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Esa tarde mientras estudiaba, la presencia de Aurelio lo perturbaba. Todavía tenía entre los dientes k'asa la colilla del cigarrillo con que Adela lo había dejado el día anterior, así como un gorro de lana y algodones en las cuencas de los ojos y la nariz. La joven le había pedido que los lunes le pusiera margaritas en los ojos, le prendiese su puchito y que no le faltase la coca.

"Tonterías" pensó Ernesto. Se levantó decidido y cogió la calavera, luego la metió en su ropero.

Para su suerte, Adela no lo visitó los siguientes días. Le mentía diciendo que estaba haciéndole ofrendas a Aurelio, pidiéndole por sus exámenes y asintiendo cuando le preguntaba si también le invitaba comida.

El lunes siguiente, cuando ya se había acostado después de una dura noche de estudios, empezó a moverse inquieto en su cama. Le pareció escuchar una puerta que se abría, después un paso, luego dos. Las maderas rechinaban como si fuesen sometidas a un punto de presión, era difícil dilucidar si estaba despierto o dormido.

Esperó...

No pasó nada más. Convencido de que había sido un sueño o un producto de su imaginación, se volvió a dormir.

En la mañana notó la puerta del ropero abierta. Se asustó por un momento y de inmediato recapacitó. Los cuentos de fantasmas de su novia estaban afectando su subconsciente.

Cuando regresó de clases al atardecer y abrió la puerta de su cuarto, tiró lo que llevaba en las manos y casi le da un infarto al ver la calavera frente a él, en el estante, con un cigarro encendido y flores que parecían ojos abiertos y acusadores.

-Hoy es lunes. -La voz de Adela lo sobresaltó por un momento y le hizo respirar tranquilo. La joven era quien había devuelto la ñatita a su lugar y le había realizado la ofrenda-. Si no lo tratas bien, se va a enojar contigo. Te va a perjudicar en lugar de ayudarte. Te lo he prestado con cariño, porque sé que te va ayudar mucho y te he dicho que es como mi abuelito, así que trátalo como se merece -le advirtió sin molestarse. Le dio un beso y se despidió para ir a su clase, dejando a Ernesto con Aurelio.

-Lo que hago por una mujer -dijo Ernesto. Dejó que el cigarrillo se consumiera y devolvió la cabeza al ropero, esta vez se aseguró de cerrar bien la puerta.

En la noche escuchó un ruido. Esta vez no fueron pasos. Empezó suave, un quejido que poco a poco se iba convirtiendo en un llanto suave y no era posible determinar de dónde venía. El sonido lo envolvía y se amplificaba por todo el cuarto. Pensó que debía ser el hijo del dueño de casa, mas nunca lo había escuchado llorar así, y aquel penetrante y casi melódico sonido no parecía provenir de la joven garganta de un niño.

El llanto no cesó en toda la noche hasta el amanecer, y cuando el sol comenzó a traspasar la ventana, el joven estudiante de medicina se levantó y descubrió con asombro que la puerta del ropero de nuevo estaba abierta.

Las tres noches siguientes las pasó en vela, el lloriqueo parecía fluctuar de una pared a la otra, al techo, al suelo, al ropero... se estaba volviendo loco. Las noches eran de terror y en el día no podía concentrarse.

-Ya cállate, ya cállate... ¡Ya cállate! -gritó cuando no soportó más y brincó de la cama.

La puerta del ropero estaba abierta y la calavera que apenas se distinguía en la oscuridad, permanecía inamovible, mas el sonido del llanto se intensificó cuando la sostuvo en sus manos.

De un manotazo tiró todo lo que había encima de su escritorio, puso la ñatita al medio, le quitó las flores ya marchitas y buscó un cigarro y un encendedor en el bolsillo de su chamarra. Ni bien Aurelio empezó a fumar, los llantos cesaron.

Este es José María, le pertenece a la familia de @VickyDEmyl vickyDEmyl

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Este es José María, le pertenece a la familia de @VickyDEmyl vickyDEmyl

El lunes o martes subo el próximo capítulo, dejenme sus impresiones :D

La ÑatitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora