Capítulo 5: Origen

26 0 0
                                    

—¡Miradlo, va a llorar otra vez! —dijo Ben en tono burleta.

—¡Normal! ¿No dice que es una niña? —añadió Harry, riéndose.

Me levanté del suelo, temblando de la rabia y la impotencia... y del miedo. Notaba cómo las lágrimas se iban formando en mis ojos, pero esta vez no iba a llorar. Esta vez no. Esta vez no lloraría.

Di un paso a la frente, decidida. Me daba igual lo que me pasara, me daba igual cómo acabara. Ya me había hartado de todo esto. Siempre se metían conmigo. Siempre en grupo. Siempre. Ya había tenido suficiente.

Di otro paso hacia Ben, pero algo chocó con mi pie y tropecé, yendo directa hacia él. Aprovechó mi impulso y me golpeó el hombro. Volví a caer al suelo, esta vez arañándome todo el brazo con unas ramas secas. Miré a Lago, detrás de mí: su pie era con el que había tropezado. Poco a poco, mi brazo iba enrojeciendo e iba apareciendo la sangre. El escozor hacía más difícil, si cabe, aguantar las lágrimas, pero tenía que hacerlo. De repente, se escuchó un grito a la distancia.

Ben cayó al suelo de un puñetazo, y Harry pudo esquivar otro. Empujó a Erika, desequilibrada todavía de la inercia, y cayó a mi lado. Pero se levantó de inmediato, y volvió a atacar a Harry. Este paró uno de los puños, pero no pudo esquivar el segundo y se tambaleó hacia atrás. Lago corrió por detrás y empujó a Erika, que volvió a caer, esta vez delante de Ben, quien ya se había levantado.

—Niñata de mierda... —su pie despegó directo hacia Erika.

Me levanté rápidamente, salté por encima de Erika, que estaba tumbada en el suelo, sin moverse, y dirigí mi puño contra él. Pero antes de poder tocarlo noté un golpe seco en mi estómago y caí de rodillas, sin fuerzas, sin aire. Unos brazos rodearon los míos y me levantaron, dejándome a merced de los puñetazos de Ben. Vi cómo la silueta de Erika se volvía a levantar, pero la escuché gritar antes de que le diera tiempo de dar si quiera un paso.

Cuando Ben se cansó, quien fuera que me sujetaba me dejó caer. No tuve fuerzas ni para mantenerme de rodillas.

—La próxima vez os lo pensaréis antes de intentar nada... mierda de niñato y su novia... —oí cómo sus pasos se iban alejando, acompañados de los demás—. ¡Que me ha dado! ¡Que me ha dado un puñetazo! Solo de pensarlo... —sus voces se iban apagando a cada paso.

El suelo estaba frío, húmedo. Las lágrimas no tardaban en morir en él desde que nacían. «Erika...», pensaba. Solo quería saber si estaba bien, pero casi no podía pestañear. Pronto empezaron los sollozos y, un día más, ahí estaba: llorando. Erika había venido a ayudarme, una vez más, y solo había conseguido recibir por mí, una vez más. Y yo lloraba, pero no por el dolor. Lloraba por la decepción. Por la rabia. Por la impotencia. «Algún día...», me repetía siempre. Pero ese día nunca llegaba, y siempre terminaba igual. Llorando, y con Erika malherida. Otra vez.

Oí un ruido no muy lejos de mí y, acto seguido, unos pasos. Giré la cabeza, no sin esfuerzo, para intentar ver de dónde venía. Entre las lágrimas, la sangre goteando y el dolor, veía más bien poco, pero aquella silueta la conocía, sin duda.

Erika se dejó caer y se estiró a mi lado, mirándome con sus ojos verdes. Tenía un corte bastante profundo en el labio, y otro en la mejilla izquierda y en su ceja derecha. Un hilo de sangre nacía en la comisura de sus labios y se perdía entre su pelo pelirrojo, descansando en el frío suelo. Pese a todo, no había ni una pizca de tristeza en su cara. Su mano se acercó a mi pelo, y lo acarició, sonriendo.

—Hemos ganado... —me dijo.

Cerré los ojos, intentando no llorar por la imagen patética de alguien intentando poner alguna excusa para que me sintiera mejor tras lo que había sucedido. «No lo intentes, sé lo que ha pasado», pensé. Intenté hablar.

LennaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora