¿Qué pasó con Cenicienta?

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-¡Derecho!- recibió un ligero piquete en su espalda de la ya conocida varilla de bambú de la tía Kurenai, como odiaba esa endemoniada varilla, pero que se le iba a hacer, ya casi se acostumbraba a sentirla cuando su postura fallaba, o a escucharla contra la madera de alguna superficie cuando olvidaba inclinarse al presentarse, reír sin cubrirse, pedir permiso a su padre antes de hablar, ofrecer su mano a Itachi en lugar de correr a abrazarlo cuando lo recibía en casa después del trabajo, o alguna otra de las cosas que aprendía cada día en sus lecciones con su institutriz- recuerda que estarás en una cena importante, mucha gente solo estará mirándote esperando que cometas alguna falta, no puedes hacer pasar vergüenzas a tu padre...- Solo esa frase bastaba para que hiciera los hombros hacia atrás pegándolos al respaldo de la silla.

Dos años habían pasado desde que la tía Kurenai había llegado a poner "orden" en la vida de Sasuke. La tía Kurenai, hermana del Señor Uchiha, era una distinguida institutriz inglesa, reconocida por las familias acaudaladas de Londres por dedicar su vida a la formación de jovencitas y donceles. Muchas damas de la ciudad decían que era una experta en manejar donceles malcriados volviéndolos tan refinados como para ser parte de la corte. Y toda la familia Uchiha podía dar fé de ello.

La campanilla de las seis resonó por todo el comedor, Sasuke sonrió, sus lecciones de hoy habían terminado, estaba seguro de su progreso y sabía que su tía también, le contaría a su madre cuando volviera de tomar el té, y lo mejor de todo era que podría encerrarse en su habitación el resto de la tarde a terminar de escribir el cuento que había dejado inconcluso la noche anterior. Sin embargo, su tía lo detuvo cuando estuvo a punto de levantarse de la silla.

-La cena de tu padre es en unos días Sasuke, y sé que te has esforzado por mejorar tu conducta- Sasuke escuchaba atento sin descuidar su postura controlando las enormes ganas de mover sus piecitos que colgaban de la silla, solo deseaba que lo dejara correr a su habitación, perdón, caminar. –Sin embargo, aún nos queda mucho trabajo por hacer si queremos impresionar a los socios de tu padre, créeme, se sentirá orgulloso de tener un hijo tan bien educado, tal vez hasta logre encontrar un buen prospecto para ti entre sus conocidos...-

¿Prospecto?

-Me dará gusto enorgullecer a mi padre ti Kurenai- hizo un leve movimiento de cabeza evitando cuestionar a su tía sobre eso de prospecto sacando una sonrisa del polveado rostro de la mujer. Ella acaricio la mejilla del pequeño convencida de que sería así. – ¿Puedo retirarme?- Kurenai asintió. Veía tantas posibilidades en ese niño, sería tan bello como su madre en un futuro no tan lejano y seguramente lograría atraer la atención de más de un caballero, y tener a sus pies a cualquiera con una sonrisa, aunque había notado que en esos dos años, eso era lo que más faltaba en su lindo rostro.

Sasuke esperó hasta alejarse de la vista de su tía para correr a su habitación de puntillas y encerrarse. Una vez adentro saltó hasta su cama buscando debajo de la almohada la libreta donde escribía los cuentos que su hermano le contaba. Se había obligado a recordarlos todos y cada uno desde aquel día cuando aún tenía ocho años en que su padre le había dicho que Itachi saldría de viaje unos días, así él mismo (a falta de su hermano) reunía cada noche en su cama un vasto público de osos y muñecos para contarles esas historias. La tristeza de no ver a su hermano en esos días se borró un poco con la llegada de su tía Kurenai, y no precisamente por su llegada, sino porque Sai la había acompañado, y ahora tendría con quien jugar y alguien que realmente pudiera escuchar sus cuentos.

Y es que a pesar de molestarlo, Sai había resultado una presencia agradable para Sasuke, tanto así que pasaba más tiempo con él que con su hermano cuando éste volvió de su viaje.

El niño perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora