Hermana/Madre

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Nos mudamos unos meses después de nacer mi hermana.
A pesar de mi edad, mis padres confiaban lo suficiente en mi para que me quedase con ella unas horitas por la noche.

Si bien es cierto que en algunas ocasiones no me parecía justo, y yo misma la despertaba para evitar quedarme con ella (no me juzguéis, era una adolescente), también es cierto que disfrutaba muchísimo haciéndola dormir.

Con el tiempo, adquirí una rutina.
Si ella despertaba, yo la paseaba en mis brazos por el pasillo a oscuras (que me aterraba) y le cantaba.


Me aprendí la canción que veis en el vídeo y era automático. Se quedaba k.o.

Me gustaba verla dormir.
Había tanta paz en su rostro que daba cierta envidia y a menudo me preguntaba si eso se quedaría en ella cuando creciese.
Va a ser que no.

A la que empezó a andar ya no hubo modo de pararla.

Disfrutaba con ella viendo todas y cada una de las películas de Disney.
Lo cierto es que a día de hoy, quizá no sean las mismas películas, pero he mantenido esa costumbre con mi hijo.

Sentarnos juntos, ya sea con dulces o con cuatro ganchitos y disfrutar de nuestro momento.

Luego empezó la guardería y yo iba a por ella, le daba la merienda y la llevaba a casa.

Mi tiempo para estar con mis amigos se reducía al instituto y a después de que mi padre llegase a casa.
Solo entonces yo podía ser una chica de quince como mis amigas.

A pesar de que yo nunca fui de las adolescentes que se van de fiesta, quedar aunque solo fuese para dar una vuelta por el Centro Comercial, era un alivio.

Cuando tus padres trabajan todo el día y con quince años te encuentras a cargo de una cría pequeña y de ocuparte de poner lavadoras, guardar ropa, hacer la cena y mantener el piso decente, un escape, por pequeño que sea, se agradece.

Y su tiempo en la guardería acabó y empezó parvulario.
Y mi rutina no cambió.

AnnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora