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1/Julio/2017

Me llamo Abigail Lay Araya, y estoy oficialmente despedida de mi trabajo.

Al parecer, mis dibujos no consiguen abstraerse de la realidad lo suficiente como para ser la ilustración del próximo libro "best-seller" Carlitos y el verano.

Mi familia está suficientemente ocupada como para que les pida ayuda, por muy familia numerosa especial que sea... Los quiero, y por eso pienso que en ésta ocasión me toca moverme por mi propia influencia.

He aprovechado el último día de trabajo para hacer una búsqueda y he estado al acecho de algún alquiler decente para alguien con un sueldo (y ahorro) como el mío. Nada en Central City, Star City y mucho menos Gotham que tenga empleo y casa ajustada al sueldo... y por desgracia parece que tengo que seguir bajando mis espectativas hasta llegar a Blüdhaven...

Empleo con suficiente dinero como para vivir en un piso alquilado y tener una hucha-cerdito con futuros gastos (que desde luego no tienen pinta de que vayan a ser lujosos).

Suspiro con la cabeza escondida entre mis brazos y mando la solicitud de empleo a tres empresas, y busco cinco posibles hogares y dueños. En una hora y media consigo tener todo listo (debe de ser que los he pillado en una buena hora con el ordenador), salgo de la biblioteca y comienzo a hacer lo que se suele hacer en las mudanzas.

El nuevo piso al que me voy tiene muebles, por lo que me ahorro el dinero de la mudanza de inmobiliario e incluso puedo vender los que aún están en buenas condiciones  (no todo es tan malo).

Busco mis tres maletas y las lleno: la más grande y mediana con la ropa a presión, y la pequeña con ropa de cama y toallas. También lleno un neceser con mi cepillo y pasta de dientes, cuchilla, peine, coleteros, diademas...

Y antes de dormir la última noche en España, pongo a cargar el móvil mientras repaso algunos cómics de mi infancia e intento no ponerme nerviosa con mis monólogos interiores y mi intención de controlarlo absolutamente todo.

Poco a poco me van pesando los pensamientos y párpados hasta que termino dormida.


 2 Julio 2017

Con el sonido de la alarma del móvil empiezo a reaccionar.

Son las ocho de la mañana y en media hora llegarán los compradores de mis muebles; otra media hora más tarde mi antiguo casero vendrá a pedirme las llaves, y una hora después tengo que coger el tren para marchar hacia Blüdhaven (cargando con las tres maletas y mochila de mano --seguramente pida un taxi).

Me peino con un moño, me visto con la ropa que me preparé ayer y guardo a presión el pijama dentro de la maleta grande. Desayuno un Cola-Cao con una magdalena y me preparo un sándwich (por si tengo hambre) y algo de pasta y ensalada en un táper... por si no llego a la hora de la comida a mi nueva ciudad.

Mis "clientes" se presentan puntuales y consigo vender una batidora, la plancha y el burro, una cómoda, un juego de platos (que decoré una tarde aburrida), la televisión y la tostadora... y todo esto gracias a las aplicaciones del móvil. El resto intento guardarlo y venderlo en Blúdhaven, o se lo regalo a mi casero.

Con el desorden que me ha causado la venta (puesto que he intentado encasquetar algunas cosas de más) tengo que reordenarlo todo.

Cuando termino de guardar y revisar todo mi equipaje llaman a la puerta.

-- Está abierto: pasa.

Un hombre de cuarenta y pocos, que está empezando a tener entradas y canas, y algo de tripita cervecera, se asoma por la puerta y me sonríe de forma estoica. Es un hombre de familia, fiel por lo que sé, excelente con el cálculo matemático y ciencias pero que vive a base de su fuerza.

DaywingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora