SIGUEN LAS ANOTACIONES DE HARRY HALLER 2

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Comprendía.

-Por lo general, los animales son tristes -continuó-. Y cuando un hombre está muy triste, no porque tenga dolor de muelas o haya perdido dinero, sino porque alguna vez por un momento se da cuenta de cómo es todo, cómo es la vida entera y está justamente triste, entonces se parece siempre un poco a un animal; entonces tiene un aspecto de tristeza, pero es más justo y más hermoso que nunca. Así es, y ese aspecto tenias, lobo estepario, cuando te vi por primera vez.

-Bien, Armanda, ¿y qué piensas tú de aquel libro en el que yo estoy descrito?

-Ah, sabes, yo no estoy en todo momento para pensar. En otra ocasión hablaremos de esto. Puedes dármelo alguna vez para que lo lea. O no, si yo algún día hubiera de volver a leer, entonces dame uno de los libros que tú mismo has escrito.

Pidió café y un rato estuvo inatenta y distraída, luego, de repente, brillaron sus ojos y pareció haber llegado a un término con sus cavilaciones.

-Ya está - exclamó-, ya lo tengo. -¿El qué?

-Lo del fox-trot, todo el tiempo he estado pensando en ello. Dime: ¿tú tienes una habitación, en la que alguna que otra vez nosotros dos pudiéramos bailar una hora? Aunque sea pequeña, no importa; lo único que hace falta es que precisamente debajo no viva alguien que suba y escandalice porque resuene un poco sobre su cabeza. Bien, muy bien. Entonces puedes aprender a bailar en tu propia casa.

-Sí -dije tímidamente-; tanto mejor. Pero creía que para eso se necesitaba además música.

-Naturalmente que se necesita. Verás, la música te la vas a comprar, cuesta a lo sumo lo que un curso de baile con una profesora. La profesora te la ahorras; la pongo yo misma. Así tenemos música siempre que queramos, y, además, nos queda el gramófono.

-¿El gramófono?

-¡Naturalmente! Compras un pequeño aparato de esos y un par de discos de baile...

-Magnífico -exclamé-, y si consigues en efecto enseñarme a bailar, recibes luego el gramófono como honorarios. ¿Hecho?

Dije esto muy convencido, pero no me salía del corazón. En mi cuartito de trabajo, con los libros, no podía imaginarme un aparato de éstos, que no me son nada simpáticos, y hasta al mismo baile había mucho que oponer. Así, cuando hubiera ocasión, había pensado que se podía acaso probar alguna vez, aun cuando estaba convencido de que era ya demasiado viejo y duro y de que no lograría aprender. Pero así, de buenas a primeras, me resultaba muy atropellado y muy violento, y notaba que dentro de mí hacía oposición todo lo que yo tenía que echar en cara como viejo y delicado conocedor de música a los gramófonos, al jazz y a toda la moderna música de baile. Que ahora en mi cuarto, junto a Novalis y a Jean Paul, en la celda de mis pensamientos, en mi refugio, habían de resonar piezas de moda de bailes americanos y que además, a sus sones, había yo de bailar, era realmente más de lo que un hombre tenía derecho a exigir de mí. Pero es el caso que no era «un hombre» el que lo exigía: era Armanda, y ésta no tenía más que ordenar. Yo, obedecer. Naturalmente que obedecí.

Nos encontramos a la tarde siguiente en un café. Armanda estaba allí sentada ya cuando llegué; tomaba té y me enseñó sonriendo un periódico en el que había descubierto mi nombre. Era uno de los libelos reaccionarios de mi tierra, en los que de cuando en cuando iban dando la vuelta violentos artículos difamatorios contra mí. Yo fui durante la guerra enemigo de ésta, y después, cuando se presentó ocasión, prediqué tranquilidad, paciencia, humanidad y autocrítica y combatí la instigación nacionalista que cada día se iba haciendo más aguda, más necia y más descarada. Allí había otra vez un ataque de éstos, mal escrito, a medias compuesto por el redactor mismo, a medias plagiado de los muchos artículos parecidos de la Prensa de su propio sector. Es sabido que nadie escribe tan mal como los defensores de ideologías que envejecen, que nadie ejerce su oficio con menos pulcritud y cuidado. Armanda había leído el artículo y había sabido por él que Harry Haller era un ser nocivo y un socio sin patria, y que naturalmente a la patria no le podía ir sino muy mal en tanto fueran tolerados estos hombres y estas teorías, y se educara a la juventud en ideas sentimentales de humanidad, en lugar de despertar el afán de venganza guerrera contra el enemigo histórico.

El Lobo EsteparioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora