Capítulo 1

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Las mañanas de mayo siempre han sido un poco tristes, sobre todo por el hecho de no saber cómo va a estar el tiempo; algo bastante mundano, eso ya lo sé, pero en ausencia de sucesos extraordinarios, hasta lo más pequeño y poco importante se vuelve trascendental. Fue precisamente en uno de aquellos días que pasó algo que desequilibró un poco mi rutina meteorológica habitual de abrigarme, quejarme por el mal tiempo y exhalar vapor.

Mi teléfono está a punto de morir. Camino apresuradamente hacia los espejos gigantes de la estación y conecto mi teléfono a un tomacorriente. Miro a la nada por alrededor de 15 minutos y veo que mi batería llega dificultosamente a un 28% de batería. Suficiente para mí. Reanudo mi paso, con nada más en mi mente que el café que me espera en el tren.

8 de la mañana en punto. Uno de los búhos del enorme reloj ícono de la Gran Ciudad sale de su escondite y deleita a los presentes con su calibrado ulular.

-¡Eh, señorita! -escucho que grita un hombre en la estación de trenes. Dado que señoritas habíamos por lo menos unas 50, hago caso omiso-. ¡Señorita, la de la boina gris! -Ahora, el rango de señoritas se redujo a 5-. ¡La de los cordones desabrochados!

-¿Qué? -pregunto al aire, a la vez que mi vista se dirige a mis botines, botines cuyos cordones harían exasperar a cualquier experto de seguridad-. ¿Me habla a mí?

-Por supuesto. -El señor se levanta el sombrero torpemente, en un gesto de reverencia muy forzado-. Milady, se le cayó esto mientras iba caminando.

Y entonces me lo enseña: un topacio algo rayado, pero que brillaba más que todos los logros que hubiese conseguido alguna vez.

-Esto, no... ¿Dice que se me cayó a mí?

-Sí, sí, lo he visto. Estaba usted caminando con su bolso, toda elegante -ríe-, y se le salió esto de su bolsillo -indica la joya.

-¿Y dónde se me cayó, según usted?

-Justo debajo del reloj de los Doce Búhos.

-Junto al...

-Sí, junto al espejo.

-Bueno, gracias entonces.

-No hay de qué, dama.

El misterioso señor ajustó su sombrero de copa, y se fue caminando con el ritmo propio de quien no cuenta con preocupaciones que lo perturben; y, ahora que lo pienso bien, ¿por qué no me sorprende que un hombre use sombrero de copa y frac en pleno 2017? Para ojos de los demás, era algo extravagante.

**

Seguí caminando, ya que la improvisada conversación que sostuve momentos atrás me quitó bastante tiempo y tenía niños que instruir para lograr convertirlos en los héroes del mañana, la salvación de la humanidad, la generación nueva... y etcétera. Sin embargo, era algo que amaba. Eso no lo podía negar. Ver todos esos rostros a ratos iluminados por las ganas de saber, era algo que escapaba a mi capacidad de expresión.

Mi tren llega. Soy la primera en subir, y eso implica que puedo elegir el asiento que yo quiera: al principio, de manera que me dan mi café primero, del lado de la ventana que sé que da hacia los prados de Rayboury y el volcán Ferwell. Las motitas rosadas, azules y moradas de las hortensias me recuerdan a cuando ayudaba a mi mamá a mantener su jardín.

-Emma, ven acá un poco por favor -solía decirme ella-. Quiero mostrarte algo.

-¿Qué pasa, mami?

-Ves estas florecitas de aquí, ¿no?

-¿Qué sucede con ellas?

-Quiero que las cuides mucho cuando tenga que irme de vuelta.

Doce BúhosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora