Capítulo 3

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Canción: Dark Horse / Katy Perry ft. Juicy J

" Soy una tormenta perfecta.

Una vez que seas mía.

No hay vuelta atrás..."


Zacharias estaba inmerso en su trabajo, como ya era costumbre al iniciar como obrero al lado de su padre, entregándose por entero a cada proyecto que llegaba a sus manos. Hizo una pausa para secarse con el dorso de su mano el sudor que recorría su frente, cuando se percató de aquella hermosa mujer entrando furiosa al local.

Lo impactó con su presencia, algo que no solía pasarle, logrando darse cuenta a tiempo como una objeto contundente se desprendía del techo sobre su cabeza, escuchando a alguien llamarla. Sin perder tiempo soltó el martillo perforador que tenía en sus manos saliendo corriendo hasta donde se encontraba, abrazándola mientras la volteaba para que cayera encima de él en el piso, alejándola del peligro sin importarle el dolor que sintió en su espalda al caer.

La prioridad era salvarla.

Sus ojos se entrelazaron: los de ella de un color tan atrayente que lo cautivó de inmediato. Su boca carnosa se le apeteció, anhelando besarla. Todo en ella despertaba su cuerpo de una forma inexplicable, deseando tenerla en esa misma posición sin nada que se interpusiera en el contacto de sus pieles.

Celine se encontraba como en un trance, escuchando a su alrededor las voces preocupadas de Robertson y Larry, al igual que de los hombres que trabajando en el lugar, imaginando que los rodeaban, pero únicamente tenía ojos para él, sintiéndose segura entre sus brazos, sorprendiéndose al ser la primera vez que le pasaba algo similar.

A pesar de que su rostro poseía rastros de polvo, pudo ver su gran atractivo, mostrándole él una sonrisa seductora que produjo un estremecimiento en su estómago, con sus palmas apoyadas en su fuerte pecho. De repente Zacharias deshizo el abrazo para apartar unas hebras de cabello de su rostro.

—Creo que la próxima vez, debes tener más cuidado y fijarte donde estas parada, nena —murmuró mirándola fijamente, extrañado por lo que ella le producía.

Celine enseguida salió de su estupor e intentó ponerse de pie. Rápidamente Robertson —quien miraba la escena detenidamente evaluando el comportamiento de Zacharias y el suyo—, la ayudó.

Al conseguirlo, limpió su vestido y arregló su cabello frenéticamente, empezando a llenarse de ira nuevamente. Además, le pareció una falta de respeto que ese obrero le hablara de esa forma, con una confianza que ella no le otorgó, ni lo haría jamás. Por eso lo miró furiosa de arriba abajo, consiguiendo detallar mejor su físico cuando él se puso de pie:

Era alto, de cabello castaño claro, corte clásico, rostro ovalado, tez clara, con un cuerpo definido y musculoso, notándolo a través de la franela blanca sin mangas que traía puesta y los jeans azules rasgados que caían por su estrecha cadera de modo sensual. Movió su cabeza de nuevo, no podía permitir volver a caer en el aturdimiento que le producía aquel hombre.

— ¡¿Usted quién se cree que es para hablarme de ese modo?! —exclamó furiosa apuntándolo con un dedo, intentando controlar sus emociones.

Robertson se cruzó de brazos frunciendo el ceño. La notaba diferente, por su experiencia supo darse cuenta que se debía a ese hombre. Su deber era mantenerse a su alrededor, para evitar que fuera lastimada de algún modo, por eso le afectaba saber que le falló, al no ser quien la salvara, al sentir por su jefa un profundo respeto y admiración.

A mis pies©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora