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—intincis... mi siicidirí.—Decidió Pingu. Estaba seguro de que todo el mundo lo apoyaría de lo popular que era, es y será. Pero ahora sería más famoso. Cogió una cuerda (todo el mundo le dice “soga”) y un taburete que sacó del ojete. Una rima la autora hizo, ¡olé!
Se puso la cuerda en el cuello y la ató a un clavo que había colgado en el techo.
Se puso encima del taburete y le dio una patada después.
—¡AY!—dijo con todo el dolor y la gracia del world.


















Se había caído.
No se había atado la cuerda al cuello.
—QUÉ GILIPOLLAS SOY OSTIA PUTA YAAAAKDKLALALNSNS.

Esta vez se ató la cuerda al cuell--
Espera. ¿QUÉ?

¿¡LO VEIS!?sí, es hermoso, ¡todos lo sabemos! Pero

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¿¡LO VEIS!?
sí, es hermoso, ¡todos lo sabemos! Pero...

¿¡LO VEIS!?sí, es hermoso, ¡todos lo sabemos! Pero

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Pingu no tiene cuello.
Otro día será, Pingu.
Cuando deje de pensar que Papyrus es la leche y que mola.

🐧;; 50 sombras de Pingu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora