El sueño

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Alguien debería poner un espectacular en la calle. Uno enorme en mayúsculas que diga: "LOS FINALES FELICES NO SON PARA TODOS". Eso les sería de mucha ayuda a los niños, o al menos a él le habría sido de mucho ayuda.
Tal vez no debió comenzar su historia con esas líneas tan deprimentes. Tal vez se llevaron una mala impresión. Él no era alguien deprimente o amargado. Solo era realista. Siempre lo había sido. Bueno, no siempre. Antes también era un soñador.
Él había crecido creyendo en los finales felices pero no era el único. Sus padres habían sido soñadores, al igual que sus abuelos, tías, primos. Su hermana aún era una soñadora, al igual que su esposo y sus hijos. Y es que cuando creces, tienes la certeza de que tus padres nacieron el uno para el otro. Y no era algo que se hubiera sacado de la manga, o algo que pasara de vez en cuando en cada año bisiesto y si había luna azul. No. Conocer a tu otra mitad, casarte con esa persona, era algo que a todos les pasaba.
El sueño, como muchos le decían, era algo que experimentabas en tu cumpleaños número dieciocho. Nadie sabía explicarlo con precisión. Era como soñar estando despierto, pero todo se sentía demasiado real. Todo lo veías diferente, lo sentías diferente y lo escuchabas diferente, aunque a nadie le parecía algo incoherente, después de todo, todo lo experimentabas estando en otro cuerpo.
Cada historia es diferente. Unos dicen que el sueño los salvó, otros confiesan que no llegó en el momento más oportuno, unos incluso son divertidos, diciendo que atraparon a su persona en el baño. Era algo que apenas duraba un minuto, dos a lo máximo, haciéndolo todo mucho más emocionante. Sin embargo la historia siempre terminaba bien... Con un final feliz.
Lo primero que deberías hacer, aconsejaban los adultos, era buscar información. Su nombre, dirección y número. Eso era antes de que las redes sociales se apoderaran del mundo. Ahora solo bastaba con saber su nombre para dar con él o ella en alguna red social. Después de hacer eso y si aún te quedaba tiempo, echar un vistazo al que sería tu compañero por el resto de tu vida no hacía ningún daño.
No siempre era alguien de tu país, no siempre era alguien con tu mismo idioma, no siempre era alguien de tu tipo, pero había algo en el momento en que lo veías por primera vez que te hacía olvidarte de todo eso y saber que sí, que esa era tu persona.
O eso le habían dicho.
Siempre había esperado al sueño como un niño espera la mañana del seis de enero.
Claro que en su adolescencia había salido alguna que otra chica y había sentido ese revoleteo en el estómago, era imposible no sentirlo. No obstante nunca se había entregado por completo, casi nadie lo hacía. La mayoría reservaba todos esos sentimientos y entrega para la persona indicada. Aunque claro, había excepciones. Pero no él pues aunque lo hubiera querido, no habría podido. Algo en él había evitado que se enamorara al cien por ciento de alguna de sus novias. No podía sabiendo que había una mujer por ahí en el mundo hecha solo para él y él para ella.
Sin embargo, todo se había ido a la basura el día en que cumplió dieciocho años. Ese día no había, él no había tenido el sueño. Había esperado durante todo el día, al principio emocionado, luego nervioso y, cuando se acercaba el final del día, preocupado.
Al día siguiente, les había preguntado a sus padres por qué no había tenido el sueño. Ellos, que no sabían la razón, le dijeron que no se preocupara, que ya llegaría después, estaban seguros. Pero en sus miradas había algo, un temor por su hijo. En ese momento, él no entendió ese temor en sus miradas, pero con forme fueron pasando los días, meses y años sin experimentar su sueño, por fin entendió el miedo de sus padres: ¿Y si su persona había muerto antes de que él cumpliera los dieciocho años? Era un pensamiento triste, pero llegaba a pasar.
Él le dio vuelta una y otra vez a esta idea pero un día, después de muchos años, decidió dejarlo pasar. Decidió darse por vencido y seguir con su vida. Pasó los siguientes años tratando de olvidar a la persona que nunca conoció. Empezó a salir con personas que, al igual que él, no habían podido (o querido) conocer a su persona. Alma gemela, era como le decían los demás, pero no él, para él nada de eso existía.
No habría descrito su vida como amargada o incompleta. A pesar de lo que creía la gente, él no era infeliz. Tenía un trabajo que amaba y en el cual era muy exitoso. De vez en cuando, también se encontraba alguna mujer que lo hacía feliz por un tiempo. Y pasar tiempo con su hermana, su cuñado y sus sobrinos también lo llenaban de dicha. Como había dicho, él no era infeliz.
Al menos no lo había sido hasta hacía dos años cuando aquella chica apareció en su vida. La primera vez que la había visto había sido en la calle, algo al azar, un simple accidente.
Él caminaba mientras hablaba con su asistente; iba retrasado y le pedía a su asistente que le dijera al cliente que lo esperaba en su oficina que no se fuera, que llegaba en unos minutos. Entonces había chocado con alguien. Se giró brevemente, y vio que se trataba de una colegiala, le pidió disculpas y siguió caminando. Minutos después, una mano lo tomó por el hombro y lo detuvo. Molestó, él se giró y deseó no haberlo hecho, pues todas las historias no se comparaban con la realidad. La vio a los ojos y lo supo: era ella, su persona.
Y a la vez también supo que su vida había sido arruinada para siempre porque, viendo su rostro, se dio cuenta de que se trataba de una niña.
—Eres tú—había dicho ella, sonriendo. 
Lo había tomado de la mano y lo había llevado hasta la cafetería más cercana. Había tomado asiento frente a él y, sin darle tiempo de decir nada, comenzó a contarle su vida. Su nombre, dónde vivía, dónde estudiaba y, por supuesto, su edad. Dieciocho, cumplidos hacía tres meses.
—Mi sueño fue lo mejor que he experimentado en la vida, te lo juro—confesó, soltando una pequeña carcajada, y se sonrojó—. No creí sentir algo así de nuevo pero... Encontrarte así, tan de repente, creo que eso lo supera con creces, ¿no crees?
Él no supo qué decir y, después de esperar unos cuantos segundos sin ninguna respuesta, ella se sonrojó por la vergüenza e intentó cambiar de tema así que le preguntó sobre él. Quería saber su nombre, a qué se dedicaba, si tenía alguna mascota...
—Tengo cuarenta y dos—fue todo lo que pudo decir. Era lo único que había que decir.
Se levantó con toda la intención de marcharse, sin embargo ella volvió a tomarle la mano.
—Lo sé—dijo, suavemente—. Sé muy bien que nuestra situación no es la más fácil, o la más ideal. ¿Por qué crees que estos tres meses no he hecho nada por contactarte? Pero después de encontrarnos así... Es el destino. ¿Cuántas personas tienen la suerte que nosotros hemos tenido?
Él soltó una leve carcajada, pero en ella no había humor.
— ¿Suerte? Estoy seguro de que lo último que tenemos es suerte.
   Volvió a levantarse y esta vez no dejó que lo tocara. Sabía el efecto que su toque podía tener en él.
—Por favor, no intentes contactarme—le pidió. Sacó un par de billetes para pagar la cuenta y salió del lugar.
Pero claro que ella no hizo caso.
Lo buscó en internet y comenzó a mandarle mensajes. Al principio él intentó ignorarla, sin importa cuántos mensajes le mandara al día. Todos decían básicamente lo mismo: "Hay que vernos".
Un día, sin embargo, ella comenzó a contarle cosas de su vida. Le contó sobre sus amigas, su trabajo y que pronto se iría a la universidad. No pudo controlarse, la curiosidad le ganó, quería saber más de ella. Así que le contestó. En su mensaje le preguntaba cuál universidad había elegido. Eso había dado pie a más conversaciones; conversaciones que no se detuvieron por dos años.
Dos días atrás, ella le había vuelto a pedir que se encontraran en el café de su primer encuentro. Él se había vuelto a negar pero ella solo había dicho que lo esperaría hasta que cerraran el café. Lo esperaría durante tres días. Hoy era el último.
Al despertarse hoy, al igual que había hecho los dos días anteriores, se había repetido una y otra vez que no iría. No sería tan difícil, ¿cierto? Ya llevaba dos días sin ir y solo tenía que resistir uno más. No obstante, al transcurrir las horas, supo que hoy sería el más difícil de los días.
En la oficina, todo le salía mal. Perdía llamadas, confundía a las personas y había derramado el café dos veces sobre su escritorio.
   El reloj marcaba las ocho de la noche. Él no dejaba la oficina sino hasta las diez pero el café cerraba en media hora. Aunque hubiera podido resistirse, no lo habría hecho. Quería verla, aunque fuera una última vez.
Dejó lo que estaba haciendo y, corriendo, salió de la oficina, del edificio. No dejó de correr a pesar de que llovía y el piso estaba resbaloso. No dejó de correr a pesar de que las calles estaban inundadas de gente y no dejaba de chocar con ellas. No dejó de correr a pesar de que tres autos casi lo atropellaron.
Se detuvo frente al aparador de una tienda solo para recuperar el aliento. Apoyó las manos sobre las rodillas e inhaló profundamente, preparándose para correr un poco más. Entonces, sin querer, giró la cabeza y vio su reflejo en el cristal. Por primera vez notó las arrugas que se le formaban en las esquinas de los ojos, las líneas de expresión sobre su frente y alrededor de la boca.
Una idea comenzó a formársele en la mente: Si se veía así solo, ¿cómo se vería con alguien joven a su lado? Sintió que la emoción de minutos atrás, lo abandonaba.
   Ya no podía ni siquiera ir con ella. Verla y hacerle creer que estaría con ella. No podía y no quería hacerle eso. Tal vez hubiera gente que podía estar con personas mucho más jóvenes que ellos, pero él no. Sentiría como si le estuviera robando la vida. Le llevaba veinticuatro años. Con razón no había tenido su sueño, ¿¡cómo tenerlo cuando su persona ni siquiera había nacido en aquel entonces!?
Volvió sobre sus pasos, esta vez sin prisa.
Le diría que lo sentía, que era lo mejor para los dos y que deseaba que encontrara a alguien más. Alguien que fuera más fácil o ideal que él.
Pero más que nada, esperaba que ella no sintiera el vacío que había sentido él desde la primera vez que se vieron. Un vacío que solo ella podía llenar, estaba seguro. Esperaba que ella no tuviera la experiencia que se necesitaba para saber que ese vacío no era normal, no era algo que te dejaba tu primer desamor.
Y, a pesar de todo, deseaba que, en caso de que las reencarnaciones existieran, los dos se volvieran a encontrar en sus próximas vidas. Y que en esa vida, los dos tuvieran mejor suerte.

N/A: Esta historia está inspirada en un post que vi en Tumblr. Sin embargo, los personajes, la ambientación, la situación y la historia en sí, es completamente original.
La historia actual que estoy escribiendo se llama "Más adictivo que el alcohol", por si les interesa. Si no, tengo más historias en mi perfil 😉.
N/A#2: Mi traducción de la canción del capítulo:

          

Bueno, tal vez soy un ladrón por robarte el corazón
Sí, tal vez soy un ladrón que no lo cuida
Sí, tal vez soy una mala, mala, mala persona
Bueno, bebé, lo sé

Y estos dedos
nunca acariciarán tu piel
Y esos brillantes ojos azules solo pueden encontrarse con los míos
desde el otro lado de una habitación llena de gente
que no me importa tanto como tú

Todo porque tú amas, amas y amas
cuando sabes que yo no puedo amar
Tú amas, amas y amas
cuando sabes que yo no puedo amar
Tú amas, amas y amas
cuando sabes que no puedo amarte

Creo que es mejor que olvidemos esto
antes de que caigamos
La forma en que me abrazaste fuerte
toda la noche
hasta que casi era de día

Porque tú amas, amas y amas
cuando sabes que yo no puedo amar
Tú amas, amas y amas
cuando sabes que yo no puedo amar
Tú amas, amas y amas
cuando sabes que no puedo amarte

Todo porque tú amas, amas y amas
cuando sabes que yo no puedo amar
Tú amas, amas y amas
cuando sabes que yo no puedo amar
Tú amas, amas y amas
cuando sabes que no puedo amarte5

Tal vez en otra vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora