Capítulo 3 Confianza

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 —¡Ey! —le gritó John a Dalila, tomándola por ambos brazos —vamos... —la sacude un poco —confía en mí, no dejaré que algo malo te pasé.

Pero de ninguna manera la chica reaccionaba. John terminó pensando que, sea lo que sea que le estuviera pasando por la mente de Dalila, tenía alguna conexión con su pasado. Pero aun sentía temor por ella, tanto que el miedo a que le pasará algo iba creciendo a gran escala mientras aquel desconocido se acercaba muy rápido. No les daba tiempo a escapar y mucho menos si tenía que cargar con Dalila. Así que esperó, y en pocos instantes, una voz ronca le habló:

No mováis y ni un puto pelo.

Calma... te daré lo que quieras pero no le hagas daño a ella. —dijo John con la palma de las manos abiertas mientras se colocaba delante de la chica.

Vale. Pues si cooperáis quitándote del medio, tal vez la dejéis con viva.

John se hecha a un lado sutilmente, pero la impotencia es tanta y la amenaza tan cojonuda y vil, que al primer descuido del atracador: cuando tomó el reloj de la muñeca de Dalila y volteo a correr, John le echó mano por la espalda, le giró y le estremeció la mandíbula con un puñetazo, casi le saca los dientes. El ladrón sorprendido y adolorido, cae al suelo encharcado, con la boca cubierta de sangre. Pero, con la ayuda de un relámpago que ilumina todo el callejón, y su tremenda vista que le permitió observar, a lo largo del callejón, el reloj de oro en la muñeca de Dalila, el ladrón reconoció el rostro de John por el famoso logo de la marca Mapache que tenía la cara de John y de Steven junto con la letras mapache debajo.

¡Espera! yo te conozco... eres John, el de la marca Mapache. —dijo muy claro con acento latino el ladrón —toma el reloj y deja que me vaya por favor.

John que ya estaba listo para meterle otro puñetazo en toda la cara, se espantó. Y, en lo que el ladrón no paraba de correr, recogió el reloj del charco y lo llevó al bolsillo de su pantalón.

¡Mierda! —dijo entre dientes —ahora ella ya sabe quién soy. Creerá que le he estado mintiendo —pensó en voz baja. Y al voltearse tartamudeando dijo:

Pe, pe-perdón no quería decirte porque...— pero nota confundido que aun ella seguía inmóvil.

La abrazó para que se recostada de su pecho, y con los dedos de las manos, iba navegando entre su mojado cabello. —Ya pasó— le decía una y otra vez, hasta que Dalila despierta en llanto. A pesar de los mojados que estaban, John sentía como las tibias gotas de lágrimas, penetraban su chaleco y camisa, y se regocijaban en su pecho.

Lo siento... ¿Qué pasó? ¿Se ha ido el hombre encapuchado? —dijo llorando mientras apretaba muy fuerte a John.

Sí. Descuida, todo estará bien —y la separa de su pecho sujetando sus brazos con las manos. Se veía destruida ante los ojos de John, y él buscaba entender lo que le ocurría, pero preguntarle sería muy inoportuno, así que mejor le dijo, sin más que agregar: —debemos salir de aquí.

Y caminaron hacia el fondo del callejón. Dalila no decía nada, además iba descalza y no se escuchaban los armónicos tacones para que interrumpieran el silencio, pero John percibe esa presencia de vacío que, curiosamente, incomoda tanto a Dalila. Especuló que debería relajar el ambiente con una serie de preguntas que iban desde su color favorito hasta el nombre de su familiar más lejano, pero aun ella seguía callada con la imagen del encapuchado en sus ojos, hasta que salieron del callejón y torcieron a la izquierda.

Había empezó a campar al igual que las lágrimas de Dalila, y la idea de parar un taxi le surgía a John, pero al cruzar la calle, observa lo desocupada que se encontraba la carrera. Sería un milagro encontrar un taxi, por lo tarde que ya es, de seguro Pensó John.

"El Caballero & La Prostituta"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora