Capítulo 8- Buen viaje, colega.

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Emily corrió hasta dar con la moto la cual había dejado apoyada sobre un árbol de laurel negro. Agarrándola de las manillas, le quitó de un puntapié el fierrito que la frenaba y comenzó a caminar unos metros con ella hasta encontrar un lugar donde el barro este relativamente seco y no permita que la moto se le empantane ni bien le diera marcha. Avanzo unos pasos cuando sintió una presencia detrás de ella.

Se detuvo de repente y pegó el mentón al pecho. De reojo, y sin moverse, pudo visualizar por el espejito retrovisor que una sombra la observaba fijamente desde lo alto de un árbol a su izquierda. Parpadeando unos segundos y tomando valor, se giró y buscó con los ojos aquellos oscuros que la espiaban detrás del follaje. Cuando dio con ellos, notó la sorpresa de la persona al ser descubierta cuando ésta apenas abrió los parpados. Emily lo estudió un largo rato admirando las facciones del chico y su cuerpo musculoso. Después de ver que el joven no se movía ni siquiera un centímetro ante su escrutinio, decidió sonreírle y volverse hacia la moto para subirse y darle arranque.

Conducir en medio de la selva no es nada fácil. Y más después de la lluvia. Constantemente tenía que andar esquivando las hojas de las plantas salvajes y alguna que otra serpiente durmiente enroscada entre las lianas. No tenía un destino fijo, ella manejaba en cámara lenta porque quería darle lugar al aborigen que la perseguía para que la alcanzara. No quería estar sola en un lugar como aquel, por lo menos si se perdían, uno de los dos sabría cómo salir de allí.

Calculaba que eran las seis de la mañana, más o menos. Hacía casi tres horas que los guaraníes habían ido a la casa del hombre que secuestró a los chicos para rescatarlos. Al momento en que ella los vio regresar a la aldea con la niña pequeña completamente ensangrentada, llena de hollín y rasguñada; y escucho por parte de Juan – el niño al que habían salvado de la muerte- que ésta no era su amiga, Emily comenzó a dudar seriamente de la situación. Y de todos los allí presentes.

Ante la mirada cauta de Juan, ella se le acerco por un lado de la cama ni bien termino de vendar una manito herida de la niña, y le pidió a éste que le dijera qué era lo que había vivido un par de horas antes bajo el techo de ese monstruo. El jovencito trato de esquivarla con respuestas sin sentido al principio, pero luego cuando Emily lo tranquilizo contándole sus sospechas en tono cómplice él, mirando hacia todos lados de la choza, le dijo lo que ella creyó saber.

Esperó a que se durmieran ambos para salir de la tienda y buscar al chamán. Al no poder encontrarlo por ninguna parte, le pregunto a un grupo de mujeres que estaban recolectando ropa para llevarla a lavar al río.

- Se fue a enterrar los cuerpos de los que murieron recién – le respondió con pesar. Fue ahí cuando se enteró de que habían fallecido dos jóvenes guaraníes en el intento de rescatar a los niños.

Asintiendo, Emily había corrido hasta su moto y conducido hasta donde se encontraba ahora. En medio de la selva y con un aborigen pisándole los talones. No sabía si tras la denuncia la policía iba a aparecer por allí o no a tiempo, pero realmente esperaba que lo hicieran.

Sin aminorar la marcha notó que a su izquierda, bien a lo lejos, el humo de la casa incendiada danzaba entre las palmeras acompañado del volar de una bandada de pájaros que escapaba del fuego chillando enojados por haber irrumpido en su hogar. De refilón vio que la sombra que la persiguió todo el trayecto se le adelantaba unos metros y que cada tanto ésta se paraba para esperar a que ella lo alcance en distancia. Llegando al mediodía, y bajo un sol radiante semi oculto por la vegetación, Emily decidió detenerse y mover un poco las piernas entumecidas.

No tenía ni una botella de agua como para beber. Estaba muerta de sed y sudaba como animal. Estiró el cuello de su remera color beige y se abanicó con ella un rato mientras se sentaba contra el canto de la moto que estaba apoyada sobre un tronco caído. Levantó la vista hacia la copa de los árboles y entrecerró los ojos ante los rayos de sol que se filtraban entre las hojas. La luz al chocar contra los lentes de sus anteojos rebotaba generando un débil arcoíris.

Los Espíritus de la Selva© (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora