Capítulo Treinta

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Me temblaban las piernas. Tenía sudores fríos. La mujer que había hecho esa carnicería me esperaba al otro lado de la puerta. Esa mujer me había secuestrado y me había involucrado en un asunto de drogas.

Sabía perfectamente que iba a poder soltarme las esposas, sino no me hubiera invitado a salir de allí.

Y lo más inquietante, pudiendo matarme o secuestrarme mientras estaba inconsciente ha preferido esperar unas tres horas a que me despierte.

Mucha sangre fría, demasiada como para enfrentarme a ella.

No me atrevía a salir, me hacía la remolona. Cogía todo, lo miraba por segunda y tercera vez. Por si acaso me agencié la porra policial, ya que las pistolas no estaban.

Por cierto, ¿dónde estaba el cadáver de Suarez? La sangre estaba en el lugar en el que la foto mostraba que había fallecido, pero él no.

¡La foto! Me acerqué a verla otra vez. Me fijé en su brazo, en la escopeta. No parecía una mujer corpulenta, su brazo no parecía tener una fuerza enorme como para sacar a Suarez arrastrándolo ella sola. Tenía que haber alguien más.

Respiré hondo. Tarde o temprano tendría que salir así que decidí no alargar más mi agonía. Con mucha cautela y andando silenciosamente de puntillas, por si acaso, me acerqué a la puerta.

 Con mucha cautela y andando silenciosamente de puntillas, por si acaso, me acerqué a la puerta

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Pasé por encima de Yagüe abriendo mucho las piernas para no tocarlo. Me daba mucho asco su aspecto, y aún más después de ver cómo me miraba en esa foto.

Al fondo del pasillo había un bulto en el suelo encima de un gran charco de sangre. Agarré fuerte la porra y avancé sigilosa. Aunque iba con todo el cuidado del mundo, el eco de mis pasos en ese sitio cerrado resonaban. Daba la sensación de que lo hacían más fuerte de la potencia que usaba para darlos.

El bulto se movió ligeramente.

Mi respiración se agitó y el corazón se me puso al borde del infarto.

Tal y como se estaba moviendo, con esos gestos lentos y costosos, debía ser alguien herido de muerte.
Aposté por el inspector Suarez, puesto que había visto lo que había ocurrido con él y su cuerpo no estaba dónde sucedió todo.

Avanzaba muerta de miedo mientras veía agonizar a quien quiera que fuese.

Al llegar hasta él estaba quieto, tumbado de lado, tapándose la cara con los brazos. No movía ni un músculo. Por si acaso agarré la porra con las dos manos, bloqueaba todo el paso, tenía que pasar por encima de él, si hacia cualquier cosa le golpearía con fuerza.

Abrí las piernas dejando que su cuerpo quedase entre ellas mientras seguía hacia adelante. Al llegar a la altura de su ombligo se levantó como un resorte, incorporándose sentado.

Sin pensarlo, golpeé con mucha fuerza su cabeza mientras me daba cuenta de que no era el inspector Suarez, acababa de rematar brutalmente a mi padre.

Sin pensarlo, golpeé con mucha fuerza su cabeza mientras me daba cuenta de que no era el inspector Suarez, acababa de rematar brutalmente a mi padre

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