Eterna Oscuridad Capítulos II y III

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CAPÍTULO II

Habían pasado muchos años desde aquella entrañable noche. El cielo se encontraba cubierto de unas nubes densas que llevaban ya una semana amenazando con descargar un considerable aguacero. Elisa se encontraba encaramada a un árbol de gran altura desde el que podía vislumbrar con claridad todo el claro y el edificio que se encontraba al fondo de aquel idílico paisaje.

Hacía ya varias noches que Elisa vigilaba sin éxito aquella mansión aislada cuyo aspecto siniestro no encajaba bien en aquella localidad tranquila y de verdes campos, en la que los campesinos se dedicaban a cuidar los pastos y alimentar sus animales. Sin embargo, en pocos meses la situación en el lugar había cambiado y no pasaba día en que no desapareciese algún vecino o en el que los indigentes que habitaban en los bosques hablasen sobre unos monstruos de ojos rojos que acudían de noche y se llevaban a sus compañeros. Elisa había visto en aquello lo que los habitantes no habían sabido ver y sus indagaciones le habían conducido a aquella extraña mansión que, para estar deshabitada, mostraba un gran ajetreo durante las noches.

 Sin embargo, la vigilancia de aquella noche prometía ser tan desesperante como las anteriores y su concentración comenzaba a jugarle malas pasadas al permitir que los recuerdos encerrados emergiesen de nuevo y la sumergiesen en un pasado que ella pretendía olvidar. Cansada ya de luchar,  cerró los ojos con lentitud y dejó que la embargasen los recuerdos que pugnaban por salir.

Lo recordaba perfectamente. Había sufrido durante dos semanas, dos semanas que le parecieron realmente interminables. Había oído voces llamándola, había sentido cómo la tocaban... y él siempre había estado a su lado. Daniel. Su nombre le golpeó como un cuchillo, rasgando su pecho y haciendo que el dolor reapareciese. Daniel había muerto apenas unos meses antes, mientras ambos se encontraban de cacería por el sur de Elindora  para encontrar al monstruo que le había atacado  después de que la Orden Protectora les alejase de su seno y les repudiara públicamente. Nadie había salido en su defensa aquel triste día... nadie excepto Daniel que decidió apartarse de su antigua vida para poder enseñarle a controlar sus excepcionales dones. A su mente acudió aquella mazmorra fría y oscura; las voces de los jueces resonaron de nuevo en su cabeza.

-          Elisa Warrent, hija de Kilye y Robert Warrent, descendiente de la mántica Casandra.- había comenzado el más anciano de aquellos jueces, hablando con voz dura y distante.- El consejo de jueces de la Orden Protectora ha decidido que debes alejarte de nuestra sede de inmediato, considerando que tus actos han resultado peligrosos para todos los miembros y...

-          ¡No es cierto!- había gruñido ella, en ocasiones le era muy difícil controlar su rabia.- Perdón, quiero decir que en ningún momento lleve a ninguno de mis compañeros conmigo ni puse en modo alguno a la orden en peligro. He sido discreta, jueces, y  lo sabéis.

-          Elisa, tu impertinencia ha alcanzado grados insospechados.- prosiguió otro juez, mirándola con crueldad y determinación.- No sólo desobedeciste airadamente las órdenes de tus superiores sino que te atreviste a encararte con el veterano Simon Well.

-          Por otro lado, querida Elisa, no podemos olvidarnos de lo útil que has sido para nosotros durante estos años.- atajó otro de ellos, el único cuya mirada era más dulce y tranquila.- Tus servicios y tu inestimable ayuda nos han hecho recapacitar y otorgarte un último favor.

-          ¿Me dejaréis llevarme mis cosas?- se mofó ella, sonriendo con ironía y mostrando a todos sus afilados colmillos.

-          ¡ Elisa!- bufó tras de ella la voz de Daniel que la miraba completamente perplejo.

-          Este es otro de tus graves problemas, Elisa: no sabes aceptar las críticas.- sentenció el anciano que había hablado el primero.- Como decíamos, hemos decidido concederte la vida y la libertad.

La sombra de una esperanza (Eterna Oscuridad nº1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora