Los 3 estados

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Arban, quien estaba sentado junto a mí, me había hecho una pregunta que remontaba a los inicios de mi existencia, lo más remoto de los tiempos, el inicio de mi aventura. En respuesta a su curiosidad le contesté que había sido dado a luz a un costado de la torre más alta de todo Bouquesdil, ubicada en el Tercer Estado. Nací en algún punto del tiempo, mis padres eran campesinos y vivían a dos horas de la villa más cercana, la cual le pertenecía al clan de "Los poderosos de Nomelia". Mi padre sostenía una penosa relación con el líder del clan, en donde estaba obligado a darle la mitad de nuestra cosecha semanal a cambio de que no nos invadieran. Yo personalmente nunca comprendí por qué no nos mudábamos a otro sitio más alejado, pero es algo que tampoco cuestioné en su momento.

Arban me miraba intrigado, podría haberle recordado que su agua se estaba enfriando, pero en cambio preferí continuar relatándole lo único que conozco con detalle, mi vida. Sus labios congelados se abrieron y tomó un poco de su agua para después decir:

Arban: Ya es tiempo, puedes seguir forjando tu historia luego pero el presente nos espera.

Yo: Tienes razón, tal vez haya mucho que recorrer como para tomarse gustos de esta duración.

El café estaba vacío, yo y Arban éramos los únicos que teníamos los roles de clientes en ese momento, algo raro pensando en la ubicación del local, el patio central del Tercer Estado. Arban se levantó a pedir la cuenta mientras yo esperaba sentado y observaba cautelosamente los detalles del lugar, estaba hecho de una mezcla entre madera, roca común y troncos. Me fijé en las sillas, hechas de madera de roble y adornadas con buen hierro forjado, en conjunto las mesas eran similares, todas iguales con una bella forma cuadrada. A mi costado se encontraban unas escaleras de madera bloqueadas por una valla que seguramente llevaban al techo.

Arban se acercó a mí y me entregó un par de monedas de hierro; sin decir ni una palabra me paré y al igual que él me dirigí a la salida del recinto que daba directamente con la plaza central del Tercer Estado. Era un lugar que yo visitaba con frecuencia, ya que desde aquí se puede llegar a cualquier sitio.

La plaza es grande y cuenta con cuatro salidas hacia la pradera, está rodeada por una gran muralla de ladrillos de piedra y es el principal lugar de comercio ambulante en toda la región. Arban y yo frecuentamos este lugar principalmente para realizar intercambio de productos con los cientos de mercaderes que te presionan hasta lograr venderte algo. Muchos guerreros empuñaban sus espadas aquí, buscando un clan al que unirse y junto al cual vivir de la guerra y las invasiones. Tanto Arban como yo preferimos mantenernos alejados de ese mundo por el momento, preferimos, al igual que muchos, vivir en paz en las colinas, aunque muchas veces ese sueño se ve arruinado por los clanes que sí buscan guerra.

- Arban: Cuéntame Fernok, que tienes en mente? - Preguntó mientras caminábamos por la plaza.

- Yo: Vivir alejado del mal, cerca de un nogal que abastezca mis sueños - le respondí sin alzar la vista.

- Arban: No creo que en este mundo exista la posibilidad de encontrar paz. Las invasiones son inminentes.

- Yo: Bueno también estuve pensando en otro sueño que alimentar - le respondí de forma divagante.

- Arban: ¿Que tienes en mente?

- Yo: Nunca he conocido la riqueza, ya sabes, servidumbre y comodidad, pero aun así sé que existen y creo que la única forma de manteros en pie es con dinero, toneladas de él que nos traigan una vida llena de lujos.

- Arban: El mercado de herreros y ganaderos están extensamente saturados desde el primer hasta el tercer de los estados de Bouquesdil.

- Yo: En realidad pensaba en otra cosa, un aposento de paz - podría haber sonado un poco pretencioso en su momento, pero todo tiene una explicación y un hecho que conllevan al destino; mis abuelos construyeron con sus propias manos y con herramientas forjadas por ellos mismos un aposento al que los habitantes del valle podrían recurrir en caso de guerras o invasiones cercanas. Nunca se me olvidará la primera guerra, el primer calor humano, toda la comunidad reunida esperando el ataque.

- Arban: ¿Una casa de estadía a la que habitantes de los valles puedan recurrir?

- Yo: Así es, podemos cobrar por la protección de los pueblos y vivir en paz junto a la gente.

- Arban: Me parece bien.

- Yo: Deberíamos tomar rumbo entonces, la noche se aproxima y aún no salimos de la plaza.

Nos dirigimos al alquiler de caballos de la plaza, y con el poco dinero que traíamos a cuestas logramos alquilar dos caballos a bajos precios. El vendedor, un sujeto conocido en estas tierras nos hizo un pequeño descuento a cambio de una noche en ese aposento de paz que llegamos a mencionarle. Nos montamos sobre la silla de cuero refinado y cabalgamos hacia la salida lateral de la plaza. Me percaté de una señora bien vestida observándonos desde su carruaje de plata y cuarzo, lo único que atiné a decir fue: "Algún día montare tan alto que hasta el alma del más mugroso caballo de la plaza me pertenecerá", no espero que alguien me hubiese alcanzado a oír, pero en ese momento realmente sabía que lo dicho se convertiría en hecho.

Durante horas cabalgamos sin dirección alguna, esperando adentrarnos en lo más inhóspito de los valles de Volupté, no teníamos agua, y solo traíamos junto a nosotros un pequeño frasco de plata con diversas carnes dentro. Arban parecía cansado, y nuestros caballos ya habían perdido todas sus fuerzas, empecé a creer que era imposible continuar, así que le propuse a mi amigo parar cerca de un río que se podía ver a lo lejos, a lo que él respondió con un movimiento afirmativo de la cabeza, me imagino que la sed no le permitía decir ni una palabra.

Nos detuvimos junto a un claro río de agua dulce, no se veía ninguna construcción cerca, exceptuando una pequeña choza de madera sobre una colina bastante cerca de nosotros.

Mientras Arban y los caballos tomaban agua del río, yo me aproximé cautelosamente a la casa, esperando que estuviera abandonada para pasar la noche en ella. Abrí la puerta de madera cuidadosamente y al entrar vi a un hombre tendido sobre un charco de sangre. Me acerqué al cuerpo y lo puse de espaldas, pudiendo notar una grave herida que poseía en el pecho. Le habían arrancado el corazón. No lo soporte y comencé a gritar desenfrenadamente hasta que procedí a darme cuenta de que el cadáver era muy reciente, y los asesinos podían seguir cerca.

Me aproximé a la ventana más cercana y le grité a Arban que subiera a verlo. Sin demorarse demasiado, él también subió a la casa y al entrar quedó en una especie de shock momentáneo, luego se acercó al cuerpo del campesino y vomitó sobre él.

Mientras esto sucedía, pude observar por la ventana a unos hombres con armaduras forjadas y relucientes venir en nuestra dirección, y al igual que Arban quedé en una especie de shock. Arban se me acercó a preguntarme que estaba pasando y al percatarse de los guerreros montados me tomó el brazo y se echó al suelo.

Los guerreros de NomeliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora