Lo estaba observando. No sabía cómo a través de esas cuencas vacías; pero lo hacía, de alguna forma lo hacía.
Aquella calavera amarillenta cuyo tejido orgánico se había degradado hacía mucho, no era igual a las muchas que había utilizado en las clases de anatomía. Principalmente, porque aquellos esqueletos que usaban para el estudio, estaban despersonificados. Mejor así, sin un vínculo afectivo era más fácil usar los huesos como piezas de un rompecabezas o terminar de arrancarles la carne pútrida.
La calavera humana que parecía observarlo desde una repisa, tenía nombre: Aurelio. Era muy probable que aquel no hubiese sido el nombre real del dueño de la cabeza cuando estaba con vida, mas así lo habían bautizado cincuenta años atrás, cuando la familia Pérez lo había conseguido gracias a un enterrador del Cementerio General.
—Era un médico —les aseguró el enterrador—. Les va a traer salud.
Los Pérez tomaron a bien sus palabras, lo que necesitaban precisamente, era eso, un médico para Felipe, el hijo menor, quien había nacido con una anomalía cardiaca que lo hacía pasar más tiempo en el hospital que en la escuela.
Aurelio se volvió un miembro más de la familia. Los Pérez le encendían un cigarro los lunes y todos los días le invitaban un plato de comida. Su confianza en Aurelio era tan férrea, que no dudaron en atribuirle la mejoría de Felipe, ni la bendición de que él se convirtiese en un médico y que su hija Adela estuviese en la actualidad siguiendo sus pasos, cursando su segundo año de carrera en la Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Andrés.
Esa, junto a cientos de anécdotas de cómo Aurelio hasta les protegía la casa cuando no estaban, fue el cuento con el que Adela había convencido a su chico Ernesto para recibir a Aurelio en su pieza. La ñatita había pasado a sus manos tras la muerte de su padre y sentía que le sería de ayuda a Ernesto, quien no estaba teniendo un buen año en la universidad. El joven proveniente de Cochabamba, cuando vio por primera vez el cráneo en su casa, había pensado que era un objeto de estudio; casi no se lo creyó cuando Adela le contó todo lo que venía por detrás.
Fue así que con escepticismo y solo para complacer a su chica, había aceptado que le dejase a Aurelio en una repisa al lado de su escritorio. Tuvo mucho cuidado de a quién contar lo ocurrido en la universidad, temeroso de que a su enamorada la tratasen de loca. Cuál sería su sorpresa al enterarse que tener una ñatita era común entre varios estudiantes, quienes conseguían calaveras de cementerios clandestinos o se las robaban de la misma universidad. Hasta tenían una en las aulas a quien le pedían ayuda antes de los exámenes.
—No cualquiera te sirve —le explicó su amigo Antonio—. Tiene que haber muerto antes de tiempo, así su espíritu está ligado a su calavera.
Ernesto fingía compartir sus convicciones; pero por dentro, no se podía creer que estudiantes de una ciencia como él, fuesen unos estúpidos supersticiosos, encima de una creencia tan macabra.
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Primera parte, como les dije serán capítulos muuuy cortos, vayan diciéndome qué les parece. Algunas personas me han contado que tuvieron o tienen una ñatita, ustedes tienen o su familia alguna vez tuvo alguna?
Pueden pasarme fotos si quieren para compartirlas aquí.
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La Ñatita
TerrorCuando la novia de Ernesto le dice que le dará algo para ayudarlo en la universidad, nunca imaginó que recibiría de ella una cabeza humana, que lo ayudará a mejorar en sus estudios siempre y cuando reciba su ofrenda cada lunes. (Basada en hechos rea...