Princeton Plainsboro

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Una hora tarde, como es usual, y resacoso perdido, entró House por la puerta del Princeton. Sus azules ojos analizaron todo el panorama; cien por cien libre de Cuddy y, por lo tanto, de aburridas y vagamente estimulantes horas de consulta. Tomó el ascensor y se dirigió a su despacho, pues pretendía acostarse y recuperar las horas que no había aprovechado por la noche. En el más tierno punto del sueño, la voz de Foremann arrancó a Greg de su tierno bienestar.
-Tenemos un caso.
-Y yo tengo resaca.
-Niño de 13 años: petaquias, temperatura...
-Meningitis
-Temperatura baja. Se enfría. Además tiene episodios epilépticos y alucinaciones.
-Análisis completo y escáner cerebral. Un tumor en el cerebro puede afectar al sistema nervioso somático y provocar las alucinaciones.
-¿Y las petaquias?
-Una coagulopatía asociada... Intervino Chase.
-Estás sugiriendo una curiosidad?-Inquirió, completamente despierto, acribillándolo ferozmente con la mirada.
-Quizás las petaquias no son tales, sino hematomas provocados por trombos generados por el tumor.
-Quizás sea un factor externo: Taub y 13, a registrar su casa; revisad las drogas: Foremann, Chase, el escáner y análisis para Von Villevranng y coagulopatías varias.
-¿Tu vas a seguir durmiendo la mona?
Un sonoro ronquido sirvió a Foremann de respuesta.
Tras varias horas de reparador sueño, los resultados del escáner cortaron el rollo a Morfeo y a House. Pero, ante tal resultado, no tardó en despejar de su cabeza todo el sueño: era una imagen rarísima: muchísimas abultaciones diminutas repartidas por varios lóbulos cerebrales; un líquido cefalorraquídeo sumamente denso y múltiples ramificaciones en el tronco del encéfalo.
-¿Cáncer? Preguntó Taub con aquel tono de duda que todos conocían a la perfección.
Tenemos que ver a Wilson.
Tras arramblar en su despacho, y mostrarle el escáner al oncólogo,(quien tampoco tuvo una respuesta convincente), realizar montones de pruebas y errar miles de diferenciales, la jornada laboral por fin se decidió a terminar. Noche con Wilson! Necesitaba desesperadamente relajarse y descansar la mente.
-¡Hola! Wilson apareció con su gabardina larga, el pelo mojado y un par de cajas de Oreos.
-Hola, eh...
El teléfono interrumpió su frase. Aunque él no lo sabía, James comprendrió enseguida que algo malo había sucedido. El chico había muerto.
House se sumió en su clásico mutismo post-perdida, cosa que Wilson trató de paliar, pues tenía grandes expectativas respecto a esa noche. Se sentó en el sofá.
-¿Porno? Preguntó House, con el tono de cachorrito perdido que solía acabar convenciendo a su amigo para ver sesiones maratonianas de Mía Khalifa, con su posterior viaje al baño.
-¿No me queda más opción verdad?
Mientras House seleccionaba uno de sus infinitos vídeos, Wilson soltó una pregunta que podría hacer temblar los pilares del universo.
-¿Cómo vas con lo de Cuddy?
Le miró con esos analíticos ojos azules, ojos de genio, ojos calculadores y enormemente científicos.
-Hecho una puta mierda. ¿Y tú por Sam?
Hundió su cabeza en el pecho de House, cubierto por un manta. A pesar de lo frío, borde, sarcástico, egoísta, y egocéntrico de su amigo, allí se sentía seguro. Allí se sentía feliz. Algunas lágrimas comenzaron a escurrirse de sus ojos. Él si que era un cachorrito, un cachorrito pequeño y de enorme y roto corazón. El tiempo pasaba difuso, solo notaba el calor de su pecho juntándose con la humedad de sus ojos, sus gemidos que pedían ayuda urgente. Pasado un rato se dió cuenta de que las experimentadas manos de House le estaban acariciando el pelo y revolviéndoselo. Se incorporó. No se avergonzó de mostrarle a su amigo su expresión rota, sus lágrimas sin secar y su pelo loco.
