Capítulo 5

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Ian dejó escapar el aire. Finalmente estaba en casa, fuera del ruido y de la sociedad. No importaba lo aristócrata que fuera, algunas veces, simplemente era demasiado. Subió las escaleras despacio, evitando hacer algún ruido que pudiera despertar a su pequeña Isabella. Nunca había imaginado que volvería a Italia, asumiría su papel y se encontraría criando a una niña solo. La vida daba muchas vueltas.

Se dejó caer con descuido en la cama. Cerró los ojos y trato de recordar ¿en qué parte se había torcido así su vida? No podía recordarlo. Quizás el matrimonio no había sido la mejor decisión. Pero, ¿cómo se suponía que él lo notaría si todos se entrometían en su vida? Ese había sido el detonante de su decisión irreversible. Y el disgusto a su padre... claro, no podía culparlo de sus decisiones, pero bien podía atribuirle un poco del mérito que tenía porque se había enfadado tanto que Ian no lo pensó.

Lo chantajeó, se lo prohibió, lo iba a desheredar... él se fue. A Inglaterra, donde la había conocido. En realidad, la idea del matrimonio ni siquiera había cruzado su mente. Si la había llevado a un evento social en Italia había sido por rebeldía, una razón estúpida, pero ¿qué más daba?

Terminó casado, aunque no se arrepentía. Jamás se arrepentiría porque si no lo hubiera hecho, no existiría Isabella. Y ella, su hija, significaba toda su vida.

Nunca había entendido ese sentimiento de un padre hacia sus hijos, hasta que la tuvo entre sus brazos. Y miró al mundo alrededor, prometiéndose que nada ni nadie le haría daño jamás. Lógicamente, eso incluía a la propia madre de Isabella y, dolorosamente, lo supo a solo meses de su nacimiento. Ella no lo quería a él ni tampoco a su hija. Le costó entenderlo... ¡Rayos, le había costado creerlo! ¿Cómo una madre podía no querer a su propia hija? ¡Eso no pasaba!

Pero si pasaba. Y él, había sabido lo que tenía que hacer. Cuando tomaba una decisión, la llevaba a cabo. Aún más, porque él no estaba dispuesto a que ella se burlara de él ni del compromiso que habían asumido. No entendía lo que era amar. Simplemente ella, no sabía amar.

Había sido tan ingenuo. Lo admitía, había creído que el matrimonio sería complicado pero que lo superarían todo los dos, juntos. No había sido así, a la primera oportunidad, ella había querido volver a ser libre. Lo había odiado por atarla con una hija y una vida que no quería. Él se había sentido desesperado...

Su hija necesitaba una madre. Pero aún más, lo entendió después, necesitaba una buena madre. Lo que ella, nunca sería. Así que, finalmente, se había divorciado y a menos de un mes que se trasladara a Italia, su padre había fallecido. Él había asumido los deberes del título, temporalmente. Y aquí seguía, dos años después, en el papel que tanto había despreciado pero que ahora incluso sentía como propio. Irónico.

Solo estaba seguro de dos cosas. Protegería a su hija siempre y... nunca más cedería el control de su vida por nada ni nadie.


***

–No pienso volver a hablarte en mi vida, papá –Rose soltó en cuanto se sentó en la mesa del comedor, frente a su padre, quien se limitó a mirarla divertido y continuó tomando su café– lo digo de verdad.

–Hija mía, buenos días –saludó con un deje de regaño– ¿eso significa que no volverás a darme los buenos días?

–Buenos días, papá –se levantó y le dio un beso en la mejilla– ¿cómo podría enfadarme contigo? No es justo –Rose clavó sus ojos celestes, idénticos a los de su padre y sonrió–; por lo menos, no me estás acusando de haber escapado.

–Lo noté, de un momento a otro me abandonaste –Stefano negó levemente– pero también escuché que partiste acompañada.

–Papá –Rose notó que un leve rubor ascendía por sus mejillas por el tono de voz de su padre–. Está bien, fui a tomar un café con Christopher –él sonrió– mi amigo –añadió con intención.

Alguien como tú (Italia #8)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora