En un día lluvioso

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Era un día frío y lluvioso.

La omega del alfa Min estaba exhausta; debía de estarlo por el hecho que desde hace un poco más de trece horas había entrado en labor de parto, las contracciones iban y venían como los fuertes rayos que retumbaban en el exterior de aquellos aposentos. No ayudaba a su pequeña loba omega el que su alfa estuviese arriesgando su vida a varios kilómetros de distancia de donde ella se encontraba, a su vez estaba sumamente ansiosa por el hecho de verse rodeada por todas aquellas mujeres que le ayudaban en su parto.

Dentro de aquel pequeño cuarto todo era un caos. Algunas damas de la corte real iban y venían con brebajes y suaves toallas de agua tibia para recibir al nuevo cachorro del clan; él cual reposaba aún dentro de su madre. Gruesas lágrimas bajaban por las pálidas mejillas de esta, se decía a si misma que debía resistir tanto por ella, como por todo el clan que aguardaba por el próximo heredero. Aun así el dolor se hacía insoportable, ella podía sentir como si mil agujas se clavaran en su bajo vientre, le era inevitable el poder sollozar y gritar con cada contracción que su cuerpo generaba.

— Sabes que debemos de esperar— trataba de consolar la sacerdotisa del clan mientras pasaba la suave toalla por la sudada frente de la omega—. Solo un poco.

A kilómetros de distancia sobre un espacioso claro rodeado de grandes robles, se regía la incansable lucha del líder Min con el mítico tigre plateado –que solía salir solo cuando un nuevo sucesor fructífero nacía en el clan de Occidente-. En este punto los resonantes relámpagos junto a la imparable lluvia bañaba sus pelajes, el impetuoso viento pasaba a través de los grandes árboles, haciendo que estos se retorcieran ligeramente, que sus ramas crujieran y una que otra hoja fuese arrastrada por lo imparable que estaba siendo.

Ambos majestuosos animales resoplaban fuertemente mientras rastros de sangre se mezclaban con el lodo en sus hocicos. El líder Min sabía que solo uno saldría victorioso de esta batalla, el cargaba bajo sus hombros el que su heredero estuviese bendecido por la gracia de la Madre Luna, además de la pesada carga de todo un clan, sus dilatados ojos se posaron en la mítica criatura frente a él, el tigre gruñía a su atacante mientras cojeaba de una pata. Por el contrario el gran lobo negro tenía un gran rasguño en todo su pecho y un zarpazo en su ojo izquierdo, que de seguro traería repercusiones. Debido a la lluvia se había creado una gran capa de barro bajo las esbeltas patas de ambos animales lo cual les quitaba movilidad y hacia que estas se enterraran en el barro. Ambos esperaban el tiempo oportuno para abalanzarse sobre el otro, el viento silbo entre los gigantescos arboles cuando un gran rayo surco el oscuro cielo, rugiendo y gruñendo los dos se abalanzaron hacia el frente, dando inicio a otra lucha donde se verían enfrentadas garras y dientes. Solo una oportunidad para vencer.

Marcaban las diez de la noche, cuando la madre primeriza bajo un agudo dolor no pudo aguantar ni un minuto más, tomó con toda la fuerza que aun poseía la mano de una de sus damas para dar inicio a pujar, sus huesos dolían y sentía en lo profundo de su alma a su loba dando todo lo que tenía para dar a luz al pequeño cachorro. Lo único que pudo oír fue cuando las damas pedían en susurros acelerados una manta para cubrir al recién nacido y no enfermara bajo el frío clima que se desarrollaba a las afueras de aquella habitación, por su contrario el bebé no emitió ningún ruido, tal vez por el hecho de que todos en esa habitación estaban exhaustos y ansiosos –sobre todo su madre- que al no escuchar ni una queja de su bebé se preocupó de inmediato.

— Tranquila mi señora, el cachorro respira— le indico en palabras rápidas la jefa de las damas de la corte, mientras con parsimonia pasaba una toalla tibia sobre la frente de la agotada madre—. Solo hay que esperar que su excelencia haya podido dar buena caza. Por el momento descanse mientras preparamos adecuadamente al niño. — Con aquellas reconfortantes palabras la agotada madre dio paso a caer en un estado de inconsciencia esperando bajo su alma lobuna a la llegada del líder.

Apresuradamente los médicos al cargo rápidamente cortaron el cordón umbilical y después de limpiar al pequeño heredero lo envolvieron en una suave cobija de lana de oveja. Lo entregaron a la sacerdotisa que rápidamente fue con el recién nacido hasta la ventana, para ver como dentro de unos angustiosos minutos resurgía del denso bosque la silueta de un gran lobo negro, que cojeando llevaba en sus fauces arrastrando al tigre plateado. En un parpadeo el líder Min cambió a su forma bípeda, a su regreso varias damas rápidamente salieron de dentro del palacio para poner una gruesa bata sobre su cuerpo para cubrir su desnudez. Mientras con esfuerzo el alfa se echaba sobre el hombro al felino.

La anciana llevó al pequeño hasta una pequeña habitación, depósito a este sobre un gran tapete mullido y esperó hasta que el líder llegará con el gran animal a cuestas dejando a la majestuosa criatura plateada a un lado de su hijo.

La encargada de que el proceso para la bendición de la Madre Luna para el ahora pequeño heredero fuese hecho con la debida delicadeza y conocimiento fue la sacerdotisa del clan, que con suma delicadeza abrió una pequeña caja de sauco de donde extrajo una daga del tamaño suficiente para rasgar y llegar hasta el corazón de cualquier criatura, pronunciando bajo un pequeño susurro una oración que solo los elegidos podían recitar, una vez acabada su plegaria la mujer dejo caer en un rápido y certero movimiento la daga, la cual perforo el tórax del gran animal dando así inicio a la marca de sangre.

Después de retirar la navaja apresuradamente con dos de sus dedos hurgo entre la reciente cortada que hizo en el gran tigre, cuando estos se mancharon lo suficiente de la espesa sangre del felino llevó está a su boca. El líquido carmesí inundo sus papilas gustativas la cual sabía dulce a su paladar.

— Rápido — pronunció en un susurro, invitando al líder a estar a su lado.

Murmurando algunas palabras en un idioma inentendible para el alfa del clan, la anciana guió sus manos hasta el pecho del felino. Enterrando nuevamente la daga hasta lo más profundo, apuñaló el corazón de la criatura.

Esta vez cuando la daga salió quedo manchada de un líquido plateado impoluto, la sacerdotisa en un movimiento apresurado pero metódico fue hasta el calmado infante vertiendo unas pocas gotas de este extraño fluido en su boca. Hurgando nuevamente en la herida paso sus dedos manchados de plateado por todo el rostro del bebé haciendo finos trazos e intrincados símbolos.

— Esta listo... — pronunció después de limpiar la daga con un paño de seda rojo y devolverla a la pequeña caja de madera de sauco.

Al día siguiente, recuperados ya del todo, los recientes padres mostraron ante todo el clan a su pequeño hijo. El pequeño infante poseía una piel tan blanca como la nieve, sus profundos ojos azules miraban todo con curiosidad e indagaban en cada rostro que vitoreaba con alegría su llegada, la pequeña mota de cabellos azabaches se ordenaban hacia un lado, los labios pequeños y pálidos se mantenían en una fina línea. Las pequeñas manos pálidas estrujaban su manta de piel de oveja y con pereza empezaba a cerrar sus ojitos por el esfuerzo de mantenerse despierto.

Aquel lluvioso Nueve de Marzo, nació Min YoonGi; miembro del clan de Occidente, el clan de los lobos negros.

Hagall [Y.M]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora