Por la mañana mientras desayunaba, recordé el sueño de anoche. No fue un... sueño exactamente. Fueron como imágenes. Tan solo imágenes, que aparecían en mi mente como un arrebato. Éramos yo y un chico… Era Justin, pude sentirlo. Estaba más grande, definitivamente. No logré ver su rostro. Siempre caminaba delante de mí y podía escuchar su voz. Fue extraño. No había soñado con él en años, apenas lo recordaba.
La semana pasó rápido… muy rápido, para mi gusto.
Desperté ese sábado a eso de las 9. Tomé una ducha y me arreglé. Mientras bajaba por las escaleras escuché el ruido de cajas arrastrándose por el piso. Sip, hoy me iba. No había vuelta atrás.
Cuando terminamos de empacar y Sunny por fin terminó de despedirse de mí por décima vez en la mañana, colgué el teléfono y caminé hacia el auto con una cara triste. Estaba enojada con todo y todos en ese momento. No quería volver a Canadá, mi vida estaba en California. Pero una parte de mi necesitaba volver, quería volver a ver a Justin… y a mi madre, tal vez.
Miré mi casa, que iba desapareciendo a lo lejos.
Al llegar al aeropuerto, papá se puso a darnos una charla “emotiva”, a mí y a Tom. Mientras yo fingía prestar atención y tenía mi mente en otro lado, Tom miraba a través de la ventana a lo lejos.
“Entendido?” – preguntó papá.
“Uh, sí” – respondí, volviendo a la realidad.
En cuanto a mi hermano, el ni siquiera se molestó en fingir una respuesta. Seguía enojado, por supuesto. Quién no? Incluso mi padre estuvo de mal humor los últimos días.
“Pasajeros del vuelo 143 al estado de Toronto, Canadá, por favor, dirigirse a la fila de abordaje” – se escuchó por el altavoz.
Mi estómago dio un vuelco. Era el momento que más temía que llegara. Papá puso una mano reconfortante en mi hombro.
“Vamos, todo estará bien” – dijo, pero sonó más como si fuera para él mismo, mientras observaba a la gente formando una fila a unos cuantos metros de nosotros.
“Quieren perder el vuelo o qué?” – dijo Tom mientras pasaba caminando a nuestro lado.
“Quizás”, pensé. Y entonces nos pusimos en la fila. 10 minutos después estábamos caminando hacia el avión… Dejando mi vida atrás, básicamente. Mis amigos, mi hogar. Todo sería inolvidable. Luego de dormir por lo que se sintió un día entero, aunque en realidad fueron horas, Tom me despertó.
“Estamos aquí” – alcancé a oír mientras me levantaba. Lo vi mirando hacia la ventana, perdido en sus propios pensamientos.
“Mejor?” – pregunté dudosa.
“Un poco… mira eso” – dijo con una sonrisa que pronto se contagió a mi rostro. Su dedo apuntaba hacia el paisaje.
Era totalmente hermoso. La puesta del Sol se veía majestuosa a esta altura: las nubes se veían realmente de algodón, mientras un color anaranjado cálido pasaba a través de ellas. Íbamos descendiendo poco a poco.
Al llegar a tierra, Tom y yo nos dispusimos a esperar a papá mientras toda la gente salía a nuestro lado en el asiento. Papá pasó a Tom pocos minutos después, nos paramos y fuimos tras suyo.
Luego de hacer la llegada en el aeropuerto con todos los papeles correspondientes, nos embarcamos en un largo viaje hasta Stratford. Bajamos en el centro de la ciudad...
"Es casi igual a como estaba cuando nos fuimos" - dijo papá.
Llamamos un taxi y el conductor subió nuestras maletas con ayuda de Tom, mientras yo me sentaba en la parte de atrás, donde mi hermano se unió a mí unos segundos después. Papá cerró la puerta y dio la dirección de nuestra casa. Es increíble como un grupo de personas, de la empresa donde trabaja mi padre, en este caso, pueden arreglarte una vida entera en una semana.
“No puedo creer que te hayan dicho eso” – dijo papá entre risas.
“El qué?” – preguntó Tom.
“Que luzcas más americano que canadiense” – reí entre dientes.
“Ya cállate”.
Luego de eso el viaje fue en silencio. Nadie quería decir nada. Ni siquiera papá.
“Es aquí” – soltó el conductor mientras estacionaba al borde de la calle.
“Bien, muchas gracias” – dijo papá entregándole dinero. “Tom. Ayúdame con las maletas, ____ abre la puerta, por favor” – me dio la llave.
Sentí la emoción dando vueltas en mi estómago cuando vi la casa y comencé a recordar todo como si hubiese sido ayer, y entonces allí estaba, justo al lado… la casa de mi primer mejor amigo.
“Está todo bien?” – preguntó papá al pasar a mi lado con un par de maletas en sus manos.
“Esa es la casa de Justin, verdad?” – señalé la casa con la cabeza. Papá sonrió.
“Si, esa es. Pero no creo que siga viviendo allí, fue hace mucho tiempo”
Cuando terminamos de bajar las cosas y acomodarnos un poco, papá decidió ir a Mc. Donald’s por algo de cenar. Tom subió a ver las habitaciones que ya ni recordaba y yo me quedé recorriendo cada punta del living y la cocina. Se sentía como si tuviera 7 años de nuevo. De repente, escuché un ruido fuera y miré por la ventana.
Una moto se estacionó frente a la casa de al lado y un chico alto y delgado bajó de ella. Sentía mariposas en el estómago, y una vez más, las imágenes pasaron por mi mente. De repente, el chico volteó y miró hacia la ventana, donde yo lo acechaba sigilosamente. Caminó hasta mi casa y avanzó hacia la puerta.
Necesitaba gritar. Lo escuché golpear y abrí…
"Kelsey?” – preguntó el chico.
“Hola, Justin”