Capítulo 1

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Capítulo 1

El comienzo de una obsesión

En las afueras de Londres, entre cumbres y valles planos pintados de verde, existía extrañamente situado un pequeño pueblito. Este lugar, a pesar del tamaño del mismo, era extraordinariamente bello. Las casas rebosaban de detalles graciosos y perspicaces, que daban un toque divertido y bello al lugar, y preciosas flores de todas las tonalidades posibles, adornaban el bajo del marco de las ventanas como joyas brillantes, de donde, si asomaba en el momento indicado, se podía tener una vista espectacular de las verdes praderas.

Sin embargo, no era solo la belleza del paisaje lo que resaltaba del lugar, sino la de las personas. De manera muy peculiar, todos los habitantes del pueblecillo gozaban de una hermosura extraordinaria. Ya fueran las chicas, altas, bajas, delgadas, o rechonchas, todas ellas eran hermosas de cierta manera (por supuesto unas más bellas que otras), tanto que cualquier persona muggle habría afirmado lo que efectivamente era, obra de la magia.

Dentro de aquel pequeño poblado mágico, había una pequeña casita de madera extrañamente construida, de altura casi destructiva a la belleza del paisaje y asimetría característica. Podría decirse que esa pequeña casa era la vergüenza del pueblillo, no solo por la imagen estética, si no por las familia habitante en ella. Dentro de esa casa, habitaba la rara familia Hammilton.

La familia Hammilton, conformada por la viuda Emily Hammilton y sus cinco hijos, eran la más odiada de la región; todo debido a lo desagraciado de la familia. Aunque cualquier persona normal habría dicho que la familia descendía de un linaje de supermodelos atractivos, comparados con el resto del pueblo los Hammilton no eran más que una vil burla.

Pero no era solo la falta de belleza lo que provocaba el repudio a la familia, sino que, la familia Hammilton era la única del condado donde ninguno de sus dos primeros hijos había aceptado la carta del colegio Hogwarts de magia y hechicería, provocando la carencia de nuevos magos en el linaje.

Las personas en el pueblo hablaban. Muchas decían que la pobre viuda se había resistido a que sus hijos aceptaran la carta debido a que había quedado tan destrozada por la muerte de su esposo, que se negaba a que sus hijos sufrieran el mismo destino con la magia.

Aún así, las pequeñas familias del pueblo habían aprendido a convivir con el paso de los años, gozando de la belleza del pueblo y resistiéndose a cuchichear ante la presencia de la viuda.

Así se vivían los días en el pequeño condado: las brujas y los magos iban y venían de un lado para otro, mostrando impecables sonrisas. Muy pocas veces algún mago viajaba a Londres a comprar algún detalle en el callejón Diagon, pues todo lo esencial se tenía dentro del mismo pueblo, donde magos y squibs vendedores mostraban productos frescos y caseros.

Agosto era una de las épocas más bellas del año. Las abejas zumbaban perezosamente sobre las flores, folclóricos colores pintaban las praderas y los pequeños magos aprovechaban para tomar sus escobas y salir a jugar quidditch (incluso algunos magos solían montar a pequeños squibs detrás de sus escobas y darles una vuelta en ellas). Por ello, Jazmín Hammilton salió como todas las mañanas de Julio al prado, decidida a jugar una buena partida de quidditch con sus amigos, y pasando por alto la pequeña carta sellada que se encontraba junto al mueble de madera al lado de la mesa.

Su madre le habría prohibido sobremanera tocar ese sobre desde que había llegado tres meses atrás, en mayo, y mientras caminaba con su escoba en bajo el brazo y su espesa cabellera castaña meciéndose tras la espalda, no puedo evitar preguntarse cómo se sentiría asistir al colegio Hogwarts y ser la primera bruja educada entre sus hermanos.

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