ZENIT. (EDITANDO)

Capítulo 2.

Peter

—¿Por qué has dejado que se vaya?— Le pregunto a Drogo molesto mientras cruzo la puerta de casa. A veces pienso que se toma las cosas demasiado a la ligera. Entramos y cierro la puerta. Drogo se da la vuelta y se encoge de hombros despreocupado al ver que sigo esperando una respuesta. —¿No te das cuenta de que ella puede llegar a ser un peligro?— Le pregunto exigiendo una buena explicación.

—¿Un peligro?— Pregunta levantando una ceja con cara de mofa —¿No has visto que estaba cagada de miedo? No dramatices, va...— Suelta Drogo quitándole importancia.

—No dramatizo— contesto pasándome ambas manos por mi cabello. —Es por precaución...— Murmuro.

—Precaución o no, no dirá nada, si sabe lo que le conviene...— Admite Drogo convencido con media sonrisa mientras desaparece por la mansión. Sacudo la cabeza, y me alejo subiendo por la escalera con pisada fuerte. No sirve de nada hablar con él, no escucha, no tiene remedio... Siempre tan impulsivo y arrogante...

Entro en mi habitación con los hechos acontecidos reproduciéndose una y otra vez en mi mente. Me preocupa, tantos años intentando pasar desapercibidos y todo puede irse a la mierda por culpa del irresponsable de mi hermano. Parece que doscientos años no le bastan para saber que dejar un cabo suelto puede acarrear muchos problemas. Creo que Nicolae estará de acuerdo conmigo en que no se debe dejar pasar este pequeño asunto de cabellos rojos. Tengo hablar con él.

Me encuentro sentado en el borde de la ventana contemplando la noche, la brisa mueve mis cabellos acariciándome con suavidad las mejillas. Me gusta contemplar como el humo del cigarrillo se esfuma con el viento. Hago una última calada cuando escucho unos pasos que se acercan, la puerta se abre y mi hermana menor entra sin preguntar.

—¿Tus padres no te han enseñado a llamar?— Pregunto inquieto sin mirarle a la cara.

—Papá no está aquí, y si lo estuviera no me diría nada por qué soy su preferida— suelta con aires de superioridad que me hacen suspirar derrotado. Se sienta al borde de la cama, cerca de mí, y empieza a observar el cielo conmigo. Me da tanta pena verla así, ella no debería estar sufriendo esta vida de inmortalidad, aunque a veces con sus rabietas de niña llorona parezca un verdadero demonio. Es tan pequeña... Me encanta el cabello de Lorie cuando brilla con la luz de la luna llena, veo como sus ojos melancólicos sueñan en medio de la noche estrellada. Se da cuenta de que la estoy mirando y gira la cabeza clavando su pueril mirada en la mía. —¿Qué pasa Peter?— Pregunta sorprendida.

—Nada— le respondo rápidamente para que no se de cuenta de que me preocupa. Ella frunce el ceño y abraza con fuerza el muñeco que siempre lleva consigo. Eso es para mí un mensaje muy claro de que algo no anda bien. Se levanta y desaparece dejando la puerta abierta. Tras su paso deja con una brisa fría y oscura como su negra alma... —¡A dormir Lorie!— Mi orden resuena por los pasillos de la mansión Bartholy.

Un aroma extraño llega a mis fosas nasales inundando todo mi ser desde fuera de la ventana. Reconozco ese olor tan peculiar... Súbitamente, me embriaga una sed insaciable, los ojos me arden y la garganta me quema. Acelerado me pongo en pie, el impulso que nace en mí se hace más fuerte.

—¡Joder!— Exclamo. Apago rápido el cigarrillo y salgo por la ventana de un salto. Necesito despejar mi mente, me voy a volver loco. Este olor me persigue en cada paso que doy, en cada centímetro de mi piel, no importa cuanto desee quitarmelo de encima. Desde el mismo momento en el que la ví y caí rendido ante su existencia, supe que no podría sacármelo de encima. Doy un giro sobre mis talones y a lo lejos contemplo la implacable mansión Bartholy. Este lugar tiene tantos secretos terribles que dejarían horrorizado a cualquiera.