Dos

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La primera vez que desperté en mi nuevo departamento, tuve que pelear con el deseo de regresar a dormir e ignorar todo lo que debía hacer ese día

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La primera vez que desperté en mi nuevo departamento, tuve que pelear con el deseo de regresar a dormir e ignorar todo lo que debía hacer ese día. No había estado durmiendo bien últimamente, y mis ganas de hacer algo que no fuera pasar el día entero recostado en la cama eran casi inexistentes.

Sin embargo, consciente de que no podía huir de mis obligaciones, traté de levantarme y hacer lo mejor del día que tenía por delante.

Octubre había pasado como si fuera un parpadeo, así como mi cumpleaños número dieciocho. Dieciocho era un número grande, uno que normalmente significaba mucho para todos los jovencitos en mi ciudad, ya que nos acreditaba como personas mayores de edad. Adultos a los ojos de la ley.

Yo tenía dieciocho años ya, pero no me sentía en lo absoluto diferente.

—Nils—la voz de mi compañero de departamento, Oliver, me llamó desde el comedor—¿Vas a desayunar?

Respondí con una afirmación que terminó ahogándose con un bostezo, haciendo que Oliver si riera de mí y me dijera que prepararía un par de tazas de café para ambos. Yo no era fanático del café. Siempre lo había encontrado agrio y algo desagradable, hasta que lo probé servido de las manos de Oli.

Yo había estado viviendo en una residencia para estudiantes hasta el año pasado, donde todo se regía por horarios y había muchas personas que te proveían con cosas básicas como la comida. Yo sabía cocinar, lo suficiente como para no morir de hambre, pero aún no me acostumbrara a preparar algo que calificara como un desayuno balanceado.

Oliver tampoco era muy dado a las artes culinarias, pero sus huevos revueltos, pan tostado y café eran mejores que las cosas que a mí se me podían ocurrir.

—Aquí tienes.

Me ofreció una taza humeante con una sonrisa en los labios, para luego levantar sus lentes que caían ligeramente por el puente de su nariz.

—Gracias—le dije, tomando la taza con ambas manos y dejando que el calor me relajara un poco.

Oliver se sentó junto a mí, y comenzó a comer de su plato.

Nosotros nos habíamos conocido en el campus universitario, mientras averiguábamos sobre los exámenes de admisión. Yo quería estudiar literatura y Oliver estaba interesado en el diseño. Así que podría decir que fue un golpe de suerte que ambos resultáramos coincidiendo en la misma mesa de panfletos y que nos tocara el mismo guía, quien parecía demasiado encantado con su propia voz como para darse cuenta que habíamos dejado de prestarle atención diez minutos entrados su discurso.

Hablar con Oliver había sido fácil, aunque no lo pareciera a primera vista. Mientras yo suelo sonreírle a todo el mundo, él es más de tener una expresión serena y desinteresada para con el mundo.

Recuerdo que le conté un chiste estúpido, que hizo que me ganara una mirada entre sorprendida y confundida de su parte. Lo intenté otra vez, y luego una vez más. Cuando solté el final del tercero, Oliver hizo un sonido muy parecido a una risa.

El guía se ganó un buen susto que lo hizo detenerse en su cháchara y yo gané un amigo que me ofreció compartir departamento con él un mes después.

—Creo que, si nos esforzamos un poco, podríamos terminar de instalar los servicios básicos esta semana.

Oliver ya había terminado su taza de café y se servía otra. Yo aún no había tocado la mía.

— ¿Servicios básicos? —Pregunté, sin estar muy seguro de a qué se refería. Teníamos agua y luz. Qué más se podía necesitar.

Oliver elevó una ceja en mi dirección, pero eso no ayudó a aclarar mis dudas.

—Internet, Nils. Internet—Puntuó—Es necesario, para la escuela.

—Oh...

Sentí que me quedaba sin aliento por un momento, pero intenté mantenerme sereno. Claro, internet. Lo necesitábamos para trabajar, comunicarnos, y todas esas maravillas. No era que yo tuviera algo en contra de la gigantesca red de comunicaciones, sin embargo; mi mente había estado intentado permanecer lejos de cualquier medio de comunicación desde hacía varios días.

No soportaba ver las noticias.

Aunque no era algo que quisiera decirle a nadie.

Oliver me miró un momento, como intentando entender qué había causado mi repentino cambio de humor, pero no dijo nada. Se elevó de hombros, casi imperceptiblemente, y decidió mejor tomar el control remoto de la televisión que habíamos terminado de instalar ayer en la noche.

Por un segundo, quise decirle que no la encendiera, pero las palabras murieron en mi garganta.

El aparato se encendió. Sólo había estática.

Oliver cambió los canales, prestando poca atención a las imágenes que pasaba con rapidez ante sus ojos. Yo presioné la taza con un poco más de fuerza, aún si quemaba.

Finalmente, Oliver se detuvo en un noticiero.

Los noticieros matinales nunca habían sido cosa de mi interés. No me gustaba tanta violencia desde tan temprano, pero esa mañana los encontraba aún peores.

No había ningún reportaje sobre asesinatos o robos, quizá esos los dejarían para después.

Lo que estaba en la pantalla, era la misma nota que había visto ser compartida hacía tres días en un grupo de mensajería instantánea que tenía el club de música de mi vieja escuela. Aún si sólo había cuatro miembros en este, siendo uno de ellos el maestro encargado.

La reportera decía que habían encontrado nuevas evidencias en el caso, mientras que la foto del desaparecido aparecía en pantalla junto a la grabación de la última entrevista que le hubieran hecho a su hermano.

Antonio odiaba que llamáramos a Tristán su hermano, pues ellos no tenían lazos de sangre. Aun así, sabíamos que ellos se querían como si lo fueran.

Por eso no me sorprendió, que incluso después de tantas entrevistas, Tristán siguiera llorando cada vez que hablaba de su hermano desaparecido.

Pareciera que sentirse mal, luce bienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora