Laura llevaba el teléfono en las manos empujándolo con fuerza contra la
oreja. "¿Adónde vamos?"preguntó al padre.
"Espera... déjame leer bien... al parque faunı́stico Valcorba." Paolo contestó
articulando bien el nombre para que la hija lograra comprenderlo correcta-
mente.
"Al parque fanı́stico... sı́ ¡guay! No veo la hora de que llegue mañana. "
Trás despedirse, Laura colgó y corrió en la sala de estar donde su mamá es-
taba ordenando algunos papeles. Se le acercó para ayudarle, tomó unos en las
manos y le preguntó adónde tenı́a que ponerlos.
"Y ahora te acompaña al zoo.. "
"¿Cúal zoo?"
"¿Qué te ha dicho tu padre?"
"Que mañana vamos al parque fanı́stico..."
"Nunca se ha preocupado por tı́, no entiendo lo que quiere demonstrar ahora."
"¿El parque fanı́stico es un zoo?"
"Tenı́a que ocuparse de tı́ cuando era el momento, es fácil ahora acompañarte
al zoo."
Laura habı́a abandonado su propósito de ayudar a su mamá y se habı́a sen-
tado en el sillón enfurruñada. Sara siguió desahogándose sola, porque Laura
sentı́a los labios pegados y ya no dijo una palabra. Afortunadamente Sara no
insistió demasiado para tener la paticipación de la hija.
Aquella tarde Marco volvió un poco más temprano que de costumbre y fue
acogido por Laura que corrió para abrazarle: "¿Sabes que mañana me voy al
zoo con papá?"Marco le besó en la mejilla.
"No, no lo sabı́a. ¿Estás contienta?¿A qué zoo váis?"
"Al zoo... o sea, al parque fa-u-nı́-sti-co."
Se despidió gentilmente de la niña, entró en la cocina y saludó a Sara que
estaba terminando pereparar la cena.
"Hola, ¿qué tal? Hoy he vuelto temprano." Sara esbozó un saludo, sin escon-
der su tensión. Marco esperó unos segundos más antes de hablar, y luego, trás
sentarse cerca de ella, le presentó sus propósitos: "Hoy por la noche vamos a
terminar el entrenamiento más temprano de lo habitual, voy a estar en casa
para la cena."
"Bien,"respondió por fin Sara, "hoy vamos a comer albóndigas."
"Estaba pensando que, si tú estás de acuerdo, podrı́a llavar a Laura con-
migo..."
"¿A kendo? "
"Si" contestó Marco, que esperaba poder enseñar a Laura lo que hacı́a en el
dojo y, a lo mejor, un dı́a animarle a practicar con él.
"Pero no váis a llegar tarde, ¿verdad?"
"No, a las ocho vamos a estar en la mesa, ¡tranquila!"
Sara no opuso resistencia y a Marco le pareció que estaba casi contienta.
Tranquilizado por el apoyo de su pareja, preparó el bolso junto a Laura, se
pusieron un chándal y, trás despedirsede la mamá, subieron al coche y se diri-
jeron hacia el gymnasio del liceo Roiti, donde tenı́a su sede el Kendo Club. En
cuanto llegaron, se cambiaron para el entrenamiento y, antes de entrar le dijo
que pusiera sus zapatitos a la izquierda cerca de los de las otras mujeres,
mientras que él los puso a la derecha. Entraron juntos y, trás el primer paso,
Marco se paró para hacer una reverencia; Laura, imitándolo, hizo lo mismo
y aquel movimiento le acordó los agradecimientos de los actores a finales de
un espectáculo en el teatro. Un poco intimidada en aquel mundo de adultos,
miraba a Marco conversar con los demás deportistas que, con cortesı́a, se pre-
sentaban a ella y le prestaban un poco de atención. Laura era la más pequeña;
todos tenı́an la misma edad de Marco, excepto Alberto que tenı́a trece años,
pero que a Laura le parecı́a casi un hombre.
Todos eran muy gentiles y cordiales, pero, a pesar de esto, aquel lugar le
parecı́a a Laura aún más estricto que su escuela. Cada acción y cada palabra
eran el fruto de una etiqueta definida por reglas precisas que ella consideraba
fascinantes pero sin sentido. Trás una señal del maestro, que ella no logró
percibir, todos los kendokas se alinearon a lo largo del lado en el que esta-
ban situadas las espalderas. Laura, guiada por Marco, hizo lo mismo y, por
primera vez, ejecutó el ritual del saludo.
A las siete i media, trás sesenta minutos de entrenamiento, la clase terminó,
ası́ que Marco y Laura, según lo prometido, regresaron a casa antes de las
ocho para comer las albóndigas de la mamá. Cuando se fue a la cama, Laura
no querı́a dormirse para poder seguir escuchando a Marco que le contaba uno
de sus cuentos sobre los samurai solitarios.
"Marco, ¿sabes que me estoy realmente imaginando a Musashi escondido es-
perando?"
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Sólo cuenta el karate
Romance¿De quién es la culpa si los padres de Laura ya no se aman? Laura está convencida de que es suya y no logra perdonarse. Saif está en una tierra extraña, huérfano de madre, pero tiene fe en su padre. Laura se siente inadecuada, Saif está solo pero to...