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Hola:
Agradezco que hayas mostrado interés en leer mi libro.
Lamentablemente lo he inscrito en el programa kdp de Amazon, así que lo tengo que retirar de esta plataforma.

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www.itsandragabriel.blogspot.com

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Te dejo un fragmento de la obra para que puedas leerlo:

Rashid estaba de mal humor. Si bien las negociaciones habían resultado a su favor, tener que pelear con un puñado de incompetentes le había parecido bastante frustrante. Estaba cansado y lo único que le apetecía era llegar a su habitación y darse un baño.

En ese momento se abrieron las puertas del ascensor. Iba tan distraído que tardó un poco en darse cuenta de que un brazo le impedía el acceso. Tan poco acostumbrado a que alguien le impidiera entrar en ningún sitio, alzó la vista con la intención de poner a esa persona en su lugar, cuando se quedó sin habla.

Estaba acostumbrado a ver mujeres hermosas, pero esta superaba todos sus sueños. Una melena del color de la nieve más pura, rodeando una figura delicada de estrecha cintura y pechos generosos. Como si solo eso no le hubiera impactado, fueron sus ojos los que le quitaron la respiración, brillantes como un río de plata líquida, con unas pestañas del color del oro y una piel pálida y de apariencia suave como la seda.

Tan impactado se quedó por la visión de esa mujer que, antes de poder reaccionar, se cerraron las puertas del ascensor llevándosela consigo.

En el momento que se recuperó de la impresión, pulsó el botón del ascensor frenéticamente, pero cuando finalmente volvió a su planta y se abrieron las puertas, el interior estaba vacío.

¿Lo había soñado? ¿Podía existir una mujer como ella? Sin poder quitarse su imagen de la cabeza, se dirigió a su habitación pensando en cómo podría averiguar quién era ella.

—¿Me ha visto? Ada no podía estar segura de ello, puesto que sus plateados ojos eran ciegos.

—Sí. Se ha quedado tan impactado que no ha podido ni reaccionar.

Ada dejó escapar un suspiro tembloroso. —¿Crees que me buscará?

—No tengo ninguna duda. Cuando se recupere del susto —contestó Bryan con una sonrisa—. Ten por seguro que hará lo que sea necesario para averiguar quién eres.

—Eso espero —contestó Ada, aún insegura.

—¿Qué aspecto tenía?

Esperaba no haberse equivocado con ese hombre. Si así era, que Dios la ayudara, porque no sabría qué más hacer.

—Daba bastante miedo con esa cicatriz cruzándole la cara.

—Entonces servirá —afirmó Ada con una sonrisa, saliendo del ascensor hacia el ático, donde tenía su apartamento.

Su padre era el dueño de la cadena hotelera. Tenía hoteles repartidos por todo el mundo y en cada uno de ellos el ático estaba reservado para su alojamiento. En realidad, cualquiera podría decir que no tenía motivos de queja: su padre era millonario y podría decirse que satisfacía todos sus caprichos. Vivía rodeada de lujos, con un grupo de personas enteramente a su disposición. Mucha gente mataría por poseer lo que ella tenía. Sin embargo, ella no podía más; se ahogaba en su jaula de oro y, en su desesperación, había trazado un plan y ese hombre, Rashid, era imprescindible para llevarlo a la práctica.

El Carnicero de Anvard. Así le llamaban. Esperaba no haberse equivocado con él, pero era un riesgo que estaba dispuesta a asumir. Había estudiado a todos los posibles candidatos y él era el único que cumplía todos sus requisitos. Decían que era un hombre cruel e implacable que se había ganado a pulso su sobrenombre.

No sabía muy bien lo que había hecho, solo que había sido algo horrible, pero también decían que jamás le había hecho daño a una mujer o a un niño. De hecho, circulaban historias sobre lo que les hacía a sus hombres si descubría que violaban a alguna mujer. Era joven y estaba soltero, lo cual era imprescindible para sus planes.

Contaban que, antes de ganarse su apodo, estaba siempre rodeado de mujeres, pero el suceso que lo había originado le había dejado algo más que un nombre que generaba miedo. Tenía una cicatriz que le surcaba la cara desde la sien hasta el pómulo. Decían que, desde entonces, solo se relacionaba con prostitutas. Esperaba que todo eso jugase a su favor.

Estaba tan nerviosa que le sudaban las manos; apenas podía respirar. Rashid tenía habitación reservada únicamente hasta esta noche. Era hoy o nunca. Si se iba del hotel, estaba todo perdido. Seguramente, no volvería a tener otra oportunidad.

Te ofrecí mi corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora