-Mamá, mamá... Te prometo que las voy a regar, no te preocupes... -balbuceo, con la mente todavía en un lugar donde no existen más que colores y luz.
-Ay, Julius. Creo que a la pobre le hizo más efecto de lo que pensaba -dice Lisbeth, Clarissa o lo que sea, con un latente tono maternal en su voz.
-¿Y te extraña? Esta niñita no debe tener más de 20 kilos de carne en el cuerpo.
Mi consciencia lentamente vuelve al lugar que le pertenece: mi cuerpo. Mis brazos adormecidos dejan de ser bultos inservibles y colaboran con mis piernas para lograr ponerme en pie y demostrar que soy un ser humano digno.
-Necesito saber qué pasa, por favor, y ya basta de los constantes bombardeos de información. Algo retuve de una guerra, y sus nombres...
-Emma, querida, sería estupendo si en vez de hacer preguntas y preguntas simplemente te quedaras callada -dice Lisbeth, y suspira.
Quizás... eso era lo que tenía que hacer, después de todo. Julius me pone la mano en el hombro y me lo aprieta con cariño.
-Milady, señorita de la boina gris o como prefiere que le llame, le presento la parte de la ciudad que menos pasa desapercibida, el espejo de la Gran Ciudad. Supongo que ya se habrá dado cuenta.
¿Cómo no darme cuenta? En algún momento del día, no soy capaz de saber cuándo exactamente, este trío casi cómico que se formó en las afueras de la Escuela N°2 Mirta Ryfolk, terminó en frente de este espejo, el cual ha sido desde siempre testigo de románticas peticiones de matrimonio y rodajes de varias películas; incluso ha sido usado, junto con el reloj de los Doce Búhos, como imagen de postal. En lo que a mí respecta, sólo puedo decir que a este espejo le llega la luz de mejor calidad de toda la ciudad. Esto es algo bastante útil para quien no puede evitar atrasarse los lunes por la mañana y necesita retocar su brillo de labios a como dé lugar. No, por supuesto que no hablo de mí.
-Sí, claro que sí. Recuerdo cuando mi mamá, mi hermano y yo teníamos que ir al centro de la ciudad a comprar los chocolates favoritos de mi hermano y libros para mí. Mi madre solía detenernos un momento aquí y siempre nos preguntaba qué veíamos. Ella solía decir que no había espejo más sincero que éste. Frederick no aguantaba ni dos minutos mirándose a sí mismo -río.
-¿Y tú, querida? ¿Qué veías tú? -me pregunta Lis, bastante interesada en el tema.
-Yo... -sacudo la cabeza- yo veía a aquella Emma a la que siempre aspiré; fuerte, más audaz. ¿Me entiendes?
-Pues claro -sonríe y me toma la mano-. Te entiendo a la perfección. Emma, déjame decirte que tu madre es una mujer muy sabia y, efectivamente, este espejo es el mejor amigo que puedes llegar a tener: muy honesto y leal.
-Era -le corrijo, con un nudo en la garganta-. Mi madre era una mujer muy sabia. No sé cómo me las he ingeniado para sobrevivir sin sus consejos estos últimos 8 años, si te soy honesta.
Mi interlocutora, una persona visiblemente alérgica a las situaciones incómodas, suelta una involuntaria risa nerviosa. Su semblante cambia, mas no la fuerza con la que sostiene mi mano. Su marido, en un empático intento de salvar la situación, toma las riendas de la conversación. Carraspea un poco, y dice:
-Señorita, me temo que debo informarle de algo.
-¿Sí?
-Veo que usted y su familia conocen muy bien la personalidad de este viejo espejo. -Julius observa el espejo detenidamente, sin intención de disimular su admiración-. Sin embargo, eso es sólo lo que unos pocos térreos, o sea, seres humanos comunes y corrientes como usted, conocen. ¿Qué hora es, mi estimada?
-10:58... y ahora 10:59 -contesto.
-Qué conveniente -dice riendo, contagiando a Lisbeth-. Ahora, quiero que esté muy atenta.
Julius cierra los ojos y me toma la mano libre. Soy capaz de distinguir cómo el ambiente a nuestro alrededor se carga de una vibra hasta ese entonces desconocida para mí. Algo que escapa a los elementos de esta dimensión comienza a fluir por los dedos del conserje-de-frac-elegante; magia, creo que le llaman.
Primero, se trata de los niños más pequeños; después, de los adolescentes; por último, de los adultos y los ancianos. Uno a uno comienzan a caer en el más profundo sueño. Empiezo a darme cuenta de lo positivo que es que los térreos no conozcamos la magia; de lo contrario, muchas industrias quebrarían, comenzando por la farmacéutica, productores de soporíferos.
-¿Esto es legal...? -pregunto, no sé si asustada o maravillada.
-¡Shht! -exclama Lisbeth, y susurra-: Este hombre necesita muchísima concentración.
Observo el rostro de Julius detenidamente. Sus arrugas están más marcadas que nunca y su boca murmura muy rápidamente y en voz baja. Esta murmuración sólo cesa una vez que el búho ubicado en el número XI comienza a cantar.
-Todo salió perfecto, cariño. No esperaba menos de ti -dice Lis, soltando mi mano para llevar las dos suyas hacia el rostro de su esposo. Se besan de una manera muy propia de las parejas de su edad: breve, pero con muchísimo cariño visible.
-Y todavía no termino, amor mío. Ahora viene lo mejor.
El dedo índice de su mano derecha se apoya sobre el espejo y traza 4 líneas, formando un diamante, del cual comienza a emerger... verde; más específicamente, magia verde. Magia que deja a Houdini en ridículo, magia que te hace creer que todos los sueños son posibles, magia que te abre todas las puertas de la imaginación.
Literalmente.
**
¿Alguna vez han visto un espejo hecho de hojas? Pues yo ahora puedo decir que sí. En el momento en que aquel diamante fue dibujado, todos los vidrios se volvieron luz, la cual luego se materializó en hojas brillantes y saludables.
Lisbeth y Julius toman la delantera con una enorme sonrisa en la cara. Lis es la más eufórica de ambos, y es por este mismo motivo que toma el papel de "guía turística" de la aventura que se ve venir.
-Emma, ¿nos acompañas? ¡Vas a amar Isgaran!
¿Isgaran? Nunca he escuchado eso. Ni siquiera aquella vez que fui a ese extraño restaurant japonés. ¿Por qué debería acompañarlos en primer lugar? Quizás con qué me drogaron ustedes dos. Ni todo el ácido del mundo te hace ver tantas... excentricidades. Me van a despedir por su culpa. Podría morir.
Y esas son sólo algunas de las alertas y preguntas que me rondan en la cabeza, cada una con su respectivo triciclo y pista. Sin embargo, la única interrogante que decido escuchar es aquella que llevo haciéndome los últimos 8 años:
¿Qué haría mi madre en mi lugar?
Todos quienes conocimos a Raquel Porter sabíamos la respuesta. Una mujer valiente no va a tomar más que decisiones valientes, aunque pueda ser difícil. Son precisamente aquellas decisiones las que nos permiten aprender más y las que nos muestran que a veces salir de nuestra zona de confort puede significar resultar dañado, pero también puede significar más fortalezas y herramientas para la sorpresa que el destino nos tiene preparada.
Tomo la mano de Lis y la de Julius...
-No me cabe la menor duda. Debe ser espectacular.
... y dejo que me arrastren hacia aquel laberinto de hojas, ramas y raíces, adentrándonos poco a poco y dejando a la Gran Ciudad cada vez más atrás.
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Doce Búhos
FantasiEmma Porter, 26 años, profesora de Literatura, hermana, hija y escéptica de profesión. ¿"Cada día una nueva aventura"? No, para Emma no era así. Ya estaba bastante acostumbrada a la rutina y a la monotonía de su pueblo de infancia: Ryfolk. Sin embar...