Abrazo

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Atsushi se había retirado de la agencia un poco antes de lo normal; se encontraba un tanto distraído, algo taladraba su mente, y prefería a toda costa evitar los regaños de su maestro idealista, o algún comentario por parte de Dazai-san, sobre algún enamoramiento "inexistente"...

Además, tampoco es como si tuviesen muchas misiones, al menos no tan importantes. Luego de la invasión de Guild, la Port Mafia se dedicó a recuperar todo lo perdido en combate, y ellos por su parte vigilando durante un tiempo a todos los miembros de aquella macabra organización americana, pero dejaron de considerarse un peligro.

<<Eran unos simples peones. >> Le decía el suicida todo el tiempo a modo de tranquilizarlo. Sin embargo, aun llegaba a tener terrores nocturnos, en los que recordaba a aquel hombre rubio que intento acabar con Yokohama y, por ende, con todos ellos.

Se dedicó a observar las gotas continuas de lluvia repiquetear contra la madera del marco de su pequeña ventana, así como a la ciudad cubierta con una ligera capa de neblina, dejándose a la vista -aunque un tanto débil- las luces de los edificios. Las calles cercanas a los departamentos de la agencia se encontraban vacías, salvo por alguno que otro estudiante que pasaba corriendo camino a casa. El albino subió sus desnudas y lechosas piernas a la altura de su pecho, colocando sus antebrazos sobre sus rodillas, y posteriormente su cabeza. Pensaba dormir, por lo que cambió su típica ropa por un suéter tejido de color negro, le quedaba algunas tallas más grandes, pero no pudo resistirlo, abrigador y agradable al tacto...sin embargo, ni su cama, o aquella deliciosa tela lo ayudaba a conciliar el sueño, su mente divaga de un pensamiento tras otro, llegando a preguntarse con verdadera sorpresa como es que no había sufrido migraña en un momento así.

Pensaba en todo lo referente a su corta -y estrepitosa- vida, del como resulto que aquel niño denominado "fenómeno", al cual la gente le producía repulsión, incluso miedo, pasaría a formar parte de una organización de detectives con poderes sobre naturales pero, sobre todo, parte de lo más tiernamente similar a una familia; familia que, a pesar de no aparentarlo, se preocupan por él. Pensó en la Port Mafia...pensó en Akutagawa, aquel chico de 20 años con ira y tristeza en sus oscuros orbes, aquel que había intentado matarlo en varias ocasiones de manera irracional.

Y, como si sus pensamientos hubiesen tomado la oportunidad exacta de materializarse, un trueno resonó en Yokohama. El albino se sobresaltó, y en aquel momento sintió un aura extraña tras él.

Volteo con lentitud, y el bicolor de sus ojos se encontró con el negro impoluto del joven mafioso. El primero no se movió, simplemente lo contemplo sorprendido, sin mediar palabra; el pelinegro tenía su letal abrigo en el brazo derecho y, con delicadeza, lo colgó en la silla, procurando que no hubiera ningún dobles en la tela. Cuando volteó, el chico tigre continuaba observándolo, y era de esperarse, ¿Quién no estaría conmocionado al ver como su supuesto enemigo, aparecía así como así en tu casa, y despojándose igualmente de todo tipo de arma?

-Escucha, hombre ti...Atsushi.- el muchacho se sentó igualmente en la silla, cruzando elegantemente una de sus largas y delgadas piernas sobre la otra. El mencionado, lo escucho atentamente, y un ligero rubor se formó en sus mejillas, posiblemente al darse cuenta de la vestimenta que llevaba en ese momento. Por su parte, quien estaba frente suyo había cambiado su elegante vestimenta: llevaba una camiseta negra con mangas tres cuartos, que dejaba a la vista sus pronunciadas clavículas, así como un pantalón del mismo tono que se ajustaba a sus extremidades inferiores y, por último, unas botas sencillas que hacían juego, empapadas en agua al igual que sus mechones de cabello.

-... ¿Qué sucede, Akutagawa?- pronuncio el peliblanco con lentitud, y sorpresiva tranquilidad, algo que también tomo de imprevisto al mafioso, quien al mismo tiempo no podía evitar observar las delgadas piernas del contrario, que aún con el más simple rayo luz brillaban cual luna, y contrastaban con aquella tela oscura. El color carmín no tardó en aparecer en su rostro.

Esto es amor, Akutagawa. (Shin Soukoku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora