Una tragedia

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El viajero se encuentra reposando en un jergón abultado y desgastado, no es muy confortable; pero, prefiere que su madre e hijos descansen en la cama grande. Espontáneamente, abre los ojos con un solo pensamiento paseando por su cabeza, ¿por qué acaparar todas las bendiciones de Ivita para él y su familia? Lo justo sería ir a la Gran Ciudad y permitir que todos puedan regocijarse con los virtuosos eventos que tienen lugar a su al rededor. Con esa reflexión en mente, prepara un bolso añoso con algunas prendas, vegetales envueltos en paños y, desde luego, vasijas con agua fresca para la excursión que les espera. Las manos de Alónida e Ivita se muestran inseparables, pero tras la solemne promesa de que retornarán pronto, ambas se despiden con un sentimental abrazo.

El viajero y su chiquilla milagrosa emprenden el viaje hasta la Gran Ciudad; en toda la superficie de ese rojo mundo, esa es quizá la zona que alberga más vidas... Y más penurias. Es toda una civilización de personas con largas y afanosas existencias, aspirando a seguir con vida día tras día, con un ciego optimismo que les susurra al oído cada noche que en algún momento las cosas serán mejores. El viajero siente algo de arrepentimiento por dejar a su familia atrás, pero para viajes tan extenuantes menos es más, por eso juzgó más fructífero partir solo con Ivita, los demás pueden esperar en casa; y quién sabe, quizá para su regreso Alónida también haya hecho sus propios milagros.

En media travesía, ambos logran ver como las plantas marchitas florecen otra vez, la exótica fauna que siempre se muestra enfermiza se llena de vitalidad; solo pueden ser buenas señales de lo que les depara el futuro. Mientras tanto, Alónida se encuentra fuera de la casa, mirando el horizonte por el cual su adorada hermana ha emprendido, ¿es normal sentir algo de celos por ella? Su padre dice que hace milagros, su abuela lo dice, sus hermanos lo dicen, ambas fueron encontradas en las mismas circunstancias y; sin embargo... ¿Por qué no ocurren esas cosas maravillosas a su al rededor? Un ruido, la abuela está llamando para que regrese, aunque Alónida no haya hecho ningún milagro, sigue siendo apreciada en su hogar, una lágrima solitaria baja por su mejilla al darse cuenta de ello, se sacude torpemente la arena de sus ropajes y vuelve de inmediato.

Un anciano se lamenta por la aflicción de sus cansados huesos, echado y abandonado. Sus seres queridos perecieron en un accidente de gran combustión, él mismo estuvo por unírseles; pero, la suerte dictaminó que solo perdería su vista, vaya suerte, quizá fallecer con ellos habría sido más misericordioso, en ese mundo decadente es imposible laborar sin poder ver nada, y nadie se encargará de cuidar su quebrantado espíritu, solo le queda esperar allí donde se encuentra su inevitable destino, morir en la Gran Ciudad.

De poder observar la frontera, podría ver dos figuras borrosas acercándose con la puesta del sol. Pasados unos instantes ya se encuentran frente a él, el viajero observa al desventurado con gran pesar; Ivita avanza con pasos tímidos y toma la mano del hombre, que levanta la cara al sentir tan suave tacto en su tosca piel. Sus músculos se relajan, el dolor de su cuerpo se desvanece como si la pequeña mano de esa niña le hubiera ahuyentado, y casi por reflejo, producto del confort y la perplejidad, sus ojos se abren, incluso sabiendo que es una acción inútil, o más bien creyéndolo, porque al separarse sus pestañas puede ver a una radiante infante, no le cabe la menor duda, ella ha provocado tan sobrecogedor sentimiento en su cuerpo. Ivita suelta su mano y regresa al lado del viajero, ambos se alejan con una sonrisa, ese es solo el primero de muchos.

El tiempo fluye y ambos recorren la ciudad con vivacidad, desvaneciendo enfermedades, vigorizando las plantas que purifican el aire, infundiendo vida en los pesarosos animales que acompañan a los senitas. Al dar por finalizado su tour por la Gran Ciudad, esta puede verse inundada por una inmensa felicidad no vista desde hace cuantioso tiempo. Entre la excitación y la ignorancia, todos intuyen que deben tal alegría a esa pequeña incógnita que camina junto al viajero, de tal belleza y brillantez que pareciera gritar: "¡Esto es obra mía!" Satisfechos, ambos abandonan la ciudad, es momento de volver a casa.

Peculiarmente, el largo camino entre la Gran Ciudad y su sencilla morada es pesado, pero caminar al lado de Ivita pareciera alivianar la carga, podría ser otro pequeño milagro, o quizá su cuerpo se encuentra tan a gusto que ha olvidado que puede cansarse. La niña, por otro lado, no baja el ritmo en ningún momento, el viajero le consulta cada cierto tiempo si quiere detenerse y reposar, la respuesta siempre es: "si estás cansado, solo tienes que decirlo", seguida de una risa distraída, con la mirada clavada en la lejanía, como si pensara constantemente en algo, o alguien. La vivienda ha sido alcanzada, ambos se sacuden la arena con gusto, Ivita no puede evitar dejar salir un adorable estornudo; con una carcajada, el viajero es el primero en entrar, el primero en ver el horror.

Después de llevar una vida tan penosa, resulta trascendental el hecho de que esos fueron los segundos más espantosos de toda su existencia, habida y por haber. Alónida se encuentra sentada en el suelo, acurrucada con unas sábanas, descargando la desdicha por medio de sus lágrimas cristalinas; y a su alrededor, yace su abuela junto con sus hermanos, dándose el último abrazo, decir que han muerto sería no hacer justicia, son irreconocibles, negruzcos cascarones vacíos con una leve forma de lo que fueron alguna vez. El grito desgarrador del viajero es de esperarse, cae de rodillas, llevándose las manos temblorosas a la cabeza, su desesperación; sin embargo, se ve atenuada a los pocos instantes, cuando su cuerpo empieza a sentirse débil, y es asediado por un punzante dolor de cabeza, ¿es su turno de compartir ese insoportable destino? Parece que no, Ivita entra alarmada por el escándalo, y tan pronto hace su aparición, la debilidad se desvanece, el dolor deja de existir; la pequeña abraza a su padre mientras mira con angustia los restos de su familia. Alónida se pone de pie, tambaleándose y sollozando por el amargo sentimiento de culpa que invade su mente, "este es mi milagro", proclama su voz temblorosa, y con pasos tímidos abandona la casa mientras el viajero la mira con espanto, paralizado donde se encuentra; su amada hermana mira la escena con temor, pero no a su hermana, la sigue viendo como el ser más importante en su vida, como si muy en el fondo de su corazón supiera que lo que sucedió fue inevitable.

Ya en el exterior, Alónida empieza a dar pasos aún más paulatinos, así lo hace hasta que sus pies se separan de la arena y su cuerpo se eleva con gran donaire, desde lejos podría confundirse con aquella luminiscencia etérea que alguna vez fue. Rápidamente, abandona Vermalli y regresa a su verdadero hogar, donde fue gloriosamente concebida, el cosmos. Para cuando el viajero e Ivita salen de la casa, Alónida se ha convertido en tan solo un recuerdo, en lo que a nosotros concierne, la historia del viajero y de la niña milagrosa ha terminado, pero Alónida acaba de emprender un viaje de gran importancia, por el auto-descubrimiento que desesperadamente necesita. 

AlónidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora