Capítulo 2

74 8 2
                                    

Una voz ya más que conocida dice por los altavoces:

-Estimados pasajeros, hemos llegado a la última estación del recorrido: Molinos de Ryfolk. Por favor, recuerde descender con todas sus pertenencias.

8:30. Puntualidad por sobre todo. Las clases en la escuela comienzan a las 9 am.

Entre todos los motivos por los que decidí irme de aquí y abandonar este escenario lleno de colores cálidos, el mejor helado del país y señoras que preguntan cosas que definitivamente no son de su incumbencia, está la rutina que los pueblerinos son incapaces de abandonar.

8:30 am: todos los adultos entran a trabajar y los niños a la escuela.

16:00 pm: todos los adultos finalizan su jornada laboral y los niños salen de la escuela. Los adolescentes se aglutinan en una plaza para, supuestamente, "recrearse". Las colillas de cigarrillo y las latas vacías de cerveza barata dan cuenta de esta recreación.

20:00 pm: toque de queda. Sólo quedan algunos adultos dando vuelta.

22:00 pm: todas las luces están apagadas.

Esta monotonía me colapsó cuando tenía alrededor de unos 16 años, pero no tenía a nadie para hablarle de esto. Era simplemente una ryfolkiana descarriada que sin quererlo cambió de rutina solamente, de pueblerina a ciudadana ajetreada. Ironías les llaman.

-¿Cómo te encuentras hoy, Emma? -me pregunta la Sra. O'Neil, dueña de la tienda de souvenirs junto a la estación.

-Pues...

Una pulsación. Otra pulsación.

-Bien. Como nunca. Muy muy bien. -Acelero el paso, casi corriendo hacia la escuela.

-¡Yo me encuentro muy bien también! -escucho que grita, ahora desde lejos.

Escuela Secundaria n°2 Mirta Ryfolk ahora en mi campo de visión. Por fin, algo parece normal. Quisiera volver a hace 1 hora, cuando el frío que inundaba el espacio era lo único en lo que pensaba.

-¡Hola, maestra! -dice una niña de coletas rubias.

-Qué tal, maestra. -Una niña más grande que la anterior, de melena castaña.

-Muy buenos días, señorita Porter. ¿Cómo se encuentra usted el día de hoy? -me pregunta una cara de ojos amistosos y familiares y de bigote recortado por un muy buen barbero.

-Nunca lo había visto por aquí, señor.

Ojos amistosos y familiares.

-Oh -frunce el ceño-, lo que sucede es que comencé a trabajar aquí tan sólo hoy. Había un puesto para asistente de limpieza, y pues, simplemente lo tomé -sonríe.

Ojos familiares.

-Y si llegó hoy, ¿cómo es que ya sabe mi apellido?

Los ojos familiares son salvados por la campana; para mí, esto es algo que pasa, no sé, en las películas o novelas trilladas; sin embargo, sucedió. El hombre levanta las cejas en un gesto de despedida, recoge su cubeta y sus trapos y se aleja por el pasillo.

La clase comienza con normalidad. Los niños se paran, saludan ("buenos días, señorita Porter. ¿Cómo está?"), y yo comienzo mi clase.

-Bueno, niños, ¿leyeron el capítulo de Matilda que les dejé de tarea?

En el salón se escucha una ronda de noes.

-Estaba ocupado ayer, profesora. La pelota no se va a jugar por sí sola.

Doce BúhosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora