ETERNA OSCURIDAD
Tamara Díaz Calvete
Editorial Hades.
http://www.sagaeternaoscuridad.blogspot.com.es/
PREFACIO
Ella corría por aquel bosque húmedo y sombrío. El silencio se veía roto por sus sollozos y sus jadeos. Sabía que no aguantaría mucho tiempo más, pero tenía que huir, tenía que ponerlo a salvo...
Su rostro se contrajo de dolor al caer de bruces contra el suelo. Las lágrimas corrían desbocadas por sus sucias mejillas y su vestido se había rasgado en la caída dejando al descubierto unas piernas cubiertas de arañazos y enrojecidas. Apenas podía respirar y sentía su corazón latir desbocado en su pecho. Allí, tendida sobre la húmeda tierra, y sintiendo sus músculos doloridos por la carrera, fue consciente de que no podría huir más. Iba a atraparla y a conseguir lo que su abuela le había confiado, si no lograba ocultarlo a tiempo. Con el corazón bombeándole a cien por hora, se levantó y examinó nerviosa a su alrededor, atenta a cualquier ruido, hasta que lo vio. Era el lugar perfecto.
El viento arrastraba un tenue murmullo y había comenzado a caer una fina llovizna que sorteaba con precisión la maraña vegetal que se extendía sobre aquel terreno abandonado. Una maldición escapó de sus labios cuando el barro y la vegetación muerta hicieron que cayera de nuevo poco antes de llegar al lugar donde escondería su tesoro. Se arrastró con dificultad hacia la enorme piedra que custodiaba la entrada a un antiguo cementerio y excavó lo más rápido que podía, notaba desgarrarse sus dedos con las piedras y las raíces, pero no estaba dispuesta a parar. Cuando el agujero fue lo suficientemente profundo, desató con manos temblorosas el colgante que pendía de su cuello y, envolviéndolo en un jirón de su vestido, lo enterró con rapidez. Antes de que su perseguidor la alcanzara, la joven pudo alejarse lo suficiente del lugar y, agotada, se dejó caer, esperando a que aquel ser llegase a ella.
El olor de la tierra mojada la embargaba y agobiaba, mientras notaba cómo la naturaleza comenzaba a despertar. Podía oír el murmullo de los roedores que volvían a sus madrigueras y aquel sonido familiar hizo que esbozara una triste sonrisa y cerrase los ojos para recordar aquellos momentos de paz que se habían visto tan abruptamente interrumpidos. Recordaba su hogar, la granja en la que había pasado toda su vida rodeada de las personas; había sido inmensamente feliz en su pequeño paraíso, apartado de la gente y sumido en la armoniosa tranquilidad del bosque. Sin embargo, esa tranquilidad, esa vida libre de preocupaciones, había desaparecido ante sus propios ojos cuando vio en los ojos de su abuela el miedo y la tristeza mientras le ordenaba correr lo más lejos posible.
No escuchó nada, ni siquiera pudo oír el quejido de las ramas secas al quebrarse bajo sus pies; sin embargo, un escalofrío le recorrió el cuerpo al sentir el aliento de su perseguidor tan cerca. Mantuvo los ojos cerrados mientras sentía sus manos sobre su cuerpo, buscando el objeto que tanto ansiaba. No quería ver el rostro de aquel monstruo que la atormentaba y, desde luego, no quería que su último recuerdo fuese ese... Ella quería recordar el rostro de su madre y de su abuela mientras la vida le abandonaba, y dirigir hacia ellas sus últimos pensamientos.
― ¿Dónde está el medallón, niña?―preguntó con una voz aguda y gélida.
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La sombra de una esperanza (Eterna Oscuridad nº1)
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