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– ¿Impulsador de encurtidos y carnes frías? – me dijo con tono burlón.

– Al menos tú te éstas divirtiendo aquí – le miré acusador, aunque también sonriendo un poco divertido.

– Nene, lo siento, pero es que no entiendo, te lo juro. – Estella se reía cada vez más de mí en mi intento por buscar un nuevo empleo.

– Ni yo. Angélica te ha dado hasta la gerencia de Pinos y, ¿no me habías contado que te aumentaron en sueldo? – decía Julián mientras tachaba otro anuncio en los clasificados.

– “Se busca bailarín suplente de medio tiempo, con experiencia, que sepa algo de acrobacia básica” – Estella me miró de soslayo, mientras Julián seguía tachando.

– Siguiente. – sentencié.

– Luke, es perfecto. – Me tendió la hoja de periódico. – Debes superarlo, es lo mejor que puede ha...

– Estella, para ahí por favor. – Ella suspiró ante mi tono de súplica.

– Es que... – Suspiró pesadamente, mientras doblaba el periódico y tomaba otro. – Lo dejaré aquí por si te arrepientes – apuntó la mesa de noche  – Es una buena paga.

Asentí y seguí con mi búsqueda.

– Yo sigo sin entender por qué un niño como tú necesita dinero, teniendo un padre adinerado. – Julián seguía tachando todos los trabajos que pasaban por su vista, sin discriminación alguna. – Es decir, tienes hasta un pequeño apartamento a tu nombre, ¿qué más quieres, viejo?

– Sabes que en cuanto a papá le venga algún disparate loco por su cabeza, me quitara todo si así lo quiere. Quiero tener dinero propio. – Julián no paraba de tachar, dejando la pobre hoja llena de tinta roja. – ¿Si quiera estas leyendo lo que tachas?

– Oh, mira esto: “Se necesita hombre joven, musculoso, agraciado y de buen porte, para hacer acompañamiento a mujer madura y generosa en cuanto a capital monetario” – Julián soltó una risotada y yo me controlaba para no acabar igual.

– Oye, viejo, ¿qué tal te iría lo de prostituto? – se mofó sin reparo alguno.

– Se dice gigoló, pequeño ignorante.

– Pues lo mismo, te vendes a mujeres maduras y ricas, ¿qué mejor que una milf adinerada, eh? – Estella lo golpeó con el periódico juguetonamente.

– Estan tan...  En lo cierto. – admitió.

– No pienso vender mi cuerpo. – dije firme en mi posición. Ambos voltearon a verme con incredulidad.

– ¿Y si está buena? – preguntó un mal intencionado Julián.

– ¿Y si es tu madre? – y me gané el puñetazo del día. – ¿Quieres un poco de esto, enano?

Julián se abalanzó sobre mí y empezamos a golpearnos sin hacernos  daño realmente, pero tratando de acorralarnos el uno al otro. Casi siempre ganaba yo.

– Creo que oí un auto – ambos nos separamos. Si mi padre llegaba temprano, todo se ponía algo incómodo entre nosotros.

– Diablos, no. – me asomé y pude ver la camioneta chevrolet de mi padre, estacionándose con maestría. – Muy bien, largo todos.

Estella rodó los ojos, irritada. – ¿Otra vez nos harás escabullirnos por atrás? –.

Asentí, seguido de tomar mi morral y salir sigilosamente, con ellos detrás.

•°•°•°•

Lucía

– ¡¿Es que no puedes si quiera pensar en tu familia, por una vez en tu maldita vida?! – Oí como lo que podría ser un plato, se quebraba a pedazos con suma fuerza, contra la pared de la cocina.

Puse mi pie sobre la enredadera y empecé a descender con cuidado, no quería que se percataran de mí.

Mamá seguía viendo su novela melodramática, a todo volumen. Papá intentaba meterle a mano desde que había llegado, lo que me dieron más ganas de salir corriendo.

Era tarde, pero cuando se ponían así, ni cuenta se daban de mi ausencia. Mis píes me llevaron a tocar la ventana de él. Habían pasado unos años desde que no había vuelto a darle visitas nocturnas. No me extrañaría si no supiese que era yo, o simplemente no abría, pero no fue eso lo que sucedió, y eso me hizo sonreír.

Subí por la enredadera de su casa y me dejó entrar. Su habitación era pequeña, por que él así lo quería, y me hacía sentir cómoda. Él era cálido. Mi primera vez también lo fue. Hizo lo posible por hacerlo así.

No emití palabra alguna al verlo. Estaba tan desaliñado como siempre, no era lo necesariamente guapo para la sociedad, pero a mí me resultaba encantador todavía. Incluso después de años de haber roto. Todavía me movía el piso.

Él me abrazó. Yo le correspondí. Luego nos besamos y volvimos a abrazarnos. Él era mi mejor amigo, siempre lo sería, aún cuando no fuéramos el uno para el otro.

– Tardaste tanto en volver. – susurró en mi oído. Era tan dulce.

– Lo siento tanto. He querido volver, pero... Necesitaba tiempo. – dije mirando sus ojos oscuros, como si nunca hubiese dejado de verlos.

– Lo sé. Te extrañé. – me abrazó de nuevo.

Nos besamos todo lo que tardé en dormirme, cómoda y tibia en sus brazos. Como si nunca me hubiese ido.

Desperté sudando, hacía calor. Traté de quitar su brazo sin despertarlo, pero fue inútil. Sus ojos cafés me escrutaban con algo de dolor. Mi interior me apretó.

– ¿Esperabas dejarme solo como la última vez? – sonrió con tristeza. Yo me aparté y tomé mis zapatos.

– Sabes que esto no debió ocurrir – me acomodé el zapato derecho – y sabes que no volverá a ocurrir, no otra vez.

– Lo mismo dijiste la vez pasada – se acomodó pata acabar sentado sobre el colchón – Lucía, no puedes sólo venir aquí, hacerme sentir cosas otra vez para luego marcharte, sabes que no es justo. – Me miró con reproche, yo seguí tratando de calzarme con rapidez.

– Alex, yo... No es mi intención, sólo... – suspiré, llegando a pensar que mi zapato se habría encogido – me siento como un rehabilitado volviendo a su droga. Yo no quiero necesitarte más.

Él llegó hasta mí, tomó mi rostro y me besó con intensidad, haciéndome olvidar de mi calzado. Haciéndome querer más que sólo besarlo. Lo quería desnudo, ya. Pero lo solté.

– No puedo. Yo, en serio siento ser tan confusa. No... No puedo. – tiré fuerte de mi zapato y entró. Tomé mis cosas y me trepé de nuevo por su ventana.

– Esperaré de nuevo. No importa si tengo que hacerlo más que la última vez. – dijo en susurro. Pude notar su estado de excitación debajo de las sábanas.

– No vas a tener que hacerlo otra vez. – aclaré decidida y segura.

– Entonces tendré que buscarte yo.

Descendí con apuro, intentando no llamar la atención. Hoy sería un día duro. Necesitaba verlo por última vez. Despedirme sin que se sintiera así.

A diferencia del la habitación en la que me encontraba hace un minuto, el panorama afuera estaba bastante gris, cargado de melancolía y de un frío que me calaba profundamente. Sentía el peso de la culpa sobre mi espalda, otra vez.

Zapatillas en el aire. [ZR2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora