Capítulo 2- El Jardín de la Selva

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- ¡Te dije que no les dispares! ¿Y ahora cómo hago para cerrarle la herida sin dejarle una cicatriz? - gritó el hombre canoso desesperado levantándose de la silla de madera de la cocina y caminando apresurado hacia la camioneta estacionada en la entrada de la casa.

-   Pss, ¿para qué querés dejarle la piel sin marcas si después lo vas a vestir?- le respondió el falso fotógrafo del parque quien comenzó a seguir al hombre mayor.

Acercándose al portón de la traffic, el viejo se giró y fijó sus duros ojos azules en los suyos interrogándolo.

-   Ya los encerré. – le contestó-  Solo dejé acá al que le disparé. Igual está re muerto eh.

Abriendo el portón de costado, observaron a la criatura herida. El pequeño yacía de espaldas con una manito en su corazón mientras respiraba con dificultad. Los ojitos le brillaban nublados mientras luchaba por mantenerlos abiertos.

- Perdió mucha sangre. No le doy ni cinco minutos más.

Asintiendo, el viejo lo observó unos segundos más.

-   La está peleando en vano. – Se giró y caminó hasta la casa. – Decime como son los otros.

-   Tengo dos niñas y varón. Son un poco aguerridos por lo que me costó mucho dormirlos un rato. Están en la pieza de la derecha.

Un gruñido le hizo saber que el viejo lo había escuchado. Cuando entraron a la casa y se sentaron en la mesa de la cocina; estiraron las piernas y se miraron mutuamente en silencio.

- ¿Mate? ¿Té? ¿Qué te convido?

El fotógrafo declino la invitación con la mano justo cuando el otro se estiraba de la silla y agarraba un papel de la mesada para tendérselo.  

-Necesito que me traigas esto del pueblo.- lo escudriño con la mirada mientras leía la lista.

-  Te lo alcanzo mañana al mediodía. – le respondió guardándose el papel en el bolsillo del pantalón. - Pero lo que necesito que hagas ahora es que me ayudes a sacar el cuerpo del pibe de la camioneta porque no puedo ir al pueblo así. A ver si me llega a parar algún control policial, ¿y yo que hago? ¿De qué me disfrazo?

Maldiciendo en voz baja, el anciano que llevaba puesto un pantalón color caqui, una remera blanca agujereada y un delantal de cocina blanco sucio y viejo; se levantó de la mesa y avanzó hasta la camioneta. Sin mirar hacia el interior, le gritó al fotógrafo que le alcanzara una toalla para envolver a la criatura que ya había dejado de respirar.

- ¿Qué ves? – le preguntó Sami a Clara. Esta le respondió levantándole los hombros.

- Creo que estamos en un hospital porque a Juan lo dejaron en una camilla.

-   A ver correte - le dijo Sami empujándola hacia un costado para ella poder mirar por la cerradura.

Cerrando un ojo y abriendo el otro, investigó a través del agujero que su amigo se encontraba recostado contra una mesa cubierta por un mantel blanco repleto de manchas amarillas. 

-   Juan

Se oyó a sus espaldas una voz quebradiza. Se giraron de repente para ver cómo su amigo Guille se despertaba de a poco. Clara se le acercó gateando.

-   ¿Estás bien?

Guille asintió llevándose una mano a la frente. Sentía que su cabeza iba a reventar de lo que le dolía. Recostándose contra la pared, estiró una pierna y apoyó su mano izquierda en la rodilla que tenía flexionada. Suspiró y entreabrió los ojos para mirar de soslayo el cuerpo arrodillado de Sami junto a la puerta.

Los Espíritus de la Selva© (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora