Al notar que la luz del sol desaparecía cada vez más rápido, decidí levantarme de mi cama a encender la luz de mi habitación.
—¿Qué haces, Paula? —Rrisas, mi mejor amiga, me observaba desde el suelo con el ceño fruncido. Rodé los ojos.
—Apago la luz. —respondí indicando el interruptor a mi derecha. Ella se limitó a hacer un exagerado puchero.
—Pero le quitas el estilo —alzo una ceja, ¿con qué idea me vendrá ahora? —Sería genial estar completamente a oscuras, ¿no?
—¿Que hay de genial en no ver?
Romina a duras penas se levantó, reflejando su cansancio y se acercó hasta apagar el interruptor por sí misma. La habitación se sumió en una imponente oscuridad, cuyo único oponente era la luna menguante que realmente no hacía mucho. Aún así, al estar tan cerca de mi, podía distinguir sus principales facciones, como sus grandes ojos o su respingada nariz, casi ocultos por un fleco recto que ya debía volver a cortarse.
—Exploramos con los otros sentidos —sus comisuras se elevaron levemente. —Tal vez logremos escuchar las olas en la playa, u oler la arena húmeda, hasta saborear la sal en el aire.
No aguanté y solté una pequeña carcajada.
—¿Desde cuándo te volviste poeta? —crucé los brazos mientras me volvía a acostar en mi lecho.
Se encogió de hombros y se sentó de vuelta al suelo, frente a mi.
—Desde siempre, Paula, uno siempre puede ser poeta... —dejó la frase al aire y luego ahogó un grito —¿y si jugamos a algo?
Me acomodé quedado algo más cerca de ella, era un poco incómodo no poder verla claramente.
—¿Tienes alguna idea? —inquirí.
Se mordió el labio pensando en una respuesta.
—¿Piedra, papel o tijera con castigo?
Reí de nuevo, era inevitable estando con ella hacerlo cada minuto.
—Está bien. —Escondí mi puño izquierdo tras mi espalda, ella repitió el gesto. —¡Piedra, papel, tijera!
Extendí la mano hacia ella haciendo piedra. Gané.
—Pues… —lo pensé unos segundos. —haz diez sentadillas.
Formé una sonrisa malvada mientras Romina se paraba a cumplir el castigo, mientras me miraba con odio. Si había alguna cosa que aborreciera hacer, era cualquier clase de actividad física.
Una vez las terminó, se arrojó al piso.
—Usted es diabólica —murmuró.
Repetimos el juego otra vez, ganó ella.
—Paulita linda…—dijo arrastrando las palabras. —tu castigo será declararte a la primera persona que pase por afuera.
Bufé, era fácil. Me asomé a la calle desde mi ventana, buscando a alguien. A los segundos apareció un chico en bicicleta.
—¡Oye! —grité llamado su atención —¡Te amo con todo mi corazón! ¿Te casarías conmigo?
De inmediato solté una risa sonora, haciéndole notar que era una broma. El solo siguió su camino.
Volteé a Romina quien carcajeaba libremente.
—Yo siendo él… —habló tratando de mantener la calma. —Huyo lo más rápido que pueda.
Le arrojé una almohada que impactó en su cara, lo que agregó otro minuto a nuestras risas. Repetimos otra vez el juego, volví a ganar.
—Haz algo que jamás hiciste —le dije sin pensar. Ella dudó unos segundos y luego se mordió el labio.
—Cierra tus ojos —me ordenó. Con una sonrisa le hice caso.
—Espero que no me vayas a golpear porque... —no pude decir nada más, ya que unos labios habían detenido cualquier actividad que mi boca planeara hacer. Abrí los ojos, sólo veía su rostro a milímetros del mío.
Después de unos segundos me di cuenta de que no le respondía, y aunque mi cabeza gritara que me alejara lo más posible, mis labios no hicieron caso y se movieron imitando los de Romina. Se sentía raro, en mi vida me imaginaba besando a una mujer, y sin embargo, no me quería separar de la chica pegada a mi.
Extendí mi brazo a su nuca, para atraerla más, mientras que con el otro, viajé a la parte baja de su cuello, acariciando sus vellos en punta, justo como sentía los míos. Sentí su lengua invadir mi boca, y sin evitarlo suspiré, lo que hizo que ambas reaccionáramos, cortando el beso.
La sangre se aglomeró en mis mejillas, y sentía mi rostro arder. Mi estómago dió un pequeño vuelvo, al principio creí que por asco, pero no, el asco no se manifestaba para nada de esa forma.
Las dos nos mantuvimos en silencio, cobardes a siquiera intentar explicar lo que sucedió. Conocía a Romina de casi 5 años, y nunca la había visto de esa forma, y creía lo mismo de su parte, pero aquello de mostraba mi error.
—Paula… —finalmente ella se atrevió. —lo… lo siento mucho, ni siquiera lo pen…
—¿Puedes volver a hacerlo? —solté y me mordí el labio. Mi mente ahora estaba llena de dudas, pero sólo una cosa tenía clara, quería más, y Romina no demoró ni cinco segundos en volver a dármelo.
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Relatos de orgullo
Historia CortaRelatos de distinta variedad con temática lgbt+, celebrando el Pride Month ❤