-Ya está... Los abrazos de House tenían tanta capacidad de sanar como su diagnóstico.
-Sam era una puta zorra.
Su ánimo volvió a su estado habitual.
Un largo suspiro le sirvió de respuesta. Se levantó y sirvió dos tazas de leche, (la de House sin calentar) y las depositó en la mesita. Tras un rato de inocente conversación de galletitas, House decidió pasar a algo más fuerte: whisky con hielo. El porno se reprodujo en la tele.Al poco de iniciarse, unos generosos empalmes comenzaron las a generarse bajo las mantas. Wilson detestaba cuando aquello sucedía, pues tenía que aguantar todo tipo de comentarios morbosos; enrojeció. La mano de House se deslizó hacia el paquete duro y caliente de Wilson.
-Que buen empalme me llevas eh, semental...
-¿Que haces House? Se dispuso a apartar su mano, desganado, agotado, abatido.
-Tranquilo...
Su mano avanzó esta vez más tímidamente hacia su entrepierna; le miraba fijamente, clavándole el afilado azul de sus ojos: tenía esa media sonrisa analítica, de seguridad en lo que hace: la misma expresión que cuando determina alguna conclusión médica; esa sonrisa de genio, y de saberse serlo. No lo podía parar. No lo podía evitar. Estaba congelado.
-House, que cojones estás haciendo...
-Shh... Le puso un dedo en el labio, acercándolo hacia sí. No podía pararlo. No quería pararlo.
-Sin miedo... House atrajo a Wilson hasta que sus labios se juntaron; los de Wilson eran carnosos, suaves, como la fruta prohibida del paraíso. House, como con sus pacientes, como con su equipo, jugó con ellos y con los suyos propios. Esto está mal, pensó Wilson, pero no se sentía con fuerzas de separarse. Se sentía terriblemente seguro, terriblemente querido. House se separó y, sin mediar palabra, dejó que su cara adoptase su rictus de conclusión, de análisis de lo sucedido. Wilson despertó, y no le dejó seguir pensando. Un beso ardiente, apasionado, opuesto al de su amigo, bañó sus labios como una lluvia hirviente. Le puso ambas manos en el pecho, sobre su camiseta gris, y le empujó sobre el sofá hasta que quedó completamente tumbado.
-Por qué me haces esto, House?
Una media sonrisa afloró en su rostro.
-Porque me pones mucho, Wilson.
Se incorporó de golpe; respiró hondo y, como si fuese un baile practicado, quitó a Wilson su elegante camisa de profesional de la oncología, dejando al descubierto su pecho desnudo y libre de pelo. Ante la perplejidad de James, House se quitó su camiseta de sport y tomó a Wilson de la mano. Cojeante como siempre, arrastró a su amigo hasta la enorme cama de soltero que pronto dejaría de serlo. Empujó a Wilson, quien cayó a la cama como un peso muerto, rendido ante el dominio del genio. Gregory se sentó a horcajadas sobre la cadera de su amigo, notablemente afectada por la creciente excitación, y tomó la cabeza de Wilson entre sus manos
-Como lo harás para estar tan bueno...
Sonrío satisfecho y alzó a su eterno colega de las axilas, quedando sentados frente a frente. Wilson, con su constante ternura e inocencia acercó, tomando a House de la barbilla, hacia sí, besando con el gusto y la elegancia que solamente él era capaz de alcanzar. Tras un rato, dejó caer su grandioso cuerpo hacia atrás, dejando sobre su cuerpo un río de besos hasta llegar a la entrepierna.
-Oye, no se si esto está bien...
-Cállate o te callo- Respondió House
-Cállame.
Una mirada severa hizo a Wilson estremecerse; las manos de House se dirigieron hacia su garganta: ejerció una cierta presión que, junto con el apasionado beso que le seguía, sin duda acalló las quejas de James. Se deslizó entre sus pectorales y bajó hacia su estómago hasta llegar a sus partes blandas; claro que en este momento blandas precisamente no estaban.
Cuando la mano de House acarició sin temor sus partes viriles sobre sus calzoncillos, James Wilson no pudo reprimir un gemido ahogado, un deseo encerrado desde hacía muchos años.
-Ahh...
-¿Tengo que volver a callarte?
La mano de House se deslizó, experta, bajo los boxers de James, acariciando su pene entre placenteros escalofríos.
-Si vas a hacer algo, hazlo ya House.
Como si estuviese esperando la orden, despojó a Wilson de su ropa interior y tomó su polla con la mano, ejerciendo una leve presión que estaba llevando al oncólogo al mismo cielo. Tal y como si lo hubiese estado ensayando, masturbó a su amigo suave pero firmemente, primero con silencio por su parte y, al llegar, emitiendo unos gemidos que harían despertarse a todas las almas del cementerio.
-House, no pa-ahhh no pares por Dios...
James no había sentido jamás tanto placer con ninguna mujer, así que dejó que los buenos haceres de su amigo le llevasen al reino de los cielos con un pase dorado... O más bien blanco.
-Te gusta, ¿eh?
-Si... Me gusta...
Pues me toca a mí.
Bruscamente levantó House a su nuevo amante, situándolo frente a frente, observando la incredulidad, el placer y la confusión en el rictus de su amigo. Tras un suave intercambio de besos, House giró a su amigo de tal modo que quedase de espaldas...
-Es mi turno.
Tras terminar de poner a su oncólogo favorito en cuatro, le agarró de las caderas y, una vez seguro de que no podía escaparse, le susurró:
-Te va a doler.
Tras añadir algo de lubricante, un dedo penetró el virgen culo de su chico, su Jamie, su único e irremplazable amigo. Se encogió, pues la nueva sensación era tan placentera como dolorosa, como un terremoto en sus entrañas.
-Relájate...
No le fue difícil al moreno, pues los dulces besos de su colega, tibios y expertos se encargaron de llevarlo al más dulce nirvana, lo que facilitó la entrada de un segundo dedo.
-House, yo...
No pudo seguir hablando, pues el tercer dedo le arrancó el aliento de su garganta.
Wilson sabía lo que le seguía; atemorizado pero impaciente, gimió:
-No esperes más...
Como si lo hubiese programado, Gregory retiró bruscamente los dedos: agarró a su amante por las caderas y, tras un condón e ingentes cantidades de lubricante, susurró a su oído.
-Me gustas...
Trató de responder pero, justo cuando su lengua trataba de articular palabra, el pene de su amigo penetró su recto con una firmeza y una decisión que dejaron al oncólogo incapaz de pronunciar una sola palabra más allá de los gemidos. Comenzó a penetrarle repetidamente, entrando cada vez más y más profundo hasta que quedó completamente enterrado en James. Las embestidas sucedían a cada vez más seguidas, más intensas y, por lo tanto, infinitamente más placenteras. Jamie sentía su cuerpo arder y estremecerse, sintiendo su sangre lava, como su de un volcán se tratase; esperando a su amigo para erupcionar. Cada vez se les hacía más difícil contenerse, aunque trataban de mantenerse así, en ese estado de placer y excitación creciente. Pero las buenas artes de House, golpeando incesantemente sobre su próstata le arrancaron de ese punto para llevarle al cielo. Dios sabe que Wilson, en todos sus matrimonios, noviazgos y ligoteos jamás había sentido un orgasmo como aquel. Cada célula de su organismo hervía de gozo y de placer carnal, corriéndose al grito de "Greg", el responsable de todo aquello quién, por su lado, estaba sintiendo su propio paraíso entre sus piernas. Cuando ambos hubieron acabado, ambos se quitaron los preservativos y cayeron exhaustos a la cama.
House comenzó, cómo no, a analizar todo lo sucedido, sintiéndose confuso y extraño a la par.
-Wilson, yo...
-No digas nada.
Un suave beso despojó las dudas de los pensamientos de Gregory.

House y Wilson; amor clínico (Hilson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora