Capítulo 6

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Cuando sonó la alarma esta mañana, pensé que me despertaría feliz, o por lo menos con una sonrisa después de otra conversación nocturna con Max, pero no. Casi pasé la noche en vela pensando en él, y las últimas semanas que llevábamos hablando casi sin falta.

Desearía poder odiarlo porque ahora no solo me robó el pensamiento sino que el sueño también, y lo peor es que, si sigue así, el siguiente en la fila es mi corazón.

Desganadamente me levanto de mi cama a la ducha para intentar despertarme un poco y no parecer unos de los extras de The Walking Dead. 

Me lavo la cara como cinco veces, tratando de quitar el sueño de mis ojos, y las ojeras, sin resultado.

Cuando salí de la ducha diez minutos después, mi baño parecía sauna, el espejo empañado haciendo que mi reflejo se vea borroso. La limpio con mi toalla de manos, y es ahí cuando veo el cambio del que me habló mamá ayer. 

Mis ojos, a pesar de verse cansados, brillan con una chispa inexplicable, mi piel ya no es tan pálida, mis mejillas parecen estar siempre sonrojadas, aunque puede ser por el agua caliente. Me veo normal. Como una niña de dieciséis realmente contenta.

Bajo a desayunar luego de vestirme, y trenzar mi pelo, que ya comienza a pasarme la cintura. Debería cortármelo.

-Buenos días -saludo a mamá que está sentada en la mesa tomándose una taza de café. 

-Buenos días, Sofi -respondió, -¿dormiste bien?

-Sí -sé que es mentira, pero quería ahorrarme el interrogatorio que estoy segura que me hubiera llegado si es que le dijera por qué no dormí bien, para nada.

-¿Papá ya se fue? -pregunto a pesar de saber la respuesta.

-Sí, hace un rato.

Ella también notó el cambió drástico de papá hace poco menos de un año, puede ver cómo me evita cómo pueda. Antes jamás habría imaginado perderse un desayuno con nosotras, a menos que era muy importante. Era indiscutible no tomar desayuno todos juntos, pero eso no ha sido así hace demasiado tiempo.

Recuerdo una vez que decidimos hacer un desayuno grande, panqueques, huevo, tocino, pan, lo que sea. Estuvimos horas en la cocina riendo más que cocinando, cosas se quemaban, otras se derramaban y lo poco que quedó lo disfrutamos más que cualquier otro desayuno. Fue el mejor cumpleaños que tuve, uno de los últimos momentos felices que tuve antes de que todo se derrumbara y destrozara. Fue poco tiempo después de esa mañana de sábado que se arruinó todo.

Desayunamos en silencio, y un cuarto para las ocho estábamos en el auto.

-Nos vemos en la tarde mamá -me despedí.

-Adiós.

Quedaban un par de minutos para que tocara la campana, por lo que los pasillos ya comenzaban a vaciarse. Julieta dijo que me esperaría en la sala, y aún tengo que ir por mis cosas a mi casillero.

Cuando estuve frente a él, vi algo que hizo que mi corazón se detuviera.

Había una rosa blanca pegada a la puerta de mi casillero, una nota debajo de éste. Dejé mi mochila en el suelo, despegando ambas. Con la flor en una mano, abrí la nota, y nada pudo prepararme con lo que encontré en su interior. Mi corazón palpitaba como loco, y en mi estómago estallaron miles de millones de mariposas. Decía:

"No hay belleza que brille más que el de un buen corazón, y el tuyo opaca el sol, la luna y las estrellas. Dicen que las rosas blancas simbolizan la pureza e inocencia, al igual que tu sonrisa que he tenido el placer de ver tan solo una vez. Espero verla de nuevo, y que sea para mí.

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⏰ Última actualización: Jul 09, 2017 ⏰

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