Capítulo Uno

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En Los Pequeños minutos

Y miró como por décima vez por el bote de basura de la ciudad si encontraba algún desperdició de comida que valiera la pena comer, enojado y de mala gana aventó el cesto provocando que esté cayera al suelo como plato y todos los asquerosos desperdicios que se encontraban dentro, se desparramaran por el mugriento callejón. 

El chico de cabellos chinos se volteó hacía sus amigos con decepción y negando la cabeza negativamente.

  —Nada.

Los chicos bajaron su mirada e hicieron una mueca.

Eran las 4:30 de la tarde en las calles de Wellington, capital de Nueva Zelanda. Es extraño ver a tres chicuelos sucios y con harapos desde hace medio año, con los tenis rotos y el cabello largo entre una civilización llena de personas formales. Pero, quiero compartirles está pequeña observación que he escuchado a lo largo del tiempo...

Todo lugar perfecto, tiene un pequeño detalle que lo hace imperfecto.

No es gran cosa, pero como expliqué con anterioridad, es una pequeña observación.

Los pequeños chicos se quedaron de pie, sin nada que decir por lo menos en 10 minutos, hasta que el rechinido de una puerta siendo abierta cerca de ellos los hizo alarmarse y mirar a su alrededor para ubicar el lugar proveniente del sonido. Para su mayor e infortunada sorpresa, el rechinido provenía de la panadería donde habían tirada el cesto de basura. Un tipo alto como los árboles y rechoncho como un bolillo, apareció frente a ellos, el señor miró la basura inexplicablemente al mismo tiempo de mirar de reojo a los chicos destartalados que aún no salían de su modo de estupefacción. Pero detuvo su mirada hacía ellos y no tardo en empezar a decir unas cuantas atrocidades. 

  —¡Malditos huérfanos mugrosos!  ¿Con qué ustedes son los ladrones  y los que me hacen un gran muladar con la basura? —Sonrió maliciosamente—. ¡Me las pagarán!

Dicho lo último, Finn reacción e indicó que todos se echaran a correr, los chicos empezaron a recorrer el oscuro callejón, por aquél lugar, casi no había mucho movimiento por lo que era mucha ventaja para Finn y sus mano derecha. Por el contrario, si les llegará a atrapar el trébol,   estarían fritos y morirían con hambre.

Finn aceleró más el paso para tomar el control e ir metiéndose a atajos. Dobló a su mano derecha para meterse a otro callejón, aún un poco más oscuro que el anterior, él trébol no paraba, por más que ellos aceleraron el paso...

Hasta que una pequeña de ojos azules y cabello café apareció ante los ojos del chico.

   —Ven, sígueme.

Finn hizo caso y siguió a la niña, ella los guió a una puerta, adentro parecía oscuro pero pensándolo bien, no perdían nada nadie. Se aseguró de que todos entrarán y cerraron detrás de sus espaldas. El viejo pegaba en la puerta, tratando de tirarla.

   —Vamos, no es tiempo de descansar, la puerta no resistirá.

Ahora, no habló la niña, sino una voz masculina. Más adelante de ellos, una pequeña luz apareció y quien la había prendido era un chico un poco más alto que ellos, rubio y de ojos verdes. Sonrió y empezó a correr, a su lado, estaba la niña. Sin dudar, todos lo siguieron, era su única escapatoria.

Finn trató de ver mejor el lugar en el que que se encontraba, parecía un estacionamiento ese lugar, hacía frío y no había rastros de más personas. Lo único que se podía escuchar era el sonido de las respiraciones agitadas y las breves maldiciones de todos, subieron unas cuantas escaleras hasta que pudieron una puerta. El chico la abrió, dejando deslumbrar sus ojos.

Todos salieron y se encontraron con multitudes de gente que caminaban de un lugar a otro, sin darse cuenta de los chicos que habían sido correteados por un hombre con deseos de cobrarles todo lo que se habían robado. Sonrieron, al darse cuenta de que estaban sanos y salvos, se miraron y se abrazaron fuertemente los tres.

—¡Lo logramos!

Gritaron al unísono.

Finn, aún sin entender lo que pasaba en su alrededor, dirigió su mirada hacía el chico que lo había salvado. El chico tan solo tenía sus manos detrás de sus espaldas, sus ojos cerrados y una leve sonrisa en el rostro, en cambio, la niña, era otro caso. Ella estaba detrás de él, temblando como si le acabarán de espantar.

No supieron como transcurrió el tiempo, ni como fue que se agradecieron, pero, en fin de cuentas... Los cinco se juntaron y quedaron como un pequeño escuadrón. 

Sí.

Cuatro niños.

Un niña.

En medio de una ciudad, de personas, que no sabían de su existencia.

Aquél día, el atardecer cayó en Wellington como nunca, tal vez porque era principios de abril y los delgados rayos de sol brillaban como nunca lo hacían. 



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⏰ Last updated: Jul 01, 2017 ⏰

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