Hacia lo desconocido

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El mar estaba en calma, parecía la superficie de un enorme espejo que revelaba cada secreto que se esconde en las almas, era inmenso, misterioso pero sobre todo hermoso, a los ojos de la joven burguesa, acostumbrada a no ver más allá de las cuatro paredes de su palacete en Sevilla.

Ahí estaba, sus ojos negros perdidos en el horizonte, rumbo a lo desconocido, a un destino incierto. Su nombre, Regina Mills. Viuda a sus dieciocho años y sin ningún familiar vivo que pudiera hacerse cargo de ella no tuvo más remedio que malvender algunas de sus pertenencias y embarcarse rumbo a ese nuevo mundo tan lleno de posibilidades.

Se preguntaba cómo había cambiado tanto su vida en tan pocos años, como pasó de ser una niña solitaria a convertirse en una transacción de negocios, casándose con un hombre de la edad de su padre para unir dos familias y acrecentar el negocio de seda con el que su padre se ganaba la vida.

La educaron desde muy niña para ser una buena esposa y eso fue, dulce, amable, delicada y tierna, a pesar de que compartir su vida con un hombre tan mayor no era el ideal de vida romántica con el que soñaban todas las jovencitas. Regina se había hecho a la idea de que el amor solo era un cuento que estaba en los libros de caballería, los valientes y apuestos caballeros que luchan por el amor de su dama no existían, a la hora de la verdad el único caballero que ganaba todas las batallas era el oro, el dinero movía montañas y ella lo había vivido en su propia piel. Así la educaron y así era ella, un ave hermosa y delicada encerrada en una jaula de oro llamada sociedad.

Cuando se quedó sola no tardaron en rodearla demasiados pretendientes que deseaban su preciada fortuna. Había heredado todo el capital de sus padres al ser hija única y su marido le dejó también sus negocios, convirtiéndola en una de las personas más acaudaladas de la ciudad del oro y convirtiéndola en presa deseada de muchos hidalgos sin blanca cuyo título nobiliario era su única posesión.

Harta de ser considerada un objeto tomó la decisión de marcharse y empezar de cero lejos de la tierra que le vio nacer, embarcando en ese galeón hacia tierras exóticas y desconocidas para ella, tierras de las que solo había oído rumores cerca de la torre del oro donde iban a parar los tesoros portados por los barcos tras largas travesía.

No lo pensó, por primera vez en su vida hizo lo que el corazón le pedía y se lanzó a la aventura sin ser consciente que emprender ese viaje cambiaría su vida y no de la forma que ella tenía planeada.

La travesía estaba previsto que durase varias semanas y tras solo tres días de viaje, Regina pensó que no llegaría viva al otro lado del océano. No estaba acostumbrada al balanceo de la nave, no podía dormir y los mareos la estaban desquiciando. Tardó una semana en acostumbrarse a que el suelo se moviera bajo sus pies, al sonido de las olas acariciando el casco, a estar rodeada del inmenso mar, al olor a salitre y a aire puro y fresco, mas cuando por fin pudo salir de su camarote sin echar todo lo que llevaba en el estómago, tuvo que admitir que tanta grandeza y belleza la sobrecogía. El mundo era mucho más inmenso de lo que jamás había imaginado, misterioso e inquietante, sorprendente y fascinante.

Ahí estaba la joven burguesa perdida en sus pensamientos, divagando en su pasado, en todas las lecciones aprendidas y en todo cuanto siempre había creído y admirado, sintiéndose sobrecogida y por primera vez en su vida, minúscula ante la inmensidad de la creación. Admiraba el cielo, como se unía con el mar en el horizonte, el color azul tan intenso y a la vez envidiaba las olas y el viento pues eran libres, ella jamás sería libre, ni siquiera de sí misma pues se obligaba a ponerse cada día esos magníficos vestidos que en Francia se habían puesto de moda, vestidos hermosos con corsé tan apretado que le cortaba la respiración. Incluso las vestimentas la mantenían prisionera de una sociedad movida por intereses banales y vacíos.

Ante la inmensidad del mar, la joven morena de ojos oscuros ansiaba desde lo más profundo de su ser la libertad y ni ella misma lo sabía.

Tras varias semanas navegando, la morena se había acostumbrado a la rutina en alta mar, al vaivén de la nave, a la comida en salazón, a los rudos marineros sin una pizca de educación. Sus momentos favoritos eran en los que se encontraba sola observando el mar, observando la puesta de sol, sintiéndose minúscula ante tanta belleza, le encantaba pasar horas enteras sola con un libro y el sonido de las olas como única compañía, o simplemente observar el horizonte notando en su pecho una espinita al pensar que en algún momento llegaría a tierra y ese pequeño mundo en el que estaban solo ella el sol y el mar se desvanecería, tendría que volver al mundo real, encontrarse con los contactos de su padre en Cartagena de Indias y seguramente buscar un nuevo esposo y formar una familia. Era toda aventura con la que una joven de su posición podía aspirar a soñar, la idea de vivir eternamente en alta mar, aunque hermosa, era una locura sin sentido.

Esa misma mañana el capitán le había explicado que en dos semanas llegarían a su destino, y ella quería aprovechar al máximo esos últimos quince días a bordo, en aquel lugar había descubierto las maravillas del mar, sus peligros y su grandeza. Se encontraba con sus ojos oscuros perdidos en la inmensidad del infinito cuando se acercó a ella el capitán del barco, alarmado y con pánico en su mirada.

-Señora Mills, escóndase en su camarote y no salga hasta que vaya a buscarla.

-¿Por qué, sucede algo capitán?

-Nos atacan.

No muy lejos, Regina pudo ver como un barco, bastante más pequeño que aquel en el que se encontraba y por lo tanto bastante más veloz, se acercaba a ellos y no tenían tiempo de escapar.

No entendía el porqué de tanto alboroto hasta que vio hondear la bandera del navío enemigo, bandera negra y calavera estampada. Palideció y el pánico se apoderó de ella, estaban siendo atacados por piratas.

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