Capítulo Dieciocho

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«Pero... ¿Qué hago yo aquí? ¿Cómo han logrado meterme sin que me entere? ¿Dónde me llevan

A través del cristal que daba a la parte delantera de la ambulancia podía ver a dos personas.
Conducía un varón. Tenía el pelo corto y moreno. De su cara sólo podía ver sus ojos reflejados en el espejo retrovisor. Me sonaban tanto esos ojos...

A su lado, en el lugar del copiloto había una mujer. Tenía la melena rubia y recogida en una coleta. De ella no distinguía nada más.

Iban callados. Él vestía con el uniforme del Samur y ella llevaba una bata de médico.

Miré bien el interior de la ambulancia, por si hubiese algo que pudiera ayudarme a escapar de allí.
Había monitores, cables, bombonas de oxígeno y muchos utensilios quirúrgicos. Cogí un bisturí.

Miré mi vestuario y comprobé que, efectivamente, sólo llevaba puesta la bata de enfermo que te proporcionan en el hospital y que está abierta por detrás. Busqué algo de ropa para poder ponerme en caso de lograr escaparme.
En una especie de baúl, amontonados, había vestuario de médico. Todos eran talla única, por lo que no me entretuve a elegir. Me puse una camisa y un pantalón blancos. También unos zuecos a juego.

Miré de reojo por el cristal, no quería que descubrieran aún que estaba consciente. Seguían mirando hacia adelante.

Tracé un plan de escapatoria rápida y me cercioré de que podía ser posible. ¡Lo tenía! Ahora faltaba el valor.

Me senté un momento, cerré los ojos, respiré profundo y me levanté sin pensármelo más.

Dí unos golpes en el cristal. Ella se giró.

¡Era Cecilia!

Me entró un miedo irracional. Esa mujer me daba pavor.
Deseaba escapar de allí como fuera.

Ella le dijo algo a él que no escuché con claridad.

Cogimos un desvío hacia una zona habilitada como merendero. Estaba desierta, y más a esas horas de la noche.
El piloto, lentamente, paró el vehículo y, después de desabrocharse el cinturón de seguridad, se puso una capucha y una braga de cuello tapando su cara a partir de su nariz. Después bajó por su puerta.
Mientras, Cecilia sacó su móvil y realizó una llamada.

-Despertó- solamente dijo eso y colgó.

Oí como se acercaba el conductor hacia la puerta trasera.
Me eché tres pasos hacia atrás. Me temblaban las piernas.
Me lancé hacia la puerta corredera de la ambulancia.
El pestillo fue bajando lentamente hasta que ya no oponía fuerza ninguna. La puerta se abrió. Le ví la cara.

!- le grité.

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