Una oportunidad

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¿Cuánto tiempo? Quién sabe, sus ropajes dejaron de quedarle desde que abandonó ese planeta empapado de funestos recuerdos, simplemente ha estado flotando por una inmensa galaxia que pareciera no tener fin, sin importar en qué dirección mire. Con una mirada solemne, se maravilla con lo que sin duda es un gran espectáculo visual, aunque la primera vez que ella y su hermana abrieron los ojos fue en un desierto escarlata, su intuición le dice que todo surgió allí donde se encuentra, es un sentimiento de familiaridad que inocentemente es incapaz de explicar, lo más importante; sin embargo, es que en el vacío no puede dañar a nadie, se espanta de solo recordar que tiene un don, uno que quisiera poder soltar en ese momento, seguir flotando mientras se aleja lentamente del mismo, quizá volver a casa... Es un disparate, ha vagado por tanto tiempo que ni siquiera recuerda cómo regresar, quizá sea para bien.

De vez en cuando, Alónida siente nostalgia por sentir tierra bajo sus pies, correr por horas mientras el viento juega con sus cabellos, llenar sus pulmones con largas bocanadas de aire, chapotear en el agua mientras ríe despreocupada. Lo gracioso es que eran pocas las veces que hacía tales acciones, Ivita es quien corría por horas mientras sus hermanos caían agotados, es quien se sentaba a respirar profundo mientras meditaba sobre su don, es quien se metía enérgica al barril lleno de agua y salpicaba a los valientes que se acercaban... Hacerlo ella misma es una forma de sentirla cerca, es todo lo que tiene. Motivada por esa necesidad, Alónida baja a algunos planetas, la atracción de estos suele ser distinta, así que ha debido aprender a descender lentamente sin estrellarse contra el suelo, y evitar a los seres vivos en caso de que los haya, porque no importa la envergadura que tengan, lo inteligentes que puedan ser, o su longevidad, todos se marchitan hasta transformarse en un tétrico vestigio de lo que solían ser; tal parece que no sentirá una caricia muy pronto. Esta fase de su existencia la angustia como es de esperar, pero su don no puede ser sometido, las estrellas saben que lo ha intentado, la soledad es todo lo que puede permitirse ahora, y entre más tiempo se encuentra sola, mayor es su dolor.

Mientras la mortífera doncella se encuentra dando espaciosos saltos entre roca y roca, en medio de un cinturón de asteroides, distrayéndose del aburrimiento que incluso un paisaje como el que tiene en frente puede provocar, y mirando en todas direcciones, logra avizorar un planeta que sobresale del resto, su nombre es Holligan. Una estrella bastante pequeña es la que le concede su luz y calor, debe ser un planeta bastante frío; pero, eso no le representa un impedimento, desde planetas con ardiente pasión hasta otros con fría indiferencia, Alónida puede visitarlos sin contratiempo alguno, en realidad son sus preferidos, no suele haber vida en ellos. Este frío planeta; sin embargo, es llamativo por diferente motivo, gran parte de su superficie parece estar cubierta de metal, significa que algunos seres se han dado a la tarea de remodelar su hogar. Se acerca con flote vacilante y entre más puede apreciar el planeta, más lágrimas manan de sus ojos, esos ojos intensos que a su vez pueden parecer tan afligidos, el metal que adorna al cuerpo celeste le recuerda a su oxidado antiguo hogar, no hará daño verlo más de cerca.

Desciende intranquila mientras se abraza así misma, una zona rocosa carente de vegetación, algunas edificaciones antiguas compuestas de lustroso metal, un negruzco cielo nublado, ni una señal de vida. Cuando sus pies perciben el frío metal de un largo camino cercado que enlaza un edificio con otro, siente que ese planeta es particularmente lamentable, no es como esos mundos infértiles en los que jamás ha latido un corazón, en ese sitio hubo vida, y por algún motivo... Ya no la hay. Se pasea brevemente por los al rededores hasta que algo en la lejanía llama su atención, se ve como una persona tirada en el suelo, y uno de sus brazos parece haberse desprendido de su cuerpo, sombrío. Aún así decide acercarse, si ya ha muerto no hay nada que perder.

Que gran desconcierto invade sus pensamientos al tenerlo en frente. En primer lugar, esa criatura parece estar hecha de metal, sus ojos son cristales esféricos, su ovalada cabeza parece demasiado grande para una figura tan pequeña, sus brazos y piernas cortas parecen de goma, y tiene el sello de un corazón rojo en su frío torso. Alónida recuerda con una leve sonrisa haber visto dicho símbolo hace largo tiempo. Solo las estrellas saben qué trágico destino dejó a esa pobre criatura en ese estado... Confundida, se agacha y acaricia su dura cabeza, está agrietada, algunas partes de su cuerpo parecen chamuscadas, los igualmente chamuscados cables que salen de su brazo desprendido podrían indicar la razón; no tiene importancia, no es ese el motivo de su confusión, ¿no debería convertirse en un sombrío y vacío cascarón ante su presencia? Parece que no.

Al ponerse nuevamente de pie, logra escuchar un débil murmullo a sus espaldas, una vocecilla robótica, pues es un robot quién intenta llamar su atención. Idéntico al que yace en el suelo, se asoma desde una trinchera que ha excavado con sus propias manos metálicas, sosteniendo una malla cubierta de tierra con la que ocultaba su escondite, ¿de quién podría esconderse? Alónida le observa saludando con su cómico brazo elástico, sin duda se ve amigable. No está tan lejos, y no parece verse afectado por su don, quizá por fin haya encontrado a alguien que pueda hacerle compañía, puede que finalmente haya encontrado un amigo, el hombrecito de metal; sin embargo, hace retroceder tímidamente su mano, "¡peligro!", exclama, regresando a su escondite. La dama de la muerte baja el rostro, decaída, tiene razón, es un peligro y siempre lo será, esta realización; sin embargo, le genera un nuevo sentimiento, ira.

Tras haber encontrado a alguien que no muere a su lado, y verle rechazarla sin siquiera darse el tiempo de conocerla, puede sentir a su don susurrándole en el oído... "Jamás encontrarás a alguien que te quiera". Prontamente, un molesto e incesante zumbido llega a sus oídos, y la verdadera preocupación del asustadizo robot hace acto de presencia, una caterva de insectos semejantes a abejas, pero ligeramente más grandes y de color verdoso, se acercan súbitamente con un hambre atroz; para su mala suerte, seguir impulsos puede ser mortal. Estando los bichos voladores casi sobre su cabeza, Alónida deja salir todo su dolor reprimido en una rabieta digna de los dioses, un grito desgarrador sale de su garganta, mientras se deja caer en el suelo y las lágrimas se deslizan por sus ardientes mejillas, su supremacía se hace respetar de inmediato, pues las alimañas, no solo a su al rededor, sino también las que habitan todo el planeta, llueven del cielo sucumbiendo ante el influjo mortífero, y por su pequeño tamaño, se convierten rápidamente en cascarones vacíos, esos desesperanzadores cascarones a los que ya está tan acostumbrada.

Luego de la tormenta aparece la calma. Sentada, se dispone a mirar su obra, todo suele comenzar con una serie de gritos exasperantes, seguidos de gemidos agonizantes, y la cúspide... Un silencio imperturbable. Una mano rígida se posa en su hombro desnudo, desconcertada, se voltea y mira con asombro, el robot se encuentra a su lado. "¡Zona segura!", exclama con alegría, y empieza a bailotear como si nada, no cae al suelo, no se retuerce, no gime de dolor, no muere... Ante tal revelación, Alónida se cubre el rostro mientras limpia sus lágrimas, el robot no puede evitar preocuparse, sin saber que es el primer momento de felicidad que ha tenido desde que abandonó Vermalli. Por alguna razón que no logra comprender, su nuevo compañero sigue con vida, es temprano aún, pero pronto sabrá que ese será su primer amigo desde que huyó de su hogar, el primero de muchos.

Alónida abandona el lugar acompañada del robot, y juntos viajan durante muchísimo tiempo por todo el planeta, cada robot sobreviviente a la plaga que encuentran, se les une con la misma energía con la que cuenta el primero que conoció, sus nuevos amigos fueron en el pasado constantemente atacados por los temibles insectos, que se abrían paso por sus circuitos y los destruían desde dentro, un ciclo de barbarie que en su momento incluyó a los pequeños robots, a los insectos, y quién sabe a quienes más. Pero, la tragedia ha acabado, la plaga ha desaparecido, y lo mismo le sucederá a cualquier cazador con la mala suerte de confundir a Alónida con una presa.

Hoy, pasados cuantiosos ciclos solares, los robots levantan una enorme estatua que brilla tanto como la musa que la ha inspirado, Alónida ha sido causa de gran desesperación por toda la galaxia; pero, en este lugar es lo que siempre soñó poder ser, una salvadora. Observa con rubor la magnífica estatua que han hecho en su honor, con un robot sentado en sus tersas y suaves piernas, que no deja de aplaudir ante la hazaña de levantar tamaña obra de arte. Un robot algo más grande que el resto se aproxima tambaleándose sobre sus pesados pies, y pregunta por su nombre para grabarlo en la base de la estatua, la pregunta tiene su gracia, durante todo ese tiempo siempre se han referido a ella como "La Diosa", nunca preguntó por qué le llamaban así. "Alónida, Asesina, Monstruo, Peligro, Salvadora, Protectora, Diosa... Tengo muchos nombres", contesta mientras su mirada se pierde en las estrellas, antes de que el robot responda confundido, su nueva diosa abre los labios nuevamente, "pero mi verdadero nombre siempre será Alónida", dice finalmente, con una gran sonrisa en su rostro. De allí en adelante le esperan muchas más sonrisas con su nueva familia de metal, permaneciendo en Holligan, un mundo donde más nada morirá.

FIN

AlónidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora