SEÑOR DEL MONCAYO
(fragmento de la novela corta incluida
en la antología "Nuevas leyendas aragonesas" (MIRA Editores))
De las cumbres del Moncayo
bajará el Cipotegato
con todica la solana
a comerse tus marranos.
Si lo vieras no te metas
no me seas insensato
que te sacará los ojos
y te cortará las manos.
Inesica vente al monte
a verte debajo el sayo,
no quiere la condenada
le tiene miedo al Moncayo.
Jota del Cipotegato
Zaragoza, 12 de enero de 2020
Querida Eva:
Quiero pensar que algún día leerás esto, que mis cartas no irán a parar a la basura. Quiero pensarlo porque no tengo muchas más opciones y porque escribirte me mantiene vivo. Ya no hay muchas cosas que me den esperanza, desde que… bueno, ya sabes.
Se hace duro vivir solo. Me siento viejo; bueno, soy viejo. Va siendo hora de aceptarlo.
Me duele la espalda y mi vista ya no es lo que era. Demasiados libros, demasiados sueños de papel, demasiados exámenes corregidos.
El clima aquí ha cambiado de forma radical en tan solo unos pocos años. Quién lo hubiera dicho. También parece reírse de mí, expulsarme lenta e inexorablemente.
Sigo viviendo en Espoz y Mina, el piso es de renta antigua y eso es lo que me salva… apenas. Me echaron del colegio hace año y medio, en junio, aunque no me avisaron hasta septiembre. No es que hiciera nada mal, querían savia nueva, nada más. Alguien menos crítico con la Última Llamada. Eso yo no podía hacerlo.
Han sido casi treinta años allí, lo echo de menos. Nunca pudimos ahorrar mucho, por culpa de mis operaciones, así que estoy agotando el paro por primera vez. Qué ironía, tu madre siempre fue mucho más fuerte y mira… No sé cómo lo voy a hacer, aún me faltan cinco años para la jubilación. Ni siquiera sé si llegaré a los setenta, a este paso.
De noviembre a marzo, el Ebro se desborda y llega hasta el principio de Predicadores, y hasta la Avenida de Ranillas por la margen izquierda. Desde casa puedo ver el agua anegando los bajos. Me he salvado por los pelos. La gente acude en peregrinación hasta el Pilar en barcazas de color blanco, muy bien cuidadas. Pagando un extra, se puede entrar en la catedral y recorrerla en la barca. Lo hice una vez, pero ya no puedo permitírmelo. El interior sigue siendo imponente, y verlo semiinundado le confiere de alguna forma una mayor majestuosidad. Lo malo es que todas las tiendas de recuerdos y restaurantes de la plaza han desaparecido, y los edificios en ruinas y el olor a alcantarilla afean mucho el paseo. Y las ratas de agua. Hasta serpientes he visto, enroscadas en los salientes del antiguo edificio del ayuntamiento por encima del agua. Recuerdo que la gente se quejó en su momento, pero está visto que tuvieron suerte al trasladarse.
Llevo ya unos meses tratando de ganarme el sustento en la calle, como cuentacuentos. Estoy en el tramo de la calle Alfonso que permanece seco todo el año, con el Pilar al fondo, así que apenas tengo que alejarme de casa. Me he hecho amigo de varios vendedores de falsificaciones: yo les enseño castellano y ellos me dicen dónde conseguir comida. Al principio se les hacía raro ver a alguien tan mayor buscándose la vida en la calle, pero solo al principio. Muchas veces acudimos juntos a comer a la parroquia de Nuestra Señora del Pilar, y al albergue municipal durante los meses en que las aguas no cubren la entrada. Es el único edificio de la zona de inundación en funcionamiento durante los meses secos. No sé lo que haremos si al final les da por cerrarlo.