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Anna Pávlova era la academia más prestigiosa de la ciudad. Aunque no es como que hubiesen muchas al rededor. Mi meta –o más bien la de mi padre –era tener el honor de ser aceptada en la academia Karen Taft; una de las mejores academias de ballet clásico que existen en Madrid.

Por supuesto que no había enviado sólo una petición a sólo una academia. Sin embargo, el que la academia me hubiese puesto en período de prueba, junto con un par de chicos de mi humilde institución, bastó para que mi padre se llenara de orgullo, y que a mí me hiciera retroceder como un cachorrillo asustadizo.

La directora de la institución; Anna Pávlova, nos había llamado con urgencia a quienes habíamos sidos “enganchados” por importantes academias/compañías, especialmente europeas. Nos dio una palmadita y luego y la patadita de la buena suerte para casi deshacerse de nosotros y tener más bacantes, pero aún quedaba mucho tiempo.

“Esta es la oportunidad perfecta para que mi talentosa Luci brille en todo el mundo, y que me haga sentir más orgulloso de lo que ya estoy”.

Aquellas habían sido las palabras de papá al leer la carta de aceptación de prueba. Su mirada fue lo más grato que había visto desde, bueno, siempre que lograba algo bueno con el ballet.

Mi padre; un bailarín retirado, a causa de un accidente, que pasaba sus días enseñando en escuelas de danza para pequeños con futuro. Yo me sentía como una más de sus estudiantes.

Pero no se daba cuenta de que cada vez iba perdiendo más el amor que una vez sentí con fervor por bailar. No es que lo odie, por supuesto que no, había sido mi primer amor, pero ahora, ya no sentía emoción. Ya no le tenía la pasión necesaria.

Deslizo la mitad de mi cuerpo hacia abajo, tocando las baldosas blancas, mis rodillas rectas, postura perfecta. Siento pena por Alexia. Ha subido más peso del debido y la ogra de Minerva no deja de golpetear su rellenito cuerpo con esa severa mueca de desaprobación. Observo con impotencia cómo la acusa de perder compostura por falta de práctica y exceso de glotonería. Me enderezco para escuchar a Minerva.

–Bien. Lucía, perfecta como siempre. –Me mira encantada y yo le devuelvo una insípida sonrisa. – En cuanto a... Ciertas bailarinas, dejan mucho que desear.

Alexia salió disparada hacia el baño con una expresión enfermiza en su rostro. Pobre.

–Diez a que fue a vomitar –Dice Gabriela, cruelmente.

Antonia saca un billete y lo pone sobre la palma extendida de su amiga pelirroja. –Diez a que se dejó preñar.

Ambas sonríen con burla, mientras que Sara las mira con desaprobación. Sara es la más humana en su grupo de amigos, aunque en realidad parecíamos más una telaraña que grupos en sí. Todos no hablábamos con uno que otro de los “grupos”. Supongo que ellas eran las mas arpías, sin ánimo de ofenderlas, bueno tal vez sí un poco.

–Silencio. –Exigió Minerva con autoridad imponente. Era imposible no sentirse intimidado con sus ojos avellana escrutándote toda la mañana –y algunas tardes según los horarios –.

Todos callaron, demostrando respeto infundado y ganado por la muy alta mujer frente a nosotros.

–El pa de deux, es la forma en la que los cuerpos y almas de ambos se unen en una sola pieza, tan íntimo. Casi como hacer el amor. –Sus ojos brillaban cada vez que explicaba con romanticismo cada paso nuevo o cada repaso, siempre con algo diferente. –Por tal motivo, cada pareja debe tener un mínimo de compatibilidad.

Todas chillaron al tener una nueva sesión con el sexo opuesto. En un corto instante el salón se inundó de testosterona. Alexia no regresaba del baño, lo cuál preocupó a Minerva, me atrevo a decir que se sentía culpable en este momento.

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⏰ Última actualización: Jul 07, 2017 ⏰

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