La Muerte había perdido sus poderes

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Quien osase pensar que La Muerte tenía debilidades estaba en una absoluta equivocación, o al menos eso es lo que se creyó a lo largo de los siglos. En el reino de las almas se hablaba, rumores se propagaban a velocidades vertiginosas. Pero había uno en concreto del que Belrok no había sido partícipe. Éste era el hijo legítimo de uno de los más allegados de La Muerte. Su vida había girado en torno a una única cosa: servir a La Muerte. Y ésta era la tarea que tomaría cuando su padre ya no estuviese. A pesar de lo que pudiese aparentar, el reino en el que gobernaba la Muerte no estaba contento con su soberano. Aún así no les costaba nada ocultar sus opiniones, por suerte solo tenían que fingir en la calle o cuando hablasen con otras autoridades o seguidores de La Muerte. Pero al contrario que la mayoría de la población, Belrok era fanático de ésta, lo que resultaba raro, puesto que pese al trabajo que ejercía su padre, era bien sabido que no admiraba en absoluto a La Muerte, es más la detestaba.

Aquel día Belrok mostraba una actitud difícil de encuadrar. Su padre estaba desapareciendo. En el reino de las almas, cuando tu tiempo de existencia se agota desapareces lentamente convirtiéndote en una especie de humo que se disipa en el cielo. Belrok se sentía afligido, o eso mostraba. Alrededor se escuchaban rumores de que él mismo había acelerado el proceso de desaparición de su propio padre. Pues así pasaría a estar junto a La Muerte, a quien veneraba en su totalidad.

Sin embargo, aquel día algo más estaba previsto. Belrok fue uno de los pocos que no se implicó en la conspiración que se estaba planeando. Pretendían sustituir a La Muerte. Su gobierno estaba resultando tedioso y estaban cansados del mismo gobernante, querían un cambio y ya tenían un pretendiente. Aunque llegado no hacía mucho tiempo al reino, había conseguido llegar a las masas y convencerles de que valía para el más alto puesto.

Se escucharon gritos, gruñidos, aullidos. La guerra comenzaba. La Muerte llamó a sus consejeros, quienes acudieron de inmediato. Estaban asaltando la fortaleza. Discutieron corto tiempo sobre qué hacer al respecto. Todos estuvieron de acuerdo en que lo mejor sería dejar paso a un nuevo líder, "ya se darán cuenta de quién es La Muerte verdadera". Salieron al exterior, con el discurso preparado para anunciar la paz y dejarles vía libre. Belrok que había estado escuchando atónito la conversación no podía consentir que se rindiesen así sin más. Salió tras La Muerte en un grito de guerra, ésta al verlo precipitarse sin mucho esfuerzo lo lanzó más allá de los muros mientras le decía: "no seas impaciente maldito inepto". Allí terminó la "vida" de Belrok, que vio mientras moría como La Muerte había perdido sus poderes. 

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