—Bueno amor, aquí voy...
Después de su gran éxito como empresario. De pronto, John decide viajar hacia París, Francia. De paso, se hospeda en uno de los hoteles más lujosos de la ciudad y una vez allí, espera con anhelo pasar las tres horas faltantes para las 08:00 p.m., pero luego de dar vueltas y vueltas en la habitación, comprende que no puede alterar el tiempo, y camina despacio hacia la cama, llevándose, otra vez, la uña bucólica de su pulgar derecho, hacia la boca.
Toma asiento en el quicio del camastro y con mirada perdida, como si estuviera buscando a alguien, divisa su reflejo a través del lujoso espejo bordado con diseños de flores bañados en oro, que cuelga en la pared. Pero no encuentra a nadie y quita su mirada decepcionante del espeso mientras saca su pulgar de la boca y lo frota sobre su muslo. Emana muy lentamente su aliento, y gira la cabeza, extrayendo los tersos y definidos hombros para momentáneamente dejándolos caer.
Al poco rato se deja llevar por la tierna brisa andante que se cuela inflando la suave cortina del balcón de la habitación, y en breves instantes cierra sus azulados ojos para acomodarse en la cama.
La sensación de la noche lo despierta, y con gusto entra a la ducha para tomar un baño de agua caliente. Al rato, y justo a tiempo, toca la puerta el botón con el traje acabado de planchar, mientras John sale de la ducha:
—Está abierta... —con voz fuerte le abordo John —déjalo encima de cama.
Y va secando su pelo rubio, pero muerto, con la toalla. Y con otra toalla más grande sujetada a su cintura, camina despacio hacia la cama, observando asombrado el excelente traje negro de tres piezas. El botón le mira atentamente gruñendo los ojos y sale de la habitación dudoso. John aún sigue admirando el traje mientras lleva su dedo pulgar a la boca.
Como de costumbre, se desnuda frente al espejo y con cuidado comienza a vestirse. El reflejo le mostraba a un caballero o más bien a un hombre elegante pero de piel blanca maltratada, de traje negro y con guantes blancos en combinación con la camisa de fondo, inclinado un poco hacia su oeste al igual que el corbatín negro, el sombrero Bowler ajustado y de baja corona, casi un híbrido entre sombrero de copa y bonete plano, zapatos de semejante color y por último: el bastón blanco. Pero más allá de su reflejo no podía escapar aun de su pasado, todavía seguía siendo insignificante.
Sale de la habitación despacio, abrochándose el último botón del saco. El pasillo es poco estrecho pero desocupado, las luces pegadas en el techo daban ese tono color oro que rebotaba en las paredes, menos en la alfombra rojiza, lo espacioso le causa nostalgia pero mientras estaba en la habitación aun no la había sentido.
Toma el ascensor que desciende vacío, presiona el botón del lobby, y mira de nuevo su reflejo en el extenso espejo colocado en el fondo del ascensor, pero esta vez sonríe e inclina un poco más su sombrero.
Al llegar al lobby, la recesionista, una señorita de anteojos, piel pálida y pelirroja, se extrémese al verle pasar y no aguantó saludarle:
—¡Buenas noches señor John! —le dijo desde atrás del largo y alto mostrador de mármol.
John la nota inquieta, se ríe y le saluda con una ligera sacudida de cabeza hacia arriba y la señorita, más que conforme por el mínimo gesto, se derrite de pasión mordiéndose los labios, al presenciar que le ha saludado. John sigue caminando y riendo a carcajada, simulando un no con la cabeza.
—Que tenga una grandiosa noche señor. La limusina le espera afuera. —le confirmó el portero abriendo la puerta de vidrio con largas empuñaduras de oro.
—Gracias. Yo también me deseo lo mismo. —y ambos sonrojan.
John sale y detiene debajo de la carpa de pico, color rojo, que da entrada al hotel, y metiendo la misma uña del dedo a la boca percibe las luces de los coches al pasar, las luces de las lámparas que iluminan las calles, la luces de los pequeños edificios a su alrededor y las luces de colores en forma de letras que decían abierto las veinte cuatro horas del día, pegadas en la media pared de cristal de un pequeño establecimiento de comida caliente en la esquina, del otro lado de la calle. Todas esas luces sin añadir a la multitud de personas que pasaban caminando a su alrededor, también le trasmitían nostalgia. No obstante, no la reflejaba en su rostro, pero le hacían sentir reluciente por fuera y oscuro por dentro. Necesitaba una luz que le ilumine el alma de nuevo, antes la tenía pero poco a poco se fue apagando, el dinero para alimentar aquella luz era necesario, y tiempo atrás John solo era un simple zapatero que apenas lograba comer una sola vez al día, y su amor no siempre le quitaba el hambre a la mujer que él amaba, por eso ella, poco a poco, se fue alejando de él.
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"El Caballero & La Prostituta"
Short StoryJohn es un hombre muy atractivo y dueño de una reconocida marca de zapatos. Pero detrás de su caballerosidad y gran físico, se esconde un pasado atroz, tanto, que lo ha convertido en un hombre solitario. Pero al viajar hacia parís por motivos de ami...