presenciar les romperá el alma como nunca antes.

El chico que murió justo antes de pasar el mejor momento de su vida. Se llevó a su tumba el secreto de su enamoramiento.

Su amada, que por primera vez lo vió a los ojos al perderlo, ahora lo mira a su tumba. Cerrando los ojos y abriéndolos en milésimas de segundo sucesivamente mientras se suplica a sí misma que esto no sea real.

¡Ojalá no fuera real! Ojalá el jóven ahora estuviera en su hogar, sonriéndole a la pared por atreverse a confesar su amor, por haber echo reír a la chica que amaba, por haber tomado su mano mientras veían a las nubes volar.

La vida es tan débil como un hilo rozando una tijera filosa. Es tan difícil de predecir si mañana será tu último aliento.

Mía mira las rosas rojas en su mano, huelen idénticas a los tulipanes morados que él llevaba a su lado el día del accidente. Su mente la lleva al pasado, ahí donde lo vuelve a mirar, tirado en el suelo, rodeado de sangre caliente con lágrimas en los ojos.

Preguntándole qué ocurría, en un suplicio de voz, sin saber que ese momento era el último de su vida. ¿De haberlo sabido qué hubiera dicho?

Mía contempla el suelo, odiando cada parte de ese mundo insolente que se roba las vidas de personas inocentes.

Toma una fuerte bocanada de aire para reunir valentía, tan pequeña se siente ante la situación que desearía salir corriendo urgentemente. Pero se pide ser fuerte a ella misma.

Se acerca a la familia del difunto, con pasos decididos y fuertes.

La señora del medio (Mía supone que es su madre) la mira con pudor, seguramente es la única mirada que le queda después de pasar por tanto dolor.

—Hola, soy Mía— dice en un hilo de voz, para su mala suerte la señora parece no escuchar.

Pasan minutos en los que se siente incómoda ante la mirada febril, decide retirarse cuando una voz cortada la detiene en absoluto.

—Mía... ese nombre me suena tanto, perdón querida estoy intentando hacer memoria. Sabes... esta misma mañana estuve viendo las pertenencias de Hayden, había un grupo de cartas extrañas. Juraría que son para tí.

La chica se queda inmóvil, sorprendida, asustada, confundida. Con una maraña de emociones yendo y viniendo en su cabeza.

—Podemos ir a mi casa a recogerlas ¿te parece? Opino que le hubiera gustado entregartelas en persona, pero...—rompe en llanto, sobándose los ojos con sus manos arrugadas.

Mía la contempla, acercándose más para poder darle golpes pequeños de ánimo en su espalda. Juntas comienzan a caminar hacía la salida del cementerio, con los paraguas negros siguiéndolas desde arriba.

Al llegar al hogar de Hayden una bruma de pena le eriza la piel a Mía, esa casa estaba tan cerca de la suya y nunca la había notado. De la misma forma que nunca había notado la manera en la que Hayden la miraba.

El piso de madera cruje bajo sus pisadas, está todo en silencio, casi pudiéndose escuchar la pasada y lejana risa de Hayden. Él solía reírse solo en su habitación mientras veía memes.

—Aquí está cariño, no las he abierto para respetar la privacidad de mi niño. Pero tú puedes abrirlas con gusto.

Mía titubea, inquietante, no reacciona durante unos segundos intentando asimilar si esto es una mala idea. En su mente divagaba: ¿Para qué le dejaron cartas? Hayden ni siquiera la conocía. ¿Y si es una broma?

Una mueca se forma en sus labios, seguida de unas cejas fruncidas.

—Ánimo, si quieres te doy tu espacio.

La señora se retira a paso lento de la sala de estar, acomodando su cabello con ambas manos.

Las manos de Mía tiemblan mientras desdobla el primer papel. Hay un dibujo, un helado turquesa sonriente.

En letra un poco desprolija reza:
"Escribí esto queriendo adentrarme en mí mismo, para descubrir qué era lo que sentía. Quise quemar estás hojas, tirarlas, molerlas, cortarlas, y un etcétera de actividades más. Pero no pude, no puedo... no quiero.
  Me has destrozado, cada pedazo de mí. No tengo las más irrefutables dudas de que el amor no correspondido es lo peor que le puede pasar a una persona. Te rompe, te desgarra, te elimina por dentro como una llama. Pero se puede salir, siempre va a haber una salida del túnel. ¿Verdad?

Hoy no todo está bien pero sí está mejor que ayer. Guardo estás cartas para leerlas en unos años, cuando todo este sentimiento se vea eliminado.  
PD: todo esto de las rimas comenzó gracias al poema obligatorio que debíamos hacer en clase de literatura. Luego no pude parar de rimar, así que gracias profesora, gracias por adentrarme al mundo de la belleza de las letras.

Mía lee y relee una y otra vez cada una de las cartas. Llora sin cesar, deteniendo su lectura para secar sus húmedos ojos con la palma fría de su mano. Un ardor en el pecho le hierve la sangre.

Camina de acá para allá en la sala, se sienta en el suelo, se acaricia el cabello sin parar en un acto de nerviosismo. Las horas pasan y ella sigue sin terminar de leer.

Finalmente, levanta su vista de la última hoja escrita, con su historia incompleta. Sobre la mesa central encuentra una lapicera, la toma.

Sus dedos tamborileando​ juegan sobre el papel, debe escribir el final de su historia; Mía y Hayden, separados por la muerte. Sonríe penosamente ante ese patético título que se le cruza por la mente.

No recuerda otra cosa que él mirándola a los ojos totalmente confundido con lo que estaba ocurriendo.

Sus lágrimas caen sobre la blanca hoja pensando que en otro tiempo él estaba realizando la misma actividad, mojando el papel con su sufrimiento.

La vida es tan cruel, tan impredecible, tan corta, tan larga, tan triste, tan feliz... no puede definirse en simples palabras.

Vive como si fueras a morir en tres días, repite la acción. No calles nada, no te arrepientas, haz lo que desees hacer.

Porque al final de todo, solo habrá nada.







Ojalá tu mirada se quedara con la míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora