Day 1: Sartorialism

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En el distrito más alejado de Yokohama, en Aoba, existe una zona comercial de escasa afluencia. No es desconocida, poco apreciada o carente de un gancho que atraiga un flujo constante de clientes, que atarrague de dinero los bolsillos de quienes arriendan ahí. No. Por el contrario, es una zona de renombre, de tal renombre que los autos de lujo y los trajes de diseñador, son una especie de membresía necesaria para transitar por sus calles sin sentirse... incómodo con los bellos y refinados escaparates, descuadrado en ese ambiente de oro, diamantes y cifras con más ceros de los que la mayoría podría manejar en su cuenta bancaria.

Caminando por esa zona de opulencia hacia el límite de las grandes boutiques, restaurantes y cafés de caoba y cedro, en un rincón casi al azar, al fondo de un callejón, hay un local en particular. Es apenas una puerta con una vitrina angosta a su derecha y un letrero de madera.

Pareciera el refugio de un anticuario, estilo europeo, hasta que uno se fija en el maniquí de la vitrina, debajo de una luz tenue y naranja que resalta la mezcla de lana de merino y la cachemira mongoles, en el hilado azul acero de un traje de tres piezas.

Una sastrería, no cualquier, es la sastrería de sastrerías en Tierra del Sol Naciente, el estudio del Da Vinci japonés del diseño. Un sitio selecto al que acuden los que están dispuestos a pagar por la elegancia, y la confidencialidad, por diseños personalizados, genuinos, y no producciones del montón.

En ese sitio, al que nadie llegaría por equivocación, una escena se repite un par de veces al año.

De atuendo casual, un hombre alto, con el cabello cubierto por una gorra y el rostro tapado por gafas de sol y cubrebocas, se refugia en las sombras.

—Llamas demasiado la atención —un segundo, bajo y de carácter corto, aparece colocándose a su lado, usando un pantalón de vestir y camisa blanca. Sencillo y sin perder el porte distinguido.

—Verme como una celebridad ocultando su identidad, es el truco perfecto para pasar desapercibido a ojos de la mafia—explica descubriéndose, guardando su absurdo disfraz—. El jefe no se interesa en el mundo de la farándula al menos que sea necesario.

Chuuya le da la razón a Dazai con un chasquido de irritación.

—¿Vas a seguir pidiendo el mismo modelo americanizado? —en su pregunta intercala un ruego a que un gramo de razón quepa en esa dura cabeza de chorlito.

—Es cómodo —justifica el agente, para frustración del mafioso.

—No entiendo cómo es que te soportan. Careces de sentido de la moda, siendo un desperdicio de tela —gruñe, molesto por la indiferencia del antiguo líder de la Port Mafia al arte de la costura—. ¡Tú y tu estilo de vago están a la altura de un insulto a la medida, a los maestros tejedores!

Dazai lo observa en su arrebato y sonríe, acercándose a su oído. Besa la curva que une el lóbulo al cuello, accionado un gatillo que enciende el rostro de Chuuya, y dispara su mano en esa dirección, cubriéndose y huyendo un paso a la derecha.

—¡¿Qué mierda fue eso, imbécil?!

—¿El qué?

La aparente ignorancia inocentona de Dazai prende más sus mejillas. ¡Quería que lo dijera en voz alta!, que perdiera la compostura, ¡no le daría el gusto a ese sinvergüenza!

Se tranquilizó, aún con el rojo tiñéndole.

—Te he dicho que no hagas esas cosas —refiere al acto presente.

—No dijiste eso —corrige Dazai—. Tú dijiste que no hiciera estas cosas —sujeta su cintura estrecha y recta, acudiendo a sus labios.

Un roce, una lengua exigiendo paso y un ceder no planeado que consume el aire de los pulmones de ambos.

Alguien carraspea y los amantes se separan.

—Tsutomu-dono espera —el joven aprendiz en el marco de la puerta abierta se aparta, instándolos pasar, a modo de educada reprimenda.

Sintiendo arderle la piel hasta por debajo de la ropa, Chuuya entra seguido de Dazai, que lo detiene abrazándolo por detrás, susurrando:

—Terminemos rápido y vayamos al hotel. Sé que odias mi gusto en trajes, pero también sé cuánto amas verme sin nada y lo que puedo hacerte al desnudo —dicho eso, inmutable, se adelanta, dejando a Chuuya echo un desastre.

—¡Maldito pervertido! —grita, ardiendo en bochornosa furia.

El sastre, el aprendiz y Dazai se giran a verlo, pasmados.

—¡Compórtate, Chuuya! —exclama Dazai con un teatral tono de indignación, secundado por el ceño fruncido de los demás.

Y así, una vez más, aquel idiota conseguía que hiciera el ridículo en uno de sus lugares santos, como cada que iban juntos.

Esas citas de compras costosas y sexo desenfrenado, era su mejor versión de romance normal.

A escondidas desde su época en la Port Mafia, Dazai se había asegurado, antes de traicionarlos, de poder continuar costeando esos oasis ocasionales, en los que trataban de ser, no enemigos, sino sólo un maníaco suicida y un petit mafia enamorados.

. . .

Notas:

Según yo ayer había adelantado este capítulo para publicarlo en cuanto llegara de la escuela, pero... la vida es bella, y al menos lo estoy publicando antes de las doce de la noche.

Espero que lo hayan disfrutado. Con el segundo día subiré la portada oficial de la colección de drabbles, si es que el Photoshop no vuelve a cerrarse de la nada y matar mi archivo.

Nos leemos mañana.

A normal Life, a normal Love [ #SoukokuWeek ]Where stories live. Discover